La ciudad amable
(20/7/2009) Últimamente me gusta dividir las ciudades en dos categorías: amables y desabridas. Así de simple. Y hago la división en función del número de calles que tienen árboles. Ya ven algo muy sencillo: tantas calles, tantas que tiene árboles, tanto porcentaje. Alto porcentaje: ciudad amable. Bajo: ciudad desabrida. Como les digo. Matemática pura y dura.
Recuerdo que antes valoraba mucho otros aspectos de las ciudades: festivales, exposiciones, oferta cinematográfica y teatral, conciertos, etc. etc. Como ven, todo un “cultureta”. Pero con el tiempo uno se hace más pragmático, más elemental y sus divisiones sobre la realidad adquieren la simpleza de un botijo. Que ya no está el horno para bollos.
El árbol, los árboles, el verde, los verdes, hacen más amable la ciudad. Pienso. Y si no pregunten a los viejos. Si quieren saber en qué lugar de la ciudad se está con más acomodo no vayan a la Oficina de Turismo, busquen donde platican los viejos. Seguro que están a la sombra del verde limón, envueltos en una suave y acariciante brisa mientras los demás nos achicharramos en playas sin árboles y aceras sin alma. Verde que te quiero verde.
Todavía hay ciudades y pueblos desabridos y montaraces en los que pasear es un auténtico infierno. En estos lugares la gente no pasea. Sestea hasta que pasa la canícula. O sea, hasta las tantas. Que hay que tener valor para lanzarse a la calle.
- Me voy a la calle- le decimos a la parienta.
- ¡A qué calle!- nos grita ella, siempre tan previsora.
- Mujer ¡a cuál va a ser! ¡a la de los olmos!
- ¡Ah!
La política forestal del gobierno, de cualquier gobierno debería consistir en repoblar las calles de verde. Hubo un tiempo ¡ay! que se repoblaron de unos monstruos metálicos que escupían negro por las entrañas. Y mataron el verde. Y parieron la ciudad desabrida que es como decir áspera y desapacible; desabrigada y proclive al desamparo Hay que volver al verde, al árbol.
Sé de una ciudad que tiene un Departamento de Área Verde de Aseo Urbano. Suena bien. Me gusta ese nombre. Que hay que asear la ciudad que nos contiene y nos devora.
Y puesto a pedir, que se asee con árboles de ancha copa y altos vuelos. Que hay árboles y árboles, como ustedes ya sabrán o se imaginan.
En la calle en la que vivo han plantado unos árboles-palillo que no aguantarán dos veranos.
Árboles raquíticos que solo siembran una de las aceras y dejan la calle tuerta y desequilibrada.
Menos mal que cerca está la Avenida con unos plátanos de sombra que da gusto verlos. Pero eso es en la Avenida y no en mi calle, que en el callejero, como en todo, también hay clases sociales. ¡Vaya que las hay!
-¿Qué quieres ser de mayor? – pregunta el munícipe.
- Yo quiero ser una avenida de plátanos de sombra – responde la calle.
Muchas veces pienso que habría que hacer un homenaje a los plátanos de sombra. Regalarles una placa o ponerles una condecoración. Guerreros del asfalto, soportan impasibles orines y malos humos. Los plátanos de sombra, héroes de guerra urbana.
Con el permiso de ustedes, me voy a la calle. Bajo los plátanos me protegeré del sol o de la lluvia y disfrutaré de la ciudad amable. Luego entraré a pedir un certificado oficial en la ventanilla y entraré en otra ciudad. ¡Ay!