Héroes de libro
(30/08/2023) Se llama Miguel Ángel Herrero, utiliza el pseudónimo de Michael Thallium como escritor, nació en Madrid, y sus orígenes paternos se hallan en Cañizal un pequeño municipio de la provincia de Zamora.
Desconocía su existencia como persona y como escritor por lo que asistí, curioso, a la presentación de su libro Me creí inmortal hasta que me morí. Lo hizo durante la Semana Cultural que va organizando la Asociación Cultural Pro-Cañizal, en dicho municipio zamorano, desde hace veinte años.
Junto a Michael presentó también su libro -Nunca llueve sobre mojado-, el profesor Francisco Javier García Peramato y, ambos, en animada conversación sobre libros, autores y literatura nos hicieron pasar un rato agradable.
Asistí a la presentación como quien se halla ante un milagro. Porque no me digan ustedes que no es un milagro que en un pequeño municipio de esta España vaciada de la que nadie se acuerda, presenten sus obras dos autores y acudan al evento numerosos vecinos.
Y todo gracias a una asociación que, como tantas en el agro español, cada verano se esfuerza en apostar por la cultura programando exposiciones, teatro, excursiones, talleres, encuentros, presentaciones de libros…, buscando presupuestos debajo de las piedras con los que poder llevar a cabo los actos programados y pelear contra los molinos de viento de la desidia y el abandono.
Sin el alarde mediático que acompaña a los festejos de las grandes poblaciones, sin el apoyo institucional que solo favorece aquello que resulta rentable en número de votos, sin las algaradas festivaleras que promocionan poblaciones de turismo y playa, los humildes pueblos del interior trabajan, a lo pobre y como pueden, la diversión y cultura.
Muchos de ellos son pueblos sin castillo, sin monasterio en ruinas, sin vestigios románicos o góticos que puedan interesar a quienes buscan restos de una historia importante, pueblos que no pueden ofrecer nada que atraiga al viajero en busca de lo antiguo o de lo exótico.
Por eso sus afanes son doblemente meritorios y su Semana Cultural debiera ser valorada en su justa medida, más allá de los logros -modestos, sin duda- que puedan alcanzar quienes las programan.
Pero he dicho milagro cuando, seguramente, habría que hablar de heroísmo. Porque de heroísmo se trata cuando hay que nadar contra corriente; porque nuestra sociedad si destaca en algo es en el desprecio por la historia y la cultura; porque manifestamos una arrogancia autista e ignorante ante el pasado y hay una postergación de lo viejo, una preocupante desconexión entre la escritura escrita y la hiperconectada cultura de la imagen.
“¡Sapere aude!” (atrévete a saber) nos grita Michael Thallium desde sus entrevistas a personajes de la cultura. Conversaciones que nos ofrece en formato audio y que podemos escuchar en Internet. Entrevistas que nos muestran a un amante de la cultura más amplia, gran admirador de Manuel Chaves Nogales, Andrés Trapiello y Clara Campoamor, pero también de Dante, de Juan Sebastián Bach y de Tomás Luis de Victoria, entre muchos otros.
Y de Peramato ¡qué decir!, pues que se hace huella y camino en el lector de sus relatos a los que sumerge en temas tan actuales como la soledad, el alcoholismo, el suicidio, los abusos sexuales, la alineación…
Una mañana para recordar, la de ese doce de agosto en Cañizal, con dos escritores conversando sobre la cultura del libro ante un público entregado y con la sensación de estar viviendo un hecho gozoso. Porque la cultura es la esencia de la democracia y es más necesaria que nunca para el disfrute artístico y estético, para conformar nuestra sensibilidad y sostenernos en la vida más allá del estatus y el dinero. Porque la cultura como afirma la escritora Luna Miguel se hace pequeña cuando se mide por el termómetro de los algoritmos en vez de por su capacidad para emocionar, debatir, fulminar, resolver o iluminar el mundo.
Y en los momentos difíciles, como cuando nos encerró el COVID en nuestras casas, la cultura es el paracaídas que nos salva, la fuente a la que acudimos a beber, el lugar donde nos refugiamos para encontrarnos con nosotros mismos.
Por eso las Asociaciones Culturales deberían ser especies protegidas como el lince ibérico o la cigüeña negra. Porque son un oasis de esperanza en el yermo cultural de nuestra patria; un hontanar en el secano.