Guarrate (La Guareña)
(17/3/2008) Reconozco que tenía mucha curiosidad por conocer Guarrate, pequeño municipio zamorano enclavado en la comarca de La Guareña.
Era una curiosidad que me venía de antiguo, de la niñez más temprana cuando mi padre me hablaba con admiración sobre aquel pueblo y sobre sus gentes.
- Es un pueblo de gente muy lista – sentenciaba cuando contaba alguna historia en la que estaban implicados los vecinos de aquel municipio.
Los prejuicios entre los pueblos comarcanos eran en aquellos años de postguerra y desarrollo muy acusados y simples y casi siempre de carácter negativo, exagerando las limitaciones económicas del contrario -el pueblo de uno siempre era el más importante, el más rico- o haciendo mofa de su “deje” y de su peculiar forma de hablar. Por eso mi sorpresa era, si cabe, mayor al ver que en el obligado tópico entre pueblos, al que se recurría en cualquier conversación, Guarrate siempre saliera tan bien librado. Y por eso quería conocerlo.
¿Qué tendría aquel pueblo que no tuvieran otros para lograr la admiración de mi padre?
- Los músicos que venían a tocar antes de la guerra eran de Guarrate – argumentaba mi padre para dejar bien claro que el saber música era motivo más que suficiente para avalar su tesis sobre la listeza de aquéllos.
Hace pocos días le visité intentando apagar esa curiosidad que, como les he dicho, me venía de antiguo. Si era cierto lo que decía mi padre aquel pueblo tendría alguna peculiaridad que saltaría a la vista del viajero más despistado. Tendría algún edificio distintivo, algo peculiar que demostrara la buena fama adquirida.
El periplo de un sábado por la mañana no es que dé para mucho en cuanto a conocimientos profundos sobre cualquier realidad pero permite, al menos, hacerse una idea. Vaga e imprecisa sí, pero idea al fin y al cabo con la que poder sacar alguna conclusión.
Y sí, hubo varias cosas que me sorprendieron.
Me sorprendió, en primer ligar, la cuidada altura de las casas que componen el casco urbano, alejada de los altibajos de otros municipios donde no parece haber, por parte de los ayuntamientos, un criterio unificador. También me gustó la limpieza de sus calles y el gusto con el que han adornado las bodegas que se encuentran en el mismo casco urbano, perfectamente integradas con otras dependencias vecinales.
Pero es que además me pareció un pueblo con vida, con niños en sus calles -algo extraño en cualquier pueblo de la provincia- y gente joven con ideas para invertir en actividades que alejen el fantasma del paro y la falta endémica de tejido industrial en la comarca.
Me extrañó ver un bar abierto llevado con profesionalidad por una mujer, Maruja, que, lejos de quejarse de la despoblación y el abandono de su pueblo -algo muy recurrente en casi todas las conversaciones entre los vecinos de la comarca- me explicó las bondades del mismo cual guía turística en busca de clientes.
- ¿Hay algún restaurante para poder comer en el pueblo? – pregunté en un intento de alargar la hospitalidad que me ofrecía aquella pequeña población.
Maruja lejos del envaramiento que es frecuente en otros profesionales del ramo dejó a los clientes inclinados sobre la barra cual cartujos en plena meditación, salió del bar y me acompañó, calle abajo, hacia el lugar donde me darían de comer.
Y vaya si me dieron.
Era sábado y tocaba cocido. El cocido puede estar bien hecho o mal hecho en cualquier sitio – que tampoco es mi intención hacer apologética culinaria de la zona- pero comer garbanzos en plena zona de Fuentesaúco es un auténtico lujo.
Y allí estaba yo en aquel Guarrate idealizado desde la infancia, gracias a mi padre, comiendo el cocido que Sole me había preparado y que me servía puntualmente con la entrega y la devoción de una madre.
Tras la comida, huyendo de la modorra que persigue al bien comido, volví a perderme por sus calles descubriendo edificios singulares: la Iglesia, el Palacio del Marqués de Viesca de la Sierra…
Visité otros municipios de la comarca de la Guareña. Comarca olvidada en la provincia más olvidad. Pobre entre las pobres. Sin tejido industrial ni actividades económicas que frenen la despoblación y el abandono. Con hombres orgullosos de su historia y de su pasado pero sin un futuro que les ilusione o les ofrezca alguna esperanza. Con la mirada profunda y triste de quien ha visto marchar a sus hijos y sabe que sus nietos – indiferentes urbanitas – ya nunca sabrán de la importancia que tuvieron el trigo y la paja. Sin más emoción que la que procura cada poco tiempo la campana que tañe a muerto para anunciar que otro convecino – de los pocos que no se marchó a la ciudad al calor de los hijos- acaba de morir y mañana habrá entierro.
Por eso tiene tanto mérito que un municipio intente levantar la cabeza en estas condiciones. Por eso quería hablarles hoy sobre Guarrate, pueblo que sigue amenizando gracias a sus músicos – ¡qué razón tenía mi padre!- las fiestas de otros pueblos y les ayuda a salir del abatimiento y la desesperanza con la generosidad de quien se sabe dotado de unos dones que tiene que compartir para el disfrute de todos. Gracias Guarrate.