El capitán Mora
(30/09/2016) A leer, lo que se dice a leer, muchos aprendimos con el Capitán Trueno. En la escuela aprendimos las letras, las sílabas, la “m” con la “a”, “ma”, por ejemplo. Pero la lectura verdadera, esa que desata la imaginación y convierte las palabras en sueños de la mente, la aprendimos con el Capitán Trueno de Víctor Mora.
Ya sé que queda más solemne decir que aprendimos con el Quijote o con los libros de Julio Verne, pero no es cierto. No es cierto para la mayoría de aquellos niños de los cincuenta-sesenta, que carecíamos de todo y que, sin libros, por envidiar, envidiábamos hasta a los ratones de biblioteca.
Víctor Mora, el inteligente creador del personaje cruzado inspirado en Ivanhoe, el “personaje progresista sin que se le notara” que dijo alguien, el “Capitán Mora”, nos dejó el pasado diecisiete de agosto, sin que Crispín o Goliath pudieran hacer nada por impedirlo. ¡Ellos que de tantos peligros le habían librado! Muchos, al saberlo, experimentamos en lo más profundo la soledad del huérfano.
“Deme un Jabato y un Capitán Trueno” pedían los niños de ciudad al señor del quiosco, pero los niños de pueblo no teníamos quiosco. Yo iba al bar de mi tío Julio y buscaba con impaciencia los viejos números que ya habían manoseado mis primos y me entregaba a sueños de héroe, a mundos de fantasía, a paraísos lejanos, más allá de la realidad opaca y gris de mi pueblo. Allí, sumergido en aventuras exóticas, nació el lector que soy.
Excelente guionista, Víctor Mora, nos sorprendía cada día con aventuras increíbles, excelentemente ambientadas en la época, detalladas con rigor histórico, y desbordantes de fantasía.
¿Y qué decir de los personajes? Mora nos ofrece hombres y mujeres de carne y hueso que bromean, ríen, lloran y aman. Héroes y antihéroes, quijotes y sanchos, personajes humanos que aciertan o se equivocan, sufren y gozan. Y se enamoran.
¿Quién no estuvo, en algún momento de su infancia, enamorado de Sigrid?, ¿quién no buscó entre las niñas de la escuela, alguna que se acercara al modelo de mujer que enamoraba a nuestro héroe?, ¿no serían estos amores de infancia, los causantes de nuestra obsesión por las suecas, en años de desarrollismo y seiscientos?
Uno es, entre otras cosas, los libros que ha leído. Y el Capitán Trueno, aquel héroe medieval, aquel quijote desfacedor de agravios, forma parte de nuestro ser más íntimo. Ese que cuajó en la infancia.
Identificados con Trueno hasta el delirio, buscábamos recorrer el mundo y vivir apasionadas aventuras, vencer a bellacos y malandrines, enderezar entuertos, hasta encontrar a nuestra Sigrid.
Luego, ya adultos, tuvimos que recorrer el mundo, pero fue el mundo duro de la emigración y a nuestra Sigrid la intuíamos en la pantalla, lejana e imposible, en alguna de las nórdicas que enamoraban a Alfredo Landa.
Excelentes dibujantes como Ambrós, Francisco Hidalgo, Antonio Parras, Antonio Bernal…entre otros, trabajaron en aquellos añorados tebeos, elevándolos a obra de arte. Pero el creador, el guionista, era él, Víctor Mora.
“Que no se enteren los guionistas de que los importantes son ellos”, decía Billy Wilder para dejar bien claro quién debe o debería llevarse los aplausos en el cine.
Desde el primer número “¡A sangre y a fuego!” que nos costaba una peseta y veinticinco céntimos, el éxito de Trueno fue imparable llegándose a vender 350.000 ejemplares semanales.
¡Una peseta y veinticinco céntimos! Toda una fortuna que muchos no lográbamos reunir en los agujereados bolsillos de nuestros pantalones. Pero los gozábamos cuando ya, viejos y descosidos, grasientos por el uso, eran abandonados en el rincón de la cocina familiar.
Aquel disfrute con el tebeo usado fue, seguramente, el inicio de la querencia que muchos hemos tenido, ya adultos, por el libro de segunda mano, haciéndonos clientes fieles de las librerías de viejo o coleccionistas compulsivos de libros heridos y destartalados.
Mora formó parte de nuestra infancia y sin pretenderlo fue nuestro maestro en el arte de la lectura.
Si la ciudad literaria de los escritores es la infancia, según aseguró Rilke, el Capitán Trueno fue nuestro refugio literario, cuna de fantasías mecida por el piadoso narrador que fue Víctor Mora.
Los infantes aprendimos a leer y a hablar con él (no olvidemos que infancia viene de “infans” que significa “el que no habla”) y desde entonces somos un poco o un mucho “truenos” empeñados en mejorar la vida, esa aventura que siempre acaba mal, y termina venciéndonos. Como a Víctor Mora.