El pasto más verde

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(10/11/2025) No sé si es porque cada día estamos más perdidos o por algún motivo oculto, pero veo que los filósofos tienen últimamente alguna cobertura en los medios, algo a lo que no estamos acostumbrados. Es como si, perdidos como estamos en la vorágine tecnológica y política, necesitáramos más que nunca de sus consejos. La filosofía que fue expulsada de las aulas parece retornar como si quisiera responder a las eternas preguntas. Esas que no tienen respuesta.

 Les hablaba el otro día de Zygmunt Bauman y su afirmación de que “hay muchas formas de ser feliz, pero todas pasan por una tienda” y hoy les traigo a la palestra a Slavoj Žižek, filósofo esloveno que cambia el término “felicidad” por la expresión “lo que nos hace sentir bien” para asegurar que “no prestamos suficiente atención a lo que nos hace sentir bien porque estamos obsesionados en compararnos con los demás”.

 Hay que ser más hedonista e incluso más egoísta, asegura el filósofo, mientras se burla de los influyentes (influencers), esos personajes que consumen sin medida a la vez que piden un uso comedido de los recursos del planeta.

 Pasando por alto los inevitables componentes ideológicos que pueden esconderse detrás de cualquier pensador hay que reconocer que las palabras de Žižek suenan muy bien y que de seguro esconden verdades como puños.

 Hay que ser más hedonistas, insiste Žižek, pero sin medir el placer logrado con el de los otros, porque estamos obsesionados en compararnos con los demás, lanzados a una competición malsana.

 Lo malo de esas comparaciones asegura el esloveno radica en que para nuestra desgracia siempre nos comparamos con los que están más arriba, lo que nos genera frustración, desata nuestra agresividad y nos hace menos felices. Porque tener lo que tienen los poderosos o los triunfadores no está al alcance de todos.

 La comparación desgasta, crea malestar y genera frustración. Y si nos medimos con los mejores en estatus, consumo o reconocimiento, siempre saldremos malparados.

 Nuestros padres nos repetían aquello de que las comparaciones son odiosas, cansados de haber oído a los suyos que para su desdicha “el pasto del vecino siempre es más verde”.

 Como solución a este problema que impide que nos sintamos bien, solo queda una opción: mirar para otro lado. Eso o regar mejor el propio pasto para que sea más verde, aunque aceptando que por mucho que lo reguemos nunca será tan verde como el del vecino. Es tan duro tener que vivir creyéndose rodeado de gigantes “con el mejor pasto”, que solo nos quedan dos caminos: imitarlos (envidia buena) o derribarlos (envidia mala).

 Slavoj Žižek aclara que veremos nuestro prado más verde (y menos verde el del vecino) si dejamos de exponernos a las redes sociales donde la realidad se idealiza y donde todo el mundo cuelga su mejor foto. Abandonar las redes y mirar para otro lado si queremos dejar de compararnos y de generar envidia, inferioridad y resentimiento que es a los que lleva tanta comparación.

 Estudiosos hay, y Žižek debe saberlo, que destacan el lado positivo de la comparación y de la envidia asegurando que ambas son también una aversión a la desigualdad: un sentimiento heredado de nuestros ancestros cuando los recursos eran limitados. El doctor Antonio Cabrales, de la Universidad Carlos III de Madrid, dice que “la envidia la llevamos codificada en los genes” y el filósofo Fernando Sabater afirma que “la envidia es un mecanismo de igualación democrática. Gracias a la envidia sospechamos de aquellos a los que les va demasiado bien y no se sabe por qué y gracias a eso inventamos mecanismos de control social que nacen de alguna manera de una forma purificada de la envidia. La envidia también tiene su lado bueno”.

 Estos y otros pensadores hablan al fin y al cabo de una envidia loable. De una envidia basada en la emulación. Pero hay también, como se dijo más arriba, una envidia mala, la de aquellos que de una aversión a la desigualdad -si hay poco lo repartimos a partes iguales- se pasaron a acumular más que los demás para terminar luego en lo peor: en desear que el vecino perdiera lo que tenía y alegrarse por ello. Ya no se trataba de tener dinero, éxito y reconocimiento. No. Se trataba de lograr que los demás no lo tuvieran.

  No se comparen y serán más felices, insiste Žižek. Pero ojo con alardear de esa felicidad ganada o de sentirse mejor que los demás. Puede provocar envidia. Y la envidia como sentenció alguien es la forma más siniestra de la admiración y el tributo que paga la mediocridad a lo excelso.



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