Escribir con los puños

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(20/3/2014) A nada que se rasca en la biografía de grandes personajes aparecen toda clase de manías, extravagancias, rarezas, caprichos, chifladuras, antojos y obsesiones… También en la de los escritores.

“Algunas manías o neurosis desde luego que tengo, sino no sería escritor” le respondió Vargas Llosa a quien quiso identificarle con el Don Rigoberto de su novela “El héroe discreto”.

Entre los caprichos de los escribas hay uno que destaca sobre el resto como palo de mayo en plaza pública: el boxeo.

José Luis Alvite, autor de obras como “Humo en la recámara” y “Lilas en un prado negro” dijo en su día que “literatura y boxeo solo son dos formas distintas de escupir”. Le creo.

Y es que aunque a usted le resulte extraño, la relación de los escritores con el boxeo es más estrecha de lo que a primera vista pudiera parecer.

Budd Schulberg, escritor estadounidense y oscarizado guionista por la adaptación de su novela “La ley del silencio” sostuvo en sus escritos el maridaje que había entre boxeo y literatura afirmando:

“Uno tiene un promotor, el otro un editor. Uno tiene un mánager, el otro un agente literario. Uno tiene un entrenador, el otro un corrector de estilo. Pero cuando suena la campana todo es accesorio. Estás ahí fuera, bajo las lámparas, desnudo y solo. Y lo que hagas o dejes de hacer puede formarte una reputación o destruirla de por vida. Eso es lo que hace tan fuertes los nexos entre boxeadores y escritores”.

Para verificar lo dicho por su paisano, el escritor Norman Mailer se puso un día los guantes e, incapaz de golpearle, le robó una foto a José Chegüi Torres, todo un campeón del mundo de los semi-pesados. Que algo es algo.

Y George Plimpton, escritor y periodista deportivo, lo intentó a su manera peleando contra los campeones que se le ponían por delante, llegando a retar nada menos que a Archie Moore, campeón mundial y poseedor de todo un record de peleas ganadas por KO. Los hay suicidas.

Pero seguramente el más osado fue Paul Gallico, autor de “La aventura del Poseidón” a quien no le dolieron prendas a la hora de enfrentarse al Asesino de Manassa. Y todo para escribir, una semana después, cuando se repuso de la paliza: “qué se siente al ser noqueado por Jack Dempsey”. Que ya que no se puede vivir de lo que se escribe, que se pueda escribir de lo que se vive y vivir en lo que se escribe.

“Hoy he boxeado una hora y he escrito una oda a Napoleón” escribió otro amante del arte pugilístico: Lord Byron. Demostrando que, para él, hacer una y otra cosa era tan contingente como rascarse cuando le picaba. Tan natural como escupir.

¿Y qué decir de los duelos a puñetazos en el cuadrilátero?

Arthur Cravan, poeta y púgil como Byron -y sobrino de Oscar Wilde para más señas-, fue retado por Guillaume Apollinaire a un combate que no llegó a celebrarse. Motivo: los insultos de aquél a la mujer de éste. Algo que podría servirnos para iniciar otra saga de letra-heridos: los escritores bocazas.

Otro escritor que puede incluirse en la lista de los escritores boxeadores -y en casi todas las demás- es Ernest Hemingway que llegó a afirmar: “mi escritura no es nada. El boxeo lo es todo”.

Tanto lo era que, pendenciero hasta el delirio, no perdía ocasión de engrasar los puños con cuanto escribano se le ponía por delante: Ezra Pound, John Dos Passos, Morley Callaghan…

Este último además de soportar las embestidas de Hem, publicó un cuento que tenía al boxeo como telón de fondo, lo mismo que haría Julio Cortázar cuando situó uno de sus cuentos, “La noche de Mantequilla”, en el combate librado en el París de 1974 entre el argentino Carlos Monzón y el mejicano Mantequilla Nápoles.

Y hablar de Mantequilla Nápoles me lleva -que las asociaciones son inevitables y a veces hasta inconscientes- a la compañía Mexicana Teatro Línea de Sombra que, de gira por España, presentará a partir de hoy y hasta el domingo en las Naves del Español -espacio escénico madrileño- la obra Baños de Roma que reconstruye el éxito y caída de Mantequilla Nápoles teniendo como fondo los crímenes que se cometen en Ciudad Juárez.

Y Mantequilla me vuelve a llevar a Cortázar -en un intercambio de golpes literario-boxísticos- que además de narrar en La vuelta al día el mítico combate entre el argentino Firpo y el norteamericano Dempsey fue un gran admirador del púgil Justo Suárez, alias “Torito de Matadero”. Todo un nombre para un oficio. “Durante dos horas me sentí Justo Suárez y escribí como un boxeador”.

Cortázar uno de los grandes que, como afirmara su primera esposa Aurora Bernárdez en un interesante coloquio en la Casa de América, “estaba lleno de manías…”. ¿Lo ven?



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