Hecho un Cristo
(10/09/2016) Un fantasma recorre las facultades de arte y restauración. Es el fantasma del paro que tanto trabajo tiene en estas tierras. Los alcaldes de villas y ciudades con patrimonio artístico en derrumbe han dejado de llamar a sus puertas como solían. Nada de titulados o becarios, como antaño. Prefieren, dicen, ochentonas para tan delicada tarea. Viejos que hagan un cristo con la obra a restaurar. Como Cecilia Jiménez y su Cristo de Borja.
El curriculum vitae que piden es sencillo: se necesita persona con o sin estudios, nacida en los años de la república y sin demasiada experiencia en trabajos manuales, a ser posible.
Hay lugares que cimentan su existencia en la creencia de que un hecho histórico ocurrió en sus calles, o en que un ilustre nació o “le nacieron” allí. Pero cuando estos personajes no existen ni hay esperanza de que existan algún día, conviene inventarlos para disfrute y goce del común. Faltaría más.
Así como Alcalá de Henares reivindica a Cervantes, la zamorana Tábara a León Felipe y Kalash (Paquistán) a Alejandro Magno, Borja en Zaragoza reivindicará por los siglos de los siglos a Cecilia Jiménez, la entrañable abuela que ha creado un mito basado en todo un despropósito pero que, además de atraer a miles de turistas y llenar las arcas municipales siempre tan escasas, ha impulsado toda una ópera, “Behold the Man”, basada en la historia del maltrecho eccehomo que restauró sin acierto ni criterio.
Como cunda el ejemplo, que cundirá, que se preparen cristos, vírgenes y santos tan abundantes en las iglesias de la despoblada España interior. Ninguno se halla a buen recaudo.
Son muchas los ancianos que aseguran haber recibido, en sueños, la orden del Altísimo para que restauren el Cristo románico de autor desconocido al que el tiempo y la desidia imperante han maltratado. Alentados por las voces místicas del sueño y por los poderes fácticos del pueblo, pronto se pondrán a restaurar la joya milenaria que atesoran para dejarla, a poco que se esfuercen, echa un cristo. Luego, alguien llamará a las televisiones y el desaguisado se convertirá en todo un fenómeno mediático, un éxito del que harán una película o una hermosa sinfonía: “El Cristo y la abuela”, por ejemplo. O mejor, “Christ and grandmother” que en inglés vende más y hay que cuidar los detalles.
Quizá todo esto forme parte de “La broma infinita” que rige nuestro mundo desde que David Foster Wallace la escribiera, confirmándonos que en el futuro que soñó -que es nuestro presente- el consumo y el hedonismo tienen una nueva modalidad de vida.
Consumir arte a la antigua usanza, extasiándonos ante una “Venus de Milo” mutilada, o con una “Nefertiti” tuerta, ya no tiene gracia. Ya no atrae a turistas a los museos.
Hay que acudir al despropósito. A alguien que les añada, sin arte ni criterio, la parte ausente, los brazos y el ojo. Y ya puestos dejarlas hechas un cristo. Como el de Borja.
Lo que antes era un atentado al arte y al patrimonio es ahora motivo de orgullo patrio.
No es fácil salir en los telediarios. Las pequeñas poblaciones lo ven imposible a no ser que ocurra lo de Puerto Hurraco. Pero si tienes un Cristo desvencijado en el rincón del coro de tu parroquia o una de esas santas que ya no están en condiciones de salir en procesión para que les toquen un pasodoble torero, es posible que no todo esté perdido y hasta puede que te hagan una opereta.
A Santa Águeda le pondrán los pechos, a santa Lucía los ojos, a San Roque se le recompondrá la piel herida por la peste, y a san Pedro que, al parecer, fue crucificado boca abajo, le cambiarán de tan incómoda postura para hacerlo como Dios manda.
Trabajo hay. Y sueños, ni te digo.
Sueños que se convertirán en arte, tan vinculado al inconsciente y a los dioses de la noche que nos hablan a través de ellos, como a Cecilia. Arte que es y será siempre iconoclasta como nos alertó Baudrillard en aquella impactante obra que tituló “La ilusión y la desilusión estéticas”:
“El arte se ha vuelto iconoclasta, pero esta postura iconoclasta moderna ya no consiste en destruir imágenes, más bien consiste en fabricar imágenes, incluso en fabricar una profusión de imágenes en las que no hay nada que ver”.
“El humor es universal” dice Andrew Flack, libretista de “Behold the Man”, la ópera que narra cómo un despropósito puede convertirse en milagro. La ópera basada “en un humor orgánico e inteligente” que ya forma parte de “la broma infinita” que intuyó de forma magistral Wallace antes de quitarse de en medio.