Concentración

 

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(20/07/2023) Sumergidos como estamos en un mundo de imágenes, hay muchos que se preguntan sobre las consecuencias evolutivas que ocasionará en nuestra especie tanta inmersión.

Y de momento, a falta de datos contrastables, los amigos de la derrota y el apocalipsis auguran un mundo lleno de gente desconcentrada y superficial.

“El gran problema de nuestro tiempo es la falta de concentración” asegura la experta en literatura medieval Victoria Cirlot preocupada por la lluvia de imágenes que nos desbordan y la incapacidad que manifestamos para mantener la atención sobre las mismas.

El campo de concentración que son las redes sociales roban la concentración de los usuarios, dicen los agoreros, pero uno mira a los jóvenes sentados en la terraza de cualquier calle y están todos muy concentrados en su pantalla, ¡qué paradoja!

Los nativos digitales, eso que se ha llamado “generación Google”, son incapaces de prestarse a la contemplación y meditación que exigen las imágenes y, según los psicólogos, se muestran torpes a la hora de analizar información compleja y de formular ideas profundas.

Vayan al Museo del Prado, dicen, y cronometren el tiempo que cada hijo de vecino dedica a la contemplación de Las Meninas de Velázquez. Comprobarán que la prisa se ha adueñado de cada cual y que nadie dedica el tiempo necesario para verlo con cierto detalle.

“Nuestra sociedad está montada sobre la prisa, hay que fomentar el placer de contemplar una obra de arte durante quince minutos” dice el artista español Guillermo Fornes. Pero la media que nos lleva un cuadro son unos treinta segundos según aseguran los que se han dedicado a ello, tiempo que está muy relacionado con el que los médicos dedican a sus pacientes, los padres a sus hijos y los banqueros a sus clientes.

Al final del antropoceno -esa era geológica que tendrá al plástico como principal protagonista- habrá homínidos con el índice hiperdesarrollado de tanto darle a la tecla y con unos ojos grandes y aborregados, como de vacas mansas, de tanto ver pantallas sin comprender nada. Eso dicen.

¿Será esto cierto o será todo una falsa alarma?

El catastrofismo ante todo lo nuevo tiene siglos de recorrido. Dicen que Sócrates, gran defensor de la cultura oral, no entendía que sus coetáneos se afanaran, por primera vez en la historia, en una cultura escrita que exigía el dominio de la lectura. ¿Para qué guardar textos en pergaminos -se preguntaba el sabio ateniense si los memoriones, aquellos tipos que guardaban en su cerebro cualquier historia narrada, eran capaces de recordarlos con su portentosa memoria?

Como Sócrates, muchos neurólogos confirman que nuestro cerebro ha perdido la capacidad de concentrarse, que la gente ya no está para escuchas o lecturas largas y profundas, que lo nuestro es saltar, cual posesos, de una imagen a otra, de un vínculo a otro, sin apenas prestar atención a su contenido, que debemos volver a la feliz Arcadia de nuestros abuelos, libre de pantallas y de redes.

¿Se equivocarán , como el sabio ateniense, también estos científicos?

La realidad se muestra cerril, dicen, y meditar, concentrarse, detenerse, recogerse, son términos que ya nadie usa, y la lectura, esa actividad lúdica que exige concentración, está perdiendo la batalla ante la inmediatez y superficialidad a la que nos abocan las redes sociales. ¿Cómo podemos leer cuando nos hallamos conectados a todas las pantallas? ¿Cómo afrontar la lectura profunda de un texto cuando tenemos la sensación de estar perdiéndonos algo por no atender a nuestro móvil?, se quejan los profetas de todas las calamidades.

Uno, que es un optimista irredento, quiere pensar que no. Que ha llegado para salvarnos esa Inteligencia Artificial que hará revocable el desastre que se avecina, pero todos me dicen que un optimista es una persona mal informada, que mire a mi alrededor y luego hable, que mucho ojo con esa IA que sembrará nuestro mundo de dudas y peligros.

Y sí, veo que todo conspira contra el sosiego y la constancia, que vivimos en la prisa y que lo que se lleva es pasar de una cosa a otra sin darle tiempo a la observación ni al asombro, que las veinte horas diarias que pasamos ante el móvil, el ordenador, la tele o la tableta lejos de potenciar nuestro poder mental nos incapacitan para concentrarnos, para pensar.

Pero habrá que mantener la esperanza en el futuro, la fe en este homínido capaz de lo peor y de lo mejor. De ayudar a un desvalido a incorporarse o de apretar el botón nuclear.

 



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