Desde la ironía
(20/11/2015) Dicen los antropólogos que lo que nos hace superiores en la escala animal (y decir esto tras los atentados de París, es mucho decir) es el lenguaje, la capacidad simbólica de representarnos el mundo. Pero no estoy de acuerdo.
Lo que nos hace superiores como especie y sobrevivir a la depresión existencial es la ironía, esa capacidad de la inteligencia que te permite soportar lo insoportable, comprender lo incomprensible y adaptarte a lo inadaptable en el desquiciado mundo que nos rodea.
Por eso todos hemos oído hablar del lenguaje de los delfines, incluso del lenguaje de los árboles, pero nunca nos hablaron de su ironía, esa capacidad que pertenece en exclusiva a los sapiens y que se ha convertido en nuestro más señero atributo.
Oyes un telediario y, cuando estás a punto de arrojarte por la ventana, echas mano de la ironía, cambias de opinión, y te vas a tomar unas cañas con los amigos.
Pero ¿quién fue el primer irónico? se habrán preguntado más de una vez. ¿Quizás fue un homínido que animó a sus compañeros a bajar del árbol y enfrentarse a la sabana mientras él ascendía a las ramas más altas para comprobar el festín de los leones? O, si retrocedemos en la escala evolutiva ¿lo fue, tal vez, un pez temerario, el Tiktaalik, que abandonó las aguas mientras con disimulada ironía les decía a sus compañeros “me voy a dar un baño de sol” y le salieron patas hace 3.500 millones de años tal como nos cuenta Neil Shubin en Tu pez interior. 3500 millones de historia del cuerpo humano?
El irónico surgió de la sopa oceánica de entre un rebaño de estúpidos y ha sobrevivido desde entonces a la estulticia de la especie.
“Ironías de la vida” dice alguien cuando algún suceso rompe los esquemas de su lógica. Pero no. La vida no tiene ni produce ironía. La vida existe gracias a la ironía, al comportamiento burlón y descreído que te obliga a no tirarte al tren.
Luego está el humor. Tomarse la vida con humor. Pero el humor no es una forma de la inteligencia como la ironía. Es más bien una forma de la decencia que te permite reír las gracias en vez de abofetear al de enfrente. El humor es subversivo y te defiende de un mundo incongruente. Sirve para “desacomodar interiores y desmontar verdades” como nos dijo Gómez de la Serna.
El humor te salva a corto plazo. Es cortoplacista. Pero la ironía te ayuda a capear el temporal de la insulsez y la nadería existencial y te ayuda a sobrevivir. Te salva de la depresión atávica de quien sabe desde siempre que la vida es una película que acaba mal.
Ya se lo preguntaba Calderón de la Barca cuando se fustigaba con aquello de “qué delito cometí contra vosotros naciendo” para terminar respondiéndose que “el mayor delito del hombre es haber nacido”. Pues eso.
-Lo dices con ironía- te espeta alguien cuando le das la vuelta a su argumento desde el disimulo y la fineza para ver si lo entiende, aunque ni por esas.
Desconozco si hay alguna escuela filosófica que haya centrado sus argumentos en la ironía. De no ser así, a tiempo están pues temas más baladíes e insustanciales se han tratado: el ser, la nada, la existencia…Todo irónico es un filósofo que ejerce.
La ironía es la que nos conforma como especie. ¡Ay de quienes no sean irónicos!
José Luis Ramírez, filósofo madrileño, afirma que “la ironía significa la condición existencial humana como ser en el mundo y que el discurso sobre la ironía es un discurso de antropología”. Más claro, el agua.
Y luego está nuestro diseño como especie que no obedece a lo racional sino a lo irónico. Somos producto de una historia evolutiva en zig, zag, con irónicos compulsivos cambiando de dirección hasta el infinito. Hasta el apocalipsis.
La paradoja de nuestra existencia se alimenta cada día de la ironía con la que sazonamos nuestra arrogancia y decepción, nuestro sentido de lo trascendente y nuestra conciencia de lo finito. Sin ironía, todos locos.
Pero me estoy metiendo en honduras y ya casi rozo el sarcasmo que es ironía mordaz y cruel para ofender o maltratar. Y ese no es mi propósito.
Dejo este artículo que sólo me trae preocupaciones, angustias e inquietudes y me voy a ver las noticias para sosegar mi espíritu. ¡Qué ironía!