El libro y las bragas
(20/11/2014) Las editoriales dan cursos acelerados de mercadotecnia a sus escritores para que salgan al ruedo del mercado, al puesto en la plaza, y pregonen las excelencias de su libro. Porque tal como está el mercado ya no vale posicionarse en Internet. No señor. Tampoco promocionar el libro con presentaciones por doquier -incluyendo el bar de la esquina y el pueblo de la mujer-. No.
Hay que vocear el libro, pregonarlo cual vendedor ambulante en villa con cuatro vecinos sordos.
¡¡¡Al rico libro, señora!!! ¡¡Barato, barato!!
Hemos pasado del “hablemos de mi libro” de Paco Umbral al ¡compre mi libro, coño! del escritor iracundo y desesperado.
El editor necesita que vendas libros. Le va en ello la cartera que es tanto como decir la vida. Por eso si te invitan a la Feria del Libro deja de bostezar en la caseta o de rascarte la entrepierna mientras ves pasar a cientos de mirones que ni te ven ni te esperan, que no saben de ti ni de tu libro. Sal a la calle -o sea al pasillo del pabellón ferial- ármate de megáfono, inicia tu guerra comercial desde el vendedor agresivo que llevas dentro y aborda a todo el que pasea.
Y si aun así no compran tu libro los muy rácanos, tómate tu particular venganza, ese plato que debe servirse en frío. Lo hizo Íñigo García Ureta y ya es todo un ejemplo para los invisibles escritores que venden menos libros que crecepelo vende un calvo.
Cansado de ver desfilar una multitud que no osaba ni siquiera mirar su libro -que para más inri se titula “Éxito”- lejos de lamerse las heridas y sollozar cual plañidera en entierro, tomó clara venganza pero en caliente. Fotografió a aquellos avaros que no compraron la obra de sus sueños ni apreciaron lo inconmensurable de su talento. De su “Éxito”.
Fotos que publicó en la revista literaria “Texturas” con una clara advertencia, con una amenaza en toda regla. Le cedo la pistola, perdón, la palabra:
“Aquí están las fotos de unos cuantos que no compraron mi libro. Hay más, por supuesto, y tal vez un día las haga públicas. El año que viene téngalo presente”.
Así que si usted, sufrido lector, se halla entre esos irredentos gorrones que van a pasear la feria y no compran ni un tebeo al niño, absténgase de acercarse a Ureta en la próxima. Ándese con cuidado y compre su “Éxito”, de lo contrario su imagen de roñoso declarado circulará por la red con los ojos vendados del anónimo pero con el gesto que identifica a los tacaños.
¡Hay que vender el libro como sea! ¡Un libro que no se promociona muere y se descataloga! vuelve a vociferar el editor cabreado al escritor que no se ha enterado de cómo está el patio.
Y ya en la calle se encuentra con otros escribas que, también movidos por la urgencia del hambre, braman su producto. Se topa con la competencia y por primera vez entiende aquello de la ferocidad de los mercados.
¡Hay que ganarse al comprador al precio que sea! Vuelve a aullar el editor que no ceja en su empeño de asesorar al escritor de que haga suyo el lema de “La Casquería(LQ) Libros al peso”: “un libro debe construirse como un reloj y venderse como un salchichón”.
Todo vale ante la dictadura de los mercados. Si hay que poner un “todo a cien”, pues se pone. Si hay que ofertar un “tres por uno” pues se oferta. Y si hay que colaborar con otros que venden cualquier producto pues se colabora.
Hace tiempo a alguien se le ocurrió colaborar con los del puesto de lencería y el experimento resultó positivo. Vean abajo el rotundo cartel: “por la compra de tres bragas regalamos un libro”.
Y ya puestos, nada de quedarse en la ropa íntima por muy sexi que sea. No señor. Las panaderías, fruterías y carnicerías también esperan su turno. Porque la gente, dice el editor inclemente, podrá pasar de leer pero no de comer pan a diario. Y las mujeres leerán o no, pero todas llevan bragas.
Y uno, cariacontecido y silente, piensa que debe de ser cierto, que tiene que tener razón el editor dado el número de lectoras que salvan al mundo del libro y la cartera del editor.
Por lo tanto manos a la obra. Para empezar, compañero escritor, te recomiendo comiences por lo de los libros al peso y que cuando compruebes que a la gente le avergüenza llamarte para que pongas en la báscula la mercancía, puedes ayudarte con otra técnica de mercadotecnia: el autoservicio. Y lo pones en un cartel sucio y con faltas como hacen los pedigüeños en la calle. Más o menos así:
“Livros a granel. Sírbase ustez mismo sus livros al peso. Desde un livro a una tonelada”.
-¡Hay que hacer la calle, coño! rebuzna el editor despiadado.