Habemus casa
(30/07/2025) La casa, ese objeto de deseo para muchos inalcanzable, ese invento que tan bien se conjuga con el infinitivo salir -“salir de casa”- tras haber hipotecado la vida para poder entrar en ella, esa pequeña nación de la familia que dijo Gaudí (como si no hubiera ya suficientes naciones), ha vuelto a ser carne de noticia en los últimos días: “La casa contenedor: un modelo de casa que está ganando popularidad, es transportable y recicla materiales impensados” titulaba un importante diario el pasado diecisiete de junio.
En el conjunto de posibilidades que desde antiguo han existido para cubrirse con un techo: cueva, choza, cabaña, piso, apartamento, compartimento …, ha aparecido una nueva modalidad para dar solución a esa guerra con el espacio que siempre fue la vivienda: los contenedores.
Si como decían los más viejos “bajo techo, todo es casa”, los contenedores son en este momento la inversión más rentable en eso de pegar ladrillos sin tener que pegarlos. A la imposibilidad de hacerse con un apartamento de dos ambientes, el contenedor ofrece la solución esperada: un monoambiente y punto. Nada de presumir de metros cuadrados ni de dar ocasión a la avaricia que llevamos dentro.
Los jubilados, esos viejos que para que mejore su sueldo se “tienen que morir muchos” según ha declarado un intendente argentino, esos sabios que han vivido todas las crisis, se apiñan para ver el milagro de una nueva construcción y más ahora que Italia, tan innovadora ella, acaba de profesionalizar el viejo oficio de vigilar obras: “sientes que haces algo”, claman los “umarell” que así son conocidos los viejos italianos que ahora vigilan oficialmente las obras sin que sean considerados una molestia por los obreros de la construcción. Ahora lo tendrán más fácil. Bastará con caminar hasta el puerto más cercano y contar los contenedores para comprobar si sus nietos accederán, o no, al sueño de tener una vivienda.
Para quienes buscan reconciliarse con el medio ambiente y superar la pesadilla del cambio climático la solución está en los contenedores marítimos o containers reciclados con habitaciones ecológicas que ya se ofrecen en Amazon. Las ventajas son muchas: plazos cortos de entrega (unos seis meses), menos contaminación (dan un segundo uso a una estructura que habría que desechar), posibilidad de aumentar los metros cuadrados si te toca la lotería (se pueden agregar más módulos al original y llegar a esa ostentación de riqueza que tantos desean) y resistencia de acero (lo que no es baladí en el caso de llegar las inclemencias climáticas o nucleares, que llegarán).
Con todo, ya están apareciendo cantamañanas que quieren aguar la fiesta de los nuevos propietarios que miran al mar cantando aquello de Mirando al mar soñé de Jorge Sepúlveda: que si es una cáscara de metal, que si al reflejar el sol se convertirá en una freidora, que si entrará agua, que si no cumple con la normativa de vivienda, etc. Aunque esto último hace reír a muchos porque lo de cumplir con los códigos urbanísticos, si miramos alrededor, suena a chiste malo. A uno de esos chistes que te hacen llorar hasta el desconsuelo.
Sí. Es cierto que el habitáculo no dará para mucho y que alguien tendrá que sacrificarse y dormir con los pies fuera, pero siempre se dijo que lo mejor que tiene una casa es que se puede salir de ella (y de paso, si se cae, que no nos pille dentro) y eso el contenedor lo facilitará enormemente sin que, para lograrlo, sea necesaria una voluntad de hierro. Y si no que se lo digan al escritor Graham Green que se salvó de la bomba que destrozó su casa en Londres porque se marchó a dormir con su amante. Salir de casa no solo le salvó la vida, sino que le inspiró para escribir El final del affaire una de sus obras más famosas.
¿Será la casa-contenedor la realización del sueño universal de gozar de una vivienda? ¿Acabará con tantas crisis del ladrillo como nos acosas de tanto en tanto?, la respuesta está en el viento, que diría Bob Dylan, o mejor en las nuevas tecnologías. Gracias a ellas, cuando los contenedores agoten sus prestaciones (por falta de acero) siempre nos quedará París: la ocasión de comprar un terreno virtual y edificar en él la casa virtual de nuestros sueños. La visitaremos cuando queramos y viviremos en ella disfrutando de todo cuanto ambicionemos. Y si nos cansamos bastará con quitarse las gafas para salir de tanto lujo y dedicarnos al no menos desdeñable placer de salir de ella para recorrer los suburbios donde viven los desheredados de la Tierra: esos que no podrán nunca comprarse una casa-contenedor.
Luego, a la noche, volveremos a colocarnos las gafas de realidad virtual, retornaremos a nuestra mansión y jugaremos a que los inquilinos de la calle la han okupado mientras cometíamos adulterio.