La biblioteca

(20/6/2011) Pantoja de la Cruz abandona la cámara regia. Viene de pintar a la infanta Ana María Mauricio, niña de temperamento inquieto y desenfadado que apenas atiende a sus consejos de pintor de corte. Imposible captar su rostro picaruelo y altivo. Sólo las palabras de su aya consiguen que preste alguna atención a sus pinceles.
Hoy ha retocado sus vestiduras -camisa de seda, faldón acampanado, gola, broche en el pecho- y ha añadido el paisaje que se divisa por la ventana que da al río: el Puente Mayor, las aceñas y el Paseo del Espolón aún vacío de carruajes a esa hora de la mañana. También la Puerta del Puente, que lleva a la cercana población de Villanubla, y el humilladero del Cristo de la Pasión y el Hospital de San Bartolomé. Detalles y detalles tan del gusto de los pintores que llegaron y siguen llegando de Flandes.
Baja la escalera del Palacio de los Condes de Benavente donde se aposentan sus graciosas majestades los reyes don Felipe el Tercero y Doña Margarita de Austria.
Fuera ya del patio, en la Plazuela de la Trinidad, bulle la frenética actividad del personal de servicio: criadas, caballerizos, ayos, abastecedores de todo tipo y otros muchos ganapanes que viven cómodamente junto a sus majestades y de sus majestades.
Hoy el tumulto es mayor que otros días. Junto al convento de San Quince y Santa Julita, sobre unas tablas puestas para la ocasión, un personaje vestido de oscuro, hace cábalas, conjeturas y adivinaciones ante en gentío hambriento de historias. Las mujeres ríen sus extrañas ocurrencias y profecías y los hombres, graves como predicadores, lamentan se dedique a oficio tan peligroso para las costumbres católicas.
Pantoja se acerca al grupo.
-¿Quién es? Pregunta a una muchacha que lleva una herrada con ropa sucia.
-El nigromante Jaraba, – responde sin lograr apagar su risa bobalicona.
Pantoja, deteniendo prisas y cansancios, se acerca al adivino que, absorto en sus misterios, no parece prestar atención a nadie.
Los Reyes han salido muy de mañana hacia las casas que su valido, el Duque, tiene en la villa de Lerma. Los servidores de palacio muestran el relajo que acompaña siempre al alejamiento del poder. La muchacha se vuelve intentando estudiar la expresión que pondrá el recién llegado.
-¿Qué dice? –le pregunta de nuevo Pantoja.
-Dice que la infanta casará con el rey de Francia y tendrá, como hijo, al mismo Sol.
Pantoja, hace un gesto que va del asombro a la incredulidad. Tiene trabajo en el Convento de San Francisco y no quiere detenerse mucho. Hace ademán de irse.
- Veo,…veo,… -dice el nigromante queriendo abarcar la enorme fachada del Palacio y elevando la vista a sus alturas.
- ¡¡Qué ves!!! – le grita un grupo de muchachos ya zancones que ayudan a limpiar las caballerizas reales.
- Veo estos aposentos, estas cámaras de su majestad, llenas de libros y a mucha gente que se acerca a los placeres de su lectura. ..
Todos ríen la nueva ocurrencia del brujo.
- Veo un hombre con rostro sufrido por los años, pelo blanco y aire noble; va acompañado, en su avance, por muchos regidores de la ciudad… hablan con prisa… Visten de forma extraña… Todos llevan, a manera de lazo de ahorcado, una tela estrecha que se precipita desde el cuello hasta la cintura…Y sus gregüescos, lejos de ser…
- ¡Calla, brujo o irás al quemadero! – le espeta una mujer que se acerca desde el zaguán con una cesta llena de pan reciente.
……
Pantoja de la Cruz no llegó a verlo (moriría un 26 de octubre de 1608) pero el 21 de Noviembre de 1615, aquella niña traviesa que no paraba ni un momento y cuyas gracias y parloteo eran la comidilla de la corte, casó con el rey Luis XIII de Francia y fue la madre de Luis XIV, Le Roi Soleil -El Rey Sol-.
Y casi cuatrocientos años después, un ministro de cultura llamado Jorge Semprún, un día de Marzo de 1991, inauguraba la Biblioteca Pública de Castilla y León en los mismos espacios palaciegos que acogieron la corte del Rey Felipe III.

 INAUGURACIÓN BIBLIOTECA

 



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