De las galerías a los Alpes
(10/12/2025) Acabo de leer que el museo más extremo de Europa solo podrá visitarse tras una caminata de ocho horas y ascendiendo 2.300 metros. Como lo oyen. El Frattini Bivouac, que ese es el nombre del museo aludido que se deja ver en los Alpes de Lombardía, responde a una iniciativa del GAMeC (Galería de Arte Moderno y Contemporáneo) que busca, además de cansarnos, que reconsideremos la relación entre arte, espacio y sostenibilidad en medio de cambios climáticos que serán cada vez más extremos. O sea, y para entendernos, que si Venecia se inunda como consecuencia del cambio climático y del turismo habrá que subir el Palacio Ducal y la Biblioteca Marciana a lo más alto, allí donde no llegan las mareas del Adriático ni el turismo masivo que todo lo inunda.
Y lo mismo habrá que hacer con el Louvre, cuya sostenibilidad está en duda tras el último “robo del siglo”. Robo que ha evidenciado la escasa protección de su tesoro y ha dejado a los de seguridad al borde de un ataque de nervios.
El arte tendrá que buscar caminos de protección contra el cambio climático y contra los activistas que protestan por lo mismo arrojando sopa sobre la Mona Lisa o pintura contra la fachada de la Sagrada Familia de Barcelona.
También los responsables del Museo del Prado, alertados por lo sucedido en el Museo Naval de Madrid donde unos activistas arrojaron pintura sobre un cuadro de Colón, tendrán que ir mirando hacia la Sierra de Guadarrama para proteger Las Meninas. Ese cuadro, donde el gran Velázquez se atrevió a pintar el aire, tendrá que volver al aire de las montañas cuando los mares crezcan y Madrid tenga por fin playa.
El Frattini Bivouac, además de la seguridad que ofrece a las pinturas y a otras joyas de la república, contiene en su iniciativa otra ventaja. La de que a partir de ahora se terminen las discusiones entre alta o baja cultura. El eterno dilema que tanto dividió y sigue dividiendo a la crítica acaba de resolverse. La primera se colocará en lugares elevados de difícil acceso, donde solo puedan subir los esforzados -inaccesibles a camiones con plataformas elevadoras y escaleras extensibles, como los usados por los ladrones del Louvre- y la otra en los lugares habituales expuesta a todas las inclemencias que si no han llegado, llegarán.
Arriba La vida es sueño, La traviata, Las meninas, abajo las telenovelas, los videojuegos, los grafitis y todo eso que se ha llamado “cultura de masas” o “cultura del entretenimiento” o “cultura de las pantallas” … Arriba Calderón, Verdi, Velázquez, abajo los vendehúmos elevados al “famoseo” por críticos sin gusto ni pasión cultural.
Si la cultura es una experiencia de la extrañeza, lo primero que ha de buscar son localizaciones sorprendentes que la alejen del mero consumismo. Y el reciente museo construido en los Alpes lo ha logrado. Ahora lo que toca es seguir su ejemplo.
Hoy se ha impuesto la tiranía del gusto y los consumidores del arte tienden a lo ligero, a lo fácil. Pero la cultura tiene que costar esfuerzo, dicen sus defensores, por eso tras los Alpes habrá que continuar situándolos en lugares imposibles. En el fondo de los mares, por ejemplo, como han hecho en Lanzarote creando el primer museo subacuático con más de trescientas esculturas.
En alta montaña o en alta mar. En lugares bien “altos”. Aunque uno, que ya no está para clases de buceo ni para usar el esnórque, acostumbrado al senderismo y a los bastones, prefiere la montaña donde el aire aún está libre de microplásticos.
No ha llegado a mis oídos la existencia de museo alguno en cualquiera de los planetas o satélites que rodean nuestro sistema solar, aunque es posible que haya pasado por la cabeza de algún billonario, dispuesto a hacerse con La Piedad de Miguel Ángel y llevársela al planeta más cercano para salvarla de locos con martillo. O del apocalipsis nuclear que cada vez está más próximo.
En unos tiempos en los que se ha impuesto la tiranía del miedo, habrá que tener cuidado. No hay guardia de seguridad para tanto museo ni para tanto loco con armas nucleares como anda suelto.
Quizá no nos quede más remedio que hacer lo que han hecho los noruegos con la Bóveda Global de Semillas de Svalbard, el mayor banco de semillas del mundo para proteger la biodiversidad: llevar el arte de nuestros museos a 1.300 km del Polo Norte en un archipiélago perdido en el fin del mundo a 130 metros de profundidad. O a lo más alto del Everest. A salvo de ladrones y otras catástrofes.

