El libro y el cambio
(20/10/2014) Hace unos días un importante buscador de Internet nos recordaba a quienes no dominamos el calendario de las efemérides que se cumplían ciento ocho años del nacimiento de Hannah Arendt, filósofa alemana muy influyente en el siglo pasado y cuyo método de análisis estuvo parcialmente influido por Martin Heidegger.
La noticia del buscador -con una efeméride, reconozcámoslo, algo forzada- me sirve como magnífico pretexto para corroborar la importancia que en un determinado momento de nuestro vivir puede tener un libro.
Digo esto porque Heidegger, a quien muchos consideran uno de los grandes filósofos del siglo XX, interesado en sus inicios de estudiante por la teología católica y con intenciones de ser sacerdote siguiendo el deseo paterno, cambió el rumbo de su vocación y de su existencia debido a un libro que le cayó entre las manos.
Aquel libro que Heidegger leyó cuando tenía 18 años y que le ocasionó una crisis de fe y el abandono del cristianismo era una obra de Franz Brentano que llevaba y lleva por título “Sobre los múltiples significados del arte de Aristóteles”.
Algo parecido, aunque de signo muy contrario, le ocurrió a Santa Teresa de Jesús -de quien el año que viene recordaremos los quinientos años transcurridos desde su nacimiento- que estando muy enferma en la casa paterna leyó “El alfabeto espiritual” del Padre Osuna y a partir de entonces se entregó a la meditación y a la oración mental.
Si nuestra vida depende de hechos casuales, mínimos e insignificantes -algunos tan fortuitos y azarosos como que un espermatozoide alcance antes que otros al óvulo- el libro, la lectura de un determinado libro, puede también ser uno de esos momentos cruciales en cualquier existencia.
Pero aquel libro que llevó a Heidegger hacia la filosofía y a influir en el existencialismo del siglo XX tuvo otro efecto colateral: la publicación de “El ser y el tiempo” (Sein und Zeit) una de las obras de filosofía más importantes y discutidas en el siglo que nos dejó.
Tan importante obra se debió, como es obvio, al libro de Brentano pero hubo otro factor quizás menos conocido. Martin Heidegger confesó que para escribirlo se inspiró en una estudiante judía de 18 años que asistía a sus clases en la Universidad de Marburgo y que se convertiría en su musa y amante, la susodicha Hannah Arendt.
Pero estábamos hablando sobre libros leídos u oídos que han cambiado vidas. Como “Los miserables” que al escritor peruano José María Arguedas le causaba tal emoción que se quedaba sin aire y tenía que salir a la calle a todo correr para oxigenarse, para respirar a todo pulmón. La carta de amor entre Marius y Cosette, que él se sabía de memoria, condicionó sin duda su sensibilidad poética a lo largo de su vida.
O como Alonso Quijano, lector compulsivo de libros de caballería, que le convirtieron en desfacedor de agravios y de entuertos.
Otros más cercano a nosotros como el escritor Sánchez Dragó se impactó tanto ante la lectura de “Recuerdos, sueños y pensamientos” de Gustav Jung que le llevó a escribir “La del alba sería”.
Ahora viene la “pregunta del millón”: ¿seguirá el libro teniendo esa capacidad que tuvo en otro tiempo de influir en los lectores hasta el punto de condicionar el resto de su vida?
Aquí puede haber dos posiciones. La pesimista como la del mismo Sánchez Dragó que afirmó en una entrevista que “todo en el mundo actual conspira contra el libro, soy pesimista al respecto…”.
Y la optimista que asegura que se seguirá leyendo en cualquier soporte y que esas lecturas tocarán el alma de lectores sensibles a sus propuestas, como ha ocurrido siempre.
Uno, que aspira a ser un optimista con fundamento, ve con preocupación la actual dictadura de la “videocracia” y lo difícil que va a ser que a un muchacho le caiga un libro en las manos que cambie su vida. Va a ser difícil que le caiga simplemente un libro. Los libros de texto, esos amigos que acompañaron nuestra infancia, tienen los días contados. El Libro Digital y la Tableta terminarán engulléndolos.
Hannah Arendt hizo su tesis doctoral sobre “El concepto de amor en el pensamiento de San Agustín” de quien se cuenta que paseando por un bosquecillo oyó una voz que le decía toge lege. Y lo que leyó, una epístola de San Pablo, fue decisivo para su conversión.
Eran tiempos en los que un libro podía convertir, transformar, mudar, cambiar. ¿Otros tiempos?