Chopin: El compañero de George Sand

(21/3/2010) Aprovechando que Fryderyk Chopin nació en 1810, los mundos de la cultura y del negocio se apresuran a programar una serie de actos que recuerden al compositor romántico para así poder llenar programaciones unos y bolsas otros.
Y el personaje, como ocurre en cualquier efeméride, pasará de un olvido secular para el común de los mortales a tener una presencia machacona y excesiva en todo tipo de manifestaciones culturales -alguien aprovechará para hacer una película, otros para publicar o reeditar algún libro sobre su vida, y los habrá que en un alarde de osadía intelectual se atreverán a escuchar su música-, para pasar al año siguiente a la indiferencia o al abandono del panteón de los ilustres hasta que pasen otros cien o doscientos años en su “mortuografía”. Que no puede haber conmemoraciones para tanto famoso y hay que distribuirse el pastel, señor ilustre.
Pero lo mejor de este bicentenario es que nos hará conocer un poco mejor la figura de la escritora George Sand -la sorprendente Aurora Dupin- que acompañó al músico a la Cartuja de Valldemosa para curar sus dolencias y que escandalizó a propios y extraños por su forma de malvivir que es como se dice de quien sabe vivir de verdad y sin perder el tiempo.
Bien claro lo dijo “soy yo quien vivió y no un ser ficticio creado por mi orgullo” o “amad, es el único bien que hay en la vida”.
Era aquel un turismo sanitario que solo podían permitirse los ricos enfermos de entonces y que los llevaban a lugares insólitos muy recomendables para sanar su cuerpo y no tanto para que los lugareños entendiesen su alma. Y allí llegó acompañando al compositor polaco la Sand, una mujer que gustaba de beber la vida a grandes tragos sin reparar en escándalos de curas, monaguillos o beatas. Una mujer que había escandalizado a la sociedad parisina, que ya es escandalizar y que no estaba dispuesta a quemar su vida en fruslerías. “No podemos arrancar una página del libro de nuestra vida, pero podemos tirar todo el libro al fuego”. Más claro, el agua.
Y llegó con los pantalones puestos, acompañada de dos hijos de un anterior matrimonio, amancebada con el músico y fumando como un carretero. Imagínense. Hasta hace cuatro días la habrían echado de mi pueblo y estamos nada más y nada menos que en el invierno de 1838 y 1839.
Amandine Aurore Lucile Dupin, baronesa Dudevant para más señas, y George Sand para los escribas, debería ser recordada por su importante obra literaria y no por su forma de vestir, por sus importantes amistades (el compositor Franz Liszt, el pintor Eugène Delacroix, los escritores Heinrich Heine, Victor Hugo, Honoré de Balzac, Julio Verne, Gustave Flauvert…) o por sus muchos o pocos escándalos sexuales; pero el personaje en este como en otros casos ha devorado a la escritora. Y todos hemos perdido en ello.
“No es hombre ni mujer, es un ser que piensa” fue la definición que alguien hizo de la prolífica autora francesa.
Por eso aprovechando “el completo programa de actividades” que el bicentenario nos va a aportar sobre la figura de Chopin y su revolucionaria forma de componer y tocar el piano, no estaría mal que nos detuviéramos en su compañera en Mallorca, en George Sand. Con más de 140 obras literarias en su palmarés que incluyen casi todos los géneros literarios (tengo una enorme curiosidad por leer “El pantano del diablo” donde cuenta su infancia en el campo) la escritora romántica bien merece un recuerdo.
Esperar al año 2076 -bicentenario de su muerte- será un poco tarde para casi todos.



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