El baúl de los recuerdos
(30/3/2016) Las investigaciones y ponencias sobre la memoria y el recuerdo se multiplican más que la mala hierba en primavera. Abres el periódico y te encuentras titulares como estos: “Siete formas de mejorar tu memoria”, “La siesta mejora la memoria de los bebés”, “la comida basura puede dañar tu memoria”, “¿puede mejorarse la memoria tras la menopausia?”… y así hasta el agobio.
Pero últimamente es el recuerdo el que se lleva el gato al agua en lo que a tesis doctorales se refiere. Sesudos trabajos sobre la formación y consolidación de los recuerdos, sobre las emociones y su papel en el recuerdo, sobre la manipulación inconsciente que hacemos de ellos, etc. etc., están a la orden del día…
Y uno, que siempre fue algo escéptico ante tanta tesis y tanto laboratorio, echa mano de la experiencia, esa dama que tanto enseña y tan poco se valora, para convencerse de que para tal viaje no eran necesarias tales alforjas. Porque la experiencia nos dice que guardamos los recuerdos agradables de nuestra vida y apartamos los infelices para poder sobrellevar la existencia (o este “perro mundo” que dicen otros), que manejamos los recuerdos que nos favorecen en una “manipulación inconsciente” que se multiplica a medida que nos metemos en años.
Hablen ustedes con los más viejos y se convenzan de lo que les digo. Verán como sólo recuerdan sus actos heroicos y generosos, sus hazañas y sus conquistas, sus buenas acciones, mientras han olvidado los perversos: sus torpezas y bellaquerías, sus maldades. Reescriben el pasado para que encajen mejor en el presente que es lo que importa.
Por eso hay que decirlo bien fuerte: la balanza del juicio final está escorada hacia el bien y ni los más monstruosos asesinos recuerdan los crímenes que cometieron en vida y que deberían poner en la balanza del mal. Monstruos que sin embargo no han olvidado la limosna que dieron al pobre que robaron ni el consuelo a la viuda del que se quitaron de encima.
Vayan ustedes a cualquier juicio y comprueben lo fácil que les resulta a los corruptos no acordarse de nada que tenga que ver con el saqueo de lo público mientras recuerdan perfectamente y nos aleccionan sobre sus obras meritorias en el partido.
Decía Borges que la función de la memoria es imaginar la felicidad que no hemos tenido aunque sea a través de hechos imaginados.
Nuestros recuerdos a medida que envejecemos y se va acercando la parca, se preparan para dar cuenta de lo que interesa para la salvación del alma. No podía ser de otra manera después de siglos de preparase para el bien morir. De multiplicar méritos y olvidar agravios.
La función del recuerdo, incrustada en nuestro cerebro reptiliano, consiste en poder imaginar la felicidad que no hemos tenido. Por eso cualquier tiempo pasado lo recordamos mejor.
Hablen con sus vecinos y digan si es verdad o no lo que les digo. Simple mecanismo de ganar los cielos, tras la muerte…Algo que tenemos incrustado en lo más atávico de nuestro cerebro esa gelatina de mil billones de conexiones que contienen los recuerdos.
Recuerdos que son nuestros y de nuestros ancestros, pues según investigaciones recientes (Brian Dias y Kerry Ressler de Centro de Investigación de Primates de Atlanta) la memoria se puede heredar de una generación a otra. Es lo que se llama la Herencia Mnemorística Epigenética, herencia que trasmite a la prole informaciones de una vida anterior, la de nuestros antepasados.
Esa memoria oculta o recuerdo oculto de algo que hizo el abuelo, nos salvará de responsabilidades (“la culpa es de mi bisabuelo” oiremos de ahora en adelante) pero nos obligará con nuestros descendientes (“abuelo, cuidado con lo que haces y con lo que piensas” nos previene el nieto).
Unamuno que debía de tener buena genética ancestral y mejor memoria oculta, se refugiaba en el recuerdo cuando le venían mal dadas, que fueron muchas veces:
“Me destierro a la memoria/ voy a vivir del recuerdo/ y buscadme si me pierdo/ en el yermo de la historia”.
Y ese yermo al que se auto-desterraba el vasco eran los buenos recuerdos de sus abuelos, mucho mejor que su destierro a Francia, seguro.
Dicen que Freud intentaba sanar a sus pacientes desmenuzando sus recuerdos. Y hubo casos que le resultaron imposibles. No sabía el insigne científico que los recuerdos del sujeto eran también los de sus ancestros y que llegaban hasta la prehistoria y así no había psicoanálisis que pudiera eliminarlos. Ahora ya lo sabemos.