Del viejo ¿El consejo?

(20/1/2013) Moralistas de todo pelaje, predicadores lustrosos y mediáticos, políticos espurios y falaces y mandatarios vestidos con el traje viejo de la corrupción, llevan riéndose a carcajadas de nosotros desde la prehistoria. Que ya es reírse.

Prisioneros como estamos del viejo consejo que nos aleccionaba a “hacer lo que dicen, pero no hacer lo que hacen” ellos, creadores de la advertencia, siguen riéndose en nuestras barbas de crédulos ignorantes.

Hemos puesto a la zorra al cuidado del gallinero y así nos va.

Por eso, es hora de decir basta a tanto embuste y tanta monserga. ¡Basta!

Ahora que las investigaciones vinculan los momentos más trágicos de la historia con el frío extremo -lo confirma un sesudo estudio climatológico que se remonta al año 1040- . Hay que decir que no. Que nuestras desgracias, de deberse a algo, se deben a la estulticia de los más y a la listeza y deshonestidad de los menos. ¡Hombre!

La peste negra, la guerra de los treinta años, la invasión de Rusia, señores investigadores suizos, tienen que ver con el frío, sí. Pero con otro frío. Con el frío cuchillo del poder y del abuso.

Ahora sabemos que son ellos quienes han difundido las viejas consignas que les han permitido seguir con la burla y dominar el mundo: “Haced lo que decimos pero no hagáis lo que hacemos. Así podremos seguir dándonos la gran vida y vosotros os quedaréis mirando”.

Entendemos que son ellos quienes redactaron el cuento de “La lechera” para que no nos atreviéramos a soñar  y fuéramos conformistas mientras medraban a nuestra costa.

Constatamos que son ellos quienes difundieron tantos y tantos consejos, avisos, recomendaciones, advertencias, admoniciones, cuentos y moralejas. “Del viejo, el consejo” nos decían, desternillándose de risa.

Quieren, como asegura Dan Ariely en su magnífico ensayo sobre “¿Por qué mentimos?”, obtener ventajas del engaño mientras se sienten personas magníficas; obtener ganancias de cualquier tipo y de cualquier modo sintiéndose bien con su conciencia. El engaño como “modus vivendi”.

Cojan ustedes cualquier manual antiguo de moralidad y buenas costumbres o la enciclopedia Álvarez de la niñez de algunos. ¿Se acuerdan?

Claro, ¿quién no recuerda los beneficios bíblicos del sufrimiento con el que nos bombardearon la infancia? Por ejemplo.

“Ved el sufrimiento como una oportunidad, no como una maldición. Sed sufridos que así seréis refinados y purificados. Mejores personas tras la prueba” nos decían. Y llega ahora el renombrado psiquiatra Luis Rojas Marcos y nos dice que no, que “el sufrimiento ni te hace más sabio ni mejor persona”. Nos lo temíamos.

Vivimos en una eterna engañifa en la que unos listillos  nos han dado las cartas del vivir marcadas para ganarnos la partida y de paso veranear en yate.

Por eso el número de corruptos progresa geométricamente a ritmo de telediario y donde menos te lo esperas salta la liebre del “chorizo” de turno.

-¿Y si hubiera cien hombres justos y no corruptos, salvarías a los ciudadanos? clama el pobre Abraham asustado…

- Sí. De haberlos…

Pero no hay cien hombres justos entre la ciudadanía.

“Sed humildes, huid de la soberbia” nos decían también y si te dan donde duele, pues no pasa nada hombre, pones la otra mejilla y todos tan contestos.

Guardaban para sí la soberbia del poder y el uso del palo para gobernar a toda una corte de humildes que no se han planteado nunca por qué los golpes siempre los reciben los mismos.

Y nos dieron y nos dan en las dos mejillas, y donde la espalda pierde su nombre  y donde le encuentra.

Nos decían también “si robas, te espera la cárcel, ese antro vil y abyecto” y dejaban para ellos el hurto a gran escala y las cárceles doradas para estar dos días y salir millonarios tras pagar la millonaria fianza. Que por dos pesetas yo no me mojo, ¡robagallinas!

“La felicidad no consiste sino en tener una razón perfecta…el dinero no da la felicidad”…nos asesoraban también; y mientras predicaban esta sarta de mentiras, corrían a esconder sus metales en Suiza y no precisamente para hacer relojes.

-¿Y si hubiera, señor, diez hombre juntos? ¿Destruirías Sodoma?

Pero no hay diez hombres íntegros en la ciudad y Abraham, abatido, llora mientras la abandona.

“Bienaventurados los que lloran…”.



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