La cruz del nobel
(20/08/2016) En el mercadillo que hacemos en mi pueblo cuando llega el agosto, he comprado “La cruz de San Andrés” de Camilo José Cela, “un supuesto de transformación, al menos parcial de la obra original” según concluyó Luis Izquierdo, catedrático de literatura española, tras un informe pericial y ante la acusación de plagio sobre dicha obra.
El libro, embellecido por la pátina que han dejado otras manos y por el morbo que aporta la acusación de plagio por parte de la escritora Carmen Formoso, está entreteniendo mis días de ocio en un agosto ardiente que nos arroja a los arrabales del mapa. Al agua.
En Cela, el personaje montaraz, excesivo y escatológico, se comió al escritor y no hay manera de rescatarlo del olvido en el año que debería recordarse su nacimiento hace cien años.
Hay escritores que para entenderlos hay que saber su vida, acercarse a su infancia, a sus andanzas, asomarse al pozo engañoso de su biografía, como Amos Oz, cuya novelística está basada en los entresijos de sus andanzas por el mundo, pero otros deben leerse desde la ignorancia biográfica.
Ocurre con Cela, con Umbral, con Quevedo y con tantos otros a quienes se recuerda como histriones de vida procelosa. Escritores encarcelados por una imagen distorsionada cultivada por ellos mismos.
“Si sonrío pierdo lectores” le confesó don Camilo a Francisco García Marquina, uno de sus biógrafos a quien la lectura del “Viaje a la Alcarria” le cambió la vida.
Leo, como les digo, “La Cruz de San Andrés” esa crónica de un derrumbamiento escrita en “rollos de papel de retrete marca La Condesita” que acabó derrumbando a don Camilo, hombre con cara de percherón airado, que no nació hace cien años como dicen, sino miles, porque los dioses y los diablos no tienen edad y “la historia no cuenta más que falacias literarias, épicas y confusísimas y nunca del todo verdaderas”, según nos confesó el escritor gallego.
Una pregunta obligada y recurrente en las entrevistas a las que nos sometemos los plumillas, es la que se interesa por nuestros libros de cabecera, esos libros que se apilan en la mesilla de noche esperando como el arpa en el rincón olvidada, la mano de nieve que arranque la música que encierran.
Cuando me cae la pregunta respondo sin dudar que he dormido muchas veces -y despertado- con toda una familia. Con “La familia de Pascual Duarte”, para ser exactos. Con ese monólogo tremendista que seguramente influyó, salvando las distancias, en mi novela “Punto de mira”. Es lo que tiene dormir con la misma literatura, que acabas comulgándola. Como dicen los viejos, “dos que duermen en el mismo colchón, se hacen de la misma opinión”.
Leo, como les dije, “La cruz de San Andrés”, obra sobre la que cayó la acusación de plagio hace décadas pero que suda estilo “celiano” por los cuatro costados.
“Los que escribimos somos mucho más conocidos (mal conocidos se podría añadir) que leídos. En España suele interesar más la anécdota del escritor, cierta o falsa, que su obra literaria”, dijo don Camilo.
El personaje histriónico que absorbía un litro de agua por el culo, según manifestó por televisión, y cuyas excentricidades eran de dominio público, se comió al escritor. Aunque hay quien asegura que aquellos excesos dialécticos fueron la mejor manera de promocionar al premio nobel que escribió “La colmena”, “Madera de boj” y “Viaje a la Alcarria”.
“Viaje a la Alcarria”, un libro que lleva la geografía al terreno de la prosa, con un lenguaje sencillo, medido, irónico y a veces cruel, desde la distancia que da la tercera persona a quien protagoniza el libro, al viajero.
“Por estas trochas y esos acogedores andurriales, encontré siempre amistad y buen deseo”, escribió Cela sobre su famoso viaje. Viaje que inspiró a Saramago cuando hizo lo propio con su “Viaje a Portugal”.
Cela, a quien Rafael Flórez, su biógrafo maldito, califica como “medrón” en su libro “Camilo de Camilos”, y de quien Borges decía tener un “estilo pan rallado”, se descojona desde su tumba, y descarga sonoras flatulencias ante sus enemigos, que los tiene, antes de dejarse comer “por el vergonzoso insecto de la murmuración”.
Cela, que no nació hace cien años como lo atestiguan los nulos homenajes que se le dedican, sino miles. Cela tormentoso y prolífico, padre de mil anécdotas que sepultan su escritura, su rica prosa,
sabe que es autor del único libro al que se ha dedicado un museo y eso es más, mucho más, que hacer una película con tu libro, como soñamos tantos escribas. Vayan al castillo de la villa de Torija y vean el Museo del “Viaje a la Alcarria” de don C.J.C.
Luego, salgan del mapa y se arrojen al agua.