De pantalla a pantalla
(10/03/2023) No hay escape posible. A las pantallas que nos observan en el hogar, que continúan haciéndolo en bares y terrazas, se les suman ahora las que ha sembrado la municipalidad en calles y plazas.
Lo virtual se impone en el único lugar que quedaba libre: en la avenida aún no contaminada por el ruido digital, en el paseo libre de humos y de pantallas.
A la vuelta de cualquier esquina te espera el pantallazo. Caminas tan tranquilo, meditando en la última noticia del telediario y, de repente, te asalta la pantalla cual bandido en descampado. Una placa gigantesca para recordarte los monumentos de la ciudad que habitas, la hora y la temperatura. Por si no lo sabías.
No hay salvación posible. La pantalla, animal invasivo donde los haya, ya ha colonizado los rincones y nadie queda a salvo de su fogonazo iracundo.
La calle es un juego de la oca donde siempre caes en el pozo de la pantalla. De pantalla a pantalla y tiro porque me toca.
Aquel ojo de Dios que todo lo veía y que encogió nuestra infancia se ha hecho carne y habita entre nosotros. Ha tomado forma de pantalla para observarte cuando cruzas la calle y alimentar así el insaciable algoritmo que nos gobierna desde Silicon Valley.
Nadie podrá decir aquello de “yo no he sido”. La pantalla será el dedo acusador, el fiscal que demostrará que todos somos culpables, el VAR que verificará nuestros “fuera de juego” para acabar sancionándonos, para recordarle al mundo nuestra condición de culpables.
Pantallas por doquier. En el hogar, en la calle y en el aire. También en el aire. El cielo, esa enorme pantalla azul que nos impide ver las estrellas, está poblado de millones de ojos. Son tantos que, a veces, salen de su ocultamiento para manifestarse en cualquiera de sus facetas: satélites, ovnis, globos chinos, drones espías,…
Cada vez será más difícil acceder a la realidad. Todo conspira contra ella.
Me acerco para ver la nueva fuente que inaugura el ayuntamiento de esta ciudad contada. Se trata, según asegura la propaganda, de una fuente cibernética dotada de electroválvulas sumergibles de corte ultrarrápido que permiten llevar a cabo un espectáculo de luz y sonido.
Pero, para mi sorpresa, lo que ven mis ojos no es el anunciado espectáculo de color y juegos de agua, sino cientos de móviles, elevados por sus propietarios, que están grabando el suceso. Un muro de pantallas que ocultan la realidad a los propios y al resto; un bosque de celulares que no dejan ver los árboles líquidos y fosforescentes que escupe el suelo.
La dictadura de las pantallas, la polución visual que nos rodea hasta la neurosis, es ya una enfermedad existencial, una obsesión, una histeria.
El nuevo saludo que impone esta moderna tiranía visual está siendo investigado por los estudiosos. Observen la imagen que abre este artículo y vean el parangón con el saludo romano: brazo derecho en alza, cuarenta grados sobre la horizontal y apenas ladeado hacia la derecha. Prietas las filas y firme el ademán.
Y todo ¿para qué?…para ver lo que tienen delante de sus narices a través de un espejo.
Nuestro ecosistema es la iconosfera porque percibimos y entendemos la realidad a través de imágenes, de iconos, asegura el historiador de arte Manuel Borja-Villel.
La tiranía de lo visual ha llegado a la calle, como les dije. Nadie escapa a sus destellos hipnotizadores, a sus mensajes capciosos.
El homo sapiens es ya un homo videns que produce y engulle imágenes mientras borra conceptos e ideas.
Nuestra capacidad de abstracción, nuestro ser pensante se está viendo amenazado por la proliferación de pantallas.
No sé si es cierto, si lo he leído o me lo han contado: uno de los individuos que grabaron la fuente susodicha, ya de vuelta a casa, se dio de bruces contra una de esas pantalla que ha puesto el consistorio en plena calle. Iba mirando su móvil para constatar la temperatura ambiente sin saber que la pantalla gigante se la estaba ofreciendo en enormes dígitos.
Tengan cuidado. Hay un peligro real de estrellarse contra una pantalla. Y no estoy hablando en sentido metafórico.