Catalina Montes
(10/4/2011) Ha muerto Catalina Montes. La bofetada de su pérdida me golpeó mientras tomaba mi café mañanero. Ha muerto Catalina Montes voceaba la prensa local. Sorpresa amarga en paladar amargo.
Posiblemente a muchos de los que siguen este cuaderno de bitácora, si viven lejos de la ciudad que baña el Pisuerga, el nombre de Catalina Montes no les diga nada. Posiblemente. La fama es casi siempre tacaña con los más grandes. Pero para quienes conocimos a Catalina, para quienes nos alumbramos con su sonrisa cosmopolita y traviesa, como de hermana mayor, su pérdida es un mazazo del que nos costará recuperarnos.
Conocí a Catalina Montes en el Palacio Pimentel de Valladolid de la mano de Concha Gay y del colectivo Bocallave, hace apenas tres años. Tras la presentación por parte de los anfitriones, tras su sonrisa extensa y sin doblez, me pareció que la conocía desde siempre, como si los dos hubiéramos jugado la misma infancia y compartido las mismas travesuras adolescentes. Su rostro, su sonrisa, su voz, ¡me eran tan familiares!…
Nos unía, en el hermoso patio palaciego, el “juego de la boca”, toda una invitación a la observación y a la curiosidad, un aperitivo para el razonamiento, según nos aleccionó José Luis Romero, director de aquel evento.
Y jugamos con Catalina, Pilar Iglesias de la Torre -poetisa y directora de la revista Alkaid-, Clemente de Pablos Miguel, autor de distintas publicaciones sobre el mundo del celuloide, y quien les escribe. Jugamos.
Guiados por la sonrisa generosa de Catalina nos lanzamos al “juego de la boca”. ¡Qué mañana!
Catalina, o Caty como la llamaban sus amigos, podía presumir durante el evento de ser Premio Castilla y León de los Valores Humanos 2005 y de una biografía docente extraordinaria. Pero, alejada del “vanitas, vanitatis” que se calza, cada mañana, la gente mediocre, lo que de verdad enorgullecía a Caty era el saberse continuadora de la labor humanitaria de su hermano -asesinado en el Salvador junto con otros jesuitas en 1989-. Por eso invertía todas sus vacaciones docentes en acudir a Morazán, una de las zonas más pobres del país centroamericano, como presidenta de la Fundación Segundo y Santiago Montes.
Nunca pensé que detrás de un cuerpo tan menudo se guardara una energía tan poderosa, una dignidad tan aplastante. Nunca pensé que la muerte pudiera con aquel ciclón de bondad y entrega.
Aquella mañana, en el palacio en el que nació Felipe II, jugamos y jugamos con el dado del azar que también guardaba en su vientre el destino de todos nosotros. Ganó Catalina. No podía ser de otra manera. En el reino de los juegos, siempre ganan los mejores. Pero aquel dado -y eso no lo sabíamos entonces-escondía también en su panza la fecha de su temprana muerte. Que los mejores siempre se van antes.
No ha muerto en la selva de Morazán, como era su deseo, sino en su ciudad. Aquí, en Valladolid. Descanse en paz Catalina Montes.