El otro que nos habita
(10/2/2015) Todos, también usted y yo, tenemos un lado oscuro, una zona tenebrosa y siniestra, un cuarto prohibido que ocultamos al común de los mortales pero que nos define y complementa.
Mostrarse tal cual, es una utopía que pocos intentan. Es mucha la honorabilidad y las apariencias que se ponen en juego. Por eso cada mañana al salir de casa nos ponemos la máscara de nuestro oficio y de nuestras palabras (que las palabras son el mejor disfraz, no lo olviden) para que los demás, al ver al otro que hay en nosotros, no se asusten de nuestra verdadera apariencia, esa que dejamos en el particular cuarto oscuro, bien guardada bajo siete llaves cual Barba Azul que oculta su infamia. Cada mañana, todos salimos del armario.
Porque en nosotros cohabitan lo racional y lo instintivo, lo diestro y lo siniestro, lo claro y lo oscuro, lo angelical y lo malvado… ¡Es tanto lo que callamos, lo que escondemos, lo que fingimos!
También en aquellos que nos parecen ejemplares y modélicos como los santos que tanto trabajo dan al abogado del diablo encargado de indagar en su lado oscuro y que tantas sorpresas encuentra. El pobre.
Gustavo Martín Garzo, excelente narrador de temas feéricos con prosa fresca y lírica, confirma esta realidad cuando en su última novela “Donde no estás” nos habla de una casa que tiene otra casa escondida, una casa prohibida, oculta, oscura.
Casas ocultas, cuartos oscuros, armarios impenetrables, rincones siniestros, en los que refugiamos nuestras pulsiones, nuestros deseos, nuestras vergüenzas.
Karl Jung al referirse a ese lado oscuro utilizó la voz “SOMBRA” para describir una realidad psicológica muy concreta e importante que escapa a todas las evidencias, a todas las razones.
Y la sombra es lo siniestro, es decir, las estructuras de odio, terror, miedo, muerte, que creemos haber superado con el paso del tiempo, de la adultez y del proceso civilizatorio pero que pueden aflorar -y de hecho afloran- en cualquier momento.
Como ejemplo literario de lo anterior estaría “El Vizconde Demediado” de Italo Calvino. Un hombre partido en dos. Con su lado siniestro que hace el mal y el diestro que sólo procura hacer el bien. Así somos.
“Todos tememos y tenemos gran necesidad de la dualidad para enfrentarnos a la vida”, escribió Anaïs Nin en sus famosos Diarios.
Resignados a convivir con nuestro ello, que siempre en guerra con nuestro superyó, nos atenaza con sus pulsiones y deseos más canallas, sólo nos queda elegir la actitud a tomar ante los otros: ¿silenciar nuestra miseria o airearla para que entre la luz en esa habitación sombría que nos acoge por horas?
Lo normal es mantenerla oculta y cerrada a cal y canto para que la apariencia y la máscara que son nuestras vidas no se empañe con el barro de la realidad más prosaica, lo normal es lavar los trapos sucios en la intimidad sin que trascienda, sin que aflore. Pero hay quienes, para evitar neurosis, prefieren abrir la habitación prohibida, airearla para que todos puedan acceder a su interior en un heroico intento de purificación. Sin juicios morales que provoquen conflictos. Pasen y vean.
Entre quienes han hecho del fondo oscuro de su personalidad materia privilegiada para su creación literaria destaca la susodicha Anaïs Nin.
En sus Diarios la escritora estadounidense saca a la luz su intimidad, escarba y pone a la luz pública todo un mundo de pasiones inconfesables, de amores prohibidos, de lujurias extrañas, de oscuras transgresiones, sin reparos ni tapujos, a quien quiera contemplarlos.
Ostentación de su lado oscuro que le sirvió a la escritora como terapia ante trastornos y conflictos no resueltos. Porque la dualidad, convivir con el lado oscuro, lleva a la neurastenia.
“El conflicto solo surge cuando una mitad asume la responsabilidad de juzgar a la otra mitad” confesaba André Vilmorin a una confusa Anaïs Nin que no sabía qué actitud tomar ante la temida y necesaria dualidad de su existencia. Una guerra larvada entre los deseos del yo ideal y los del yo instintivo que solo puede afrontarse mediante la sinceridad. Y los Diarios son eso: sinceridad, desnudez, ausencia de prejuicios, libertad…
Anaïs Nin vuelca en sus Diarios la sombra, el otro lado del espejo, aquello que se alimenta de la libertad de actuar desde los deseos, desde la “amoralidad”, desde territorios vedados a la razón.
Todos deberíamos escribir un diario para evitar la neurosis, para poder convivir con el otro que nos habita.