Canta y no llores
(10/6/2010) Salió del portal y, cantando, tiró la bolsa de la basura en el contenedor correspondiente. ¿Cantando? Sí, como les cuento, cantando. Como hacíamos antes ¡vaya! Ni que decir tiene que me quedé confuso y un tanto extrañado. ¡Hacía tanto tiempo que no oía cantar a alguien! A alguien que estuviera en su sano juicio, quiero decir.
“Quien canta sus males espanta” sentenciaba un viejo aforismo de cuando se cantaba. Pero ya no se canta como antes. Mejor dicho: ya no se canta rien de rien, que dicen los franceses. ¿Recuerdan como cantábamos todos en la España de la postguerra? Eran años de subdesarrollo. De necesidades. De crisis permanente, para que nos entendamos. Aunque entonces no lo sabíamos ni nuestro vocabulario llegaba a tales exquisiteces ¡pobres! Pero se cantaba como si fuéramos grillos en un sarao nocturno. Cantábamos hasta la tabla de multiplicar, que ya es cantar. Todos éramos cantantes o aspirantes a serlo. Los niños nos creíamos “el pequeño ruiseñor” y como Joselito lanzábamos nuestros gorgoritos a diestro y siniestro sin vergüenza ajena. Los padres…¡qué decir de nuestros padres! Se sentían Antonio Molina, Rafael Farina, Juanito Valderrama, Juan Legido… o todos a la vez… ¿Y nuestras madres?, pues ellas tampoco se quedaban mancas, que cantaban como posesas mientras remendaban nuestra sobria vestimenta, que no eran tiempos de tirar nada. “Yo tenía una casita pequeñita en Canadá”, tarareaban por todas partes, preparando ya la burbuja inmobiliaria que dejaría, décadas después, sin canto y sin habla a sus tiernos retoños.
En el verano la trilla se llenaba de melodías que arrullaban su recorrido a ninguna parte; y en el otoño, mientras la sementera, las mulas avanzaban al paso alegre de la canción de turno.
Los abuelos también cantaban. Abuelos impedidos, encorvados como el cayado que apenas les sostenía, cantaban como si nada. Como si ya les hubiera llegado los años del Inserso. O se hubiera inventado Benidorm. Con lo que quedaba todavía. Recuerdo a uno que canturreaba una melodía que me escandalizaba en sus inicios “Ven Cirila, ven, que me la, que me la…” pero que resolvía, al fin, airoso y jaranero sin ocasionarme trauma sexual alguno “que me late el corazón”. Era una canción de antes de la guerra.
Cantaba todo el mundo. Los jóvenes no digamos. Y más si estaban enamorados hasta las cachas, como suelen. “Ya llega la estudiantina, la estudiantina llegóoooo”…Y uno miraba y no veía llegar a nadie. Aunque al final alguna muchacha se quedaba embelesada creyendo ser aquella mujer que veía el zangón: “y una mujer la ilumina con su mirada desde un balcón”.
Jo, ¡cómo se cantaba antes! Y dicen que éramos pobres. Pues lo seríamos. Que no voy a decir yo que no. Pero, ¡¡como cantábamos!!
Ahora sólo cantan cuatro monos en la tele y los demás les miramos boquiabiertos. Todos convertidos en “atónitos palurdos sin danzas ni canciones “ que diría Machado. Son otros tiempos. Y a quien vemos cantando por la calle le rehuimos como la peste. Seguro que no está bien de la chaveta, decimos para tranquilizarnos mientras le esquivamos al cruzar. Seguro que es un majara. Y más ahora. Con la que está cayendo.
A no ser que sea un futbolista del mundial o un presidente de la banca ¡claro!
Por no cantar ya no cantan como antes ni los niños de San Ildefonso. ¿Recuerdan la lotería de Navidad? Aquellos tonos, aquellas cadencias que empleaban cuando las millonarias pesetas, oídos en aquellos hogares de lumbre con morcilla y pan con manteca. Ya no suenan lo mismo. Por muchos euros que tengamos ahora. “¡¡¡Cincuenta mil peeeseeeeetaaaaaaaaas!!!”.
Hicimos mal en dejar de cantar. ¡Servía para espantar tantos males! Era la mejor aspirina. El mejor remedio para sacar pecho al toro del hambre.
Incluso hoy, seguro que el déficit público sería menos déficit si te lo dicen cantando o cantas mientras te lo dicen. Seguro.
En cualquier caso, si quieren probar el valor saludable que tiene el cantar, pónganse a ver el telediario y cuando lleguen las noticias económicas -suelen abrir el noticiario (la crisis económica) y también cerrarlo (los futbolistas y sus primas millonarias)- canten conmigo: “¡Ay!, ¡ay! ¡ay! ¡ay! Canta y no llores…Porque cantando se alegran cielito lindo los corazones”.
Y si se sienten aliviados, pues bueno.