El espíritu de las letras
(20/12/2013) Leo con cierta sorpresa que el Museo Picasso de Málaga expone la obra de la pintora Hilma af Klint (1862-1944), reconocida por la crítica, tras años de ostracismo, como pionera del arte abstracto y adelantada a autores como Kandinski, Mondrian, Malevich o kupka.
Al parecer esta autora sueca, interesada por el espiritismo desde su adolescencia, realizaba sus óleos abstractos, guiada por seres espirituales. ¿¡Cómo!?
Sé que en nuestro mundo racional y pragmático es difícil creer lo que les digo pero de lo que no cabe la menor duda es que Hilma hizo toda una obra para el futuro -pidió a sus herederos que no la mostraran hasta pasados 20 años- y no fue conocida por el gran público hasta que en 1986 se montó una exposición con el elocuente título de “Lo espiritual en el arte abstracto”.
En este tiempo nuestro de hombres y mujeres apantallados, en el que tan mal se llevan lo mágico y lo racional hablar de artistas que se aliaron con los espíritus para concebir su obra puede resultar cómico y hasta grotesco.
Pero como dicen en Galicia “haberlos haylos”. También entre los escritores. Y esto a pesar de que gallegos insignes como don Julio Camba afirmase aquello de que “los verdaderos escritores, los escritores de raza, trabajan con el hígado, con el estómago, con el riñón o con cualquier otro órgano”. Pues resulta que alguno trabaja con algo mucho menos carnal, don Julio.
Dicen que el francés Allán Kardec autor de “El libro de los espíritus” preguntó a sus espíritus protectores cuál era el origen de la inspiración de muchos escritores y que le respondieron, sin cortarse, que era “el espíritu que se comunica con el pensamiento”.
No extraña que con estos antecedentes un escritor como Conan Doyle capaz de crear al detective con más sentido común de la historia literaria, Sherlock Holmes, se empeñara en demostrar la existencia de seres incorpóreos y escribiera The coming of the fairies (1923 (El misterio de las hadas) completando, antes de morir en 1930, una “Historia del espiritismo”. Y todo ante los ojos, redondos como platos, de su criatura, el detective Sherlock Holmes, que no paraba de amonestarle insistiendo en que siempre fue “un grave error teorizar antes de poseer datos científicos”. Ni caso.
También el poeta y traductor Arthur Machen se dedicó al ocultismo, al esoterismo y al misticismo, ingresando en la sociedad secreta Orden Hermética del Alba Dorada, a la que perteneció, igualmente, Bram Stoker, autor de Drácula (1896), obra considerada como “la novela más hermosa jamás escrita” por Oscar Wilde. Le faltó añadir “con ayuda de los espíritus”.
William Butler Yeats, dramaturgo y poeta irlandés, galardonado en 1923 con el premio Nobel de Literatura también fue miembro de la Orden Hermética del Alba Dorada -que visto lo visto daba más espiritistas que ministros ha dado el colegio madrileño del El Pilar- y siempre se halló inmerso en un halo de misticismo.
Sin ir tan lejos, nuestro admirado José Zorrilla, visitado por el espíritu de su abuela, cuando esta se hallaba en Torquemada y él en Valladolid, y por el de un jinete sobre caballo blanco cuando asomaba su curiosidad infantil por el balcón, se preguntaba muchas veces por qué en sus escritos había tanto fantasma y aparecido, tantas evocaciones y conjuros “que más parecen mis libros tratados de cabalística y demonología que trabajos de hombre social y buen cristiano”. A saber.
Lejos de Valladolid, en Salem (Massachussets) Nathaniel Hawthorne, autor de La letra escarlata (1850), y figura clave de la literatura norteamericana, se veía todos los días en la Biblioteca Atheneum de su ciudad con el clérigo doctor Harris, que ocupaba su tiempo, desde hacía años, en leer el periódico del día junto a la chimenea. Todo muy normal y hogareño. Muy normal hasta que un amigo le dijo a Hawthorne que su compañero, el doctor Harris, había fallecido hacía mucho tiempo.
Otro grande que hizo del espiritismo su “modus vivendi” fue Víctor Hugo, uno de los pilares de la lengua francesa. La fatídica muerte de su hija Léopoldine, -ahogada en el Sena- le hizo buscar la posibilidad de comunicarse con ella en sesiones de espiritismo. En ellas llegó a conversar con su hija pero también con Shakespeare, Lutero, Molière, Dante, Mozart, Esquilo, Galileo, Platón, Napoleón, Josué… El autor de Los miserables que escribió obras como Las voces interiores, Los cuatro vientos del espíritu o El fin de Satán terminó sus días susurrando estas palabras «Ceci est le combat du jour et de la nuit… Je vois de la lumière noire.» (Es el combate del día y de la noche… Veo la luz negra).
¿Y qué me dicen de Charles Dickens? Pues que también tenía su espíritu post-mortem. Veamos.
Tras fallecer dejando sin terminar su obra “Misterio de Edwin Drood” (1870-1873) dicen, quienes creen en estas cosas, que se vio obligado a echar mano de un mecánico llamado Thomas P. James -natural de Vermont (USA)- para que, tras sesión mediúmnica, se convenciera ser el elegido para tan alta misión.
Y podríamos seguir con Dante Alighieri que también tuvo la mala idea de morirse sin terminar la Divina Comedia y que hubo de jugar a los aparecidos para que alguien concluyera los trece cantos que faltaban.
O con Lord Byron, escritor bipolar, capaz de estar encamado en Patrás (Grecia) para superar la malaria y firmando en el registro de la Casa Real, en Londres. ¡Quién pudiera!
A los escritores que se han “chutado”, a los que dejaron este mundo “por las bravas”, a los depresivos, a los infelices, a los de sexualidad tormentosa, podemos sumar, a partir de ahora, a los que tuvieron trato con los espíritus. ¡Menuda fauna!