Cajas habladoras

 cajas

(30/ 03/2023) Ha comenzado en un país del norte. En uno de esos lugares donde empieza casi todo. A las habituales cajas de supermercado llenas de carros y de prisas, se suma ahora una caja distinta donde puedes conversar con la dependienta sin que quien está detrás te pise los talones o se acuerde de tu madre.

 Un supermercado holandés ha sido el primero en instalar cajas para quienes prefieren comprar sin prisas y, ya puestos, hablar con la cajera. Se llaman Kletscassas “cajas habladoras”, y están ideadas para que puedas charlar, sin tiempo y sin medida, con quien te cobra.

Los responsables han caído en la cuenta -ya era hora- de que la prisa tiene cada vez las patas más largas y que no hay manera de convencer al personal de que, por más que se apresure, el viernes solo se alcanza desde el jueves. Y han comenzado por esos lugares donde el estrés se ve, se toca y se huele: los supermercados.

 Señoritas de sonrisa ancha y paciencia de madre acogen a hombres y mujeres que buscan, entre tanto producto, que alguien los escuche.

 Las cajas lentas, como también se llaman, han llegado para quedarse, y ya son muchos los centros comerciales que cuentan con una de ellas.

 -Mis clientes suelen vivir solos y hablar conmigo les hace sentir bien -confiesa una cajera que además de saberlo todo sobre contabilidad es licenciada en psicología del comportamiento y ha hecho un máster en relaciones humanas.

  Luego, esa madre  Teresa de Calcuta risueña y entregada, nos relata que está encantada de poder relacionarse con los clientes, que las tiendas deberían ser lugares de encuentro donde poder paliar la soledad en un mundo cada vez más digital y rápido. Un mundo, asegura, en el que la mitad de los mayores de setenta y cinco años confiesan sentirse solos y que, de no poner remedio, esa soledad les conducirá a un deterioro mental y físico.

  No sé cómo resultará esta idea aquí, en España, donde hilamos la hebra con cualquiera que se nos pone por delante y donde pelar la pava es toda una tradición entre nosotros.

 Es posible, me temo, que de llegar la idea a nuestra piel de toro, haya que poner temporizadores para evitar abusos. No es lo mismo preguntar a la cajera por sus hijos para descargar lo de tus nietos a que, sin venir a cuento, la tortures con lo de tus carreras delante de los grises cuando la transición. Eso o ir de trolero para impresionarla contándole tus hazañas bélicas y haciendo cierto lo de aquella canción que tanto nos gustaba cuando niños: “y ahora que vamos despacio vamos a contar mentiras, tralará”. Y despacio, despacio, se irá en esa cola del súper, seguro.

 Además, esa larga hilera que formarán tantos solitarios que se apunten al carro (al de la compra y al de la charleta) necesitará de algún subalterno que les informe, como hacen en algunos museos muy concurridos, de que hasta ahí ha llegado (la cola) y que mejor se marchen para casa porque cuando sea su turno el establecimiento habrá cerrado.

 Por eso digo que no sé cómo resultará esta experiencia aquí, entre nosotros. Pues no es lo mismo

montar un supermercado en Siberia donde si intentas hablar con un desconocido te tomarán por loco que hacerlo en Cádiz dónde si no lo haces  es que estás majareta de verdad.

 Y luego está lo del orgullo español, nuestro orgullo, pues ¿cómo sabremos si ese amable cajero tan hablador y tan simpático, y que tan generosamente nos regala su tiempo, no lo hace por nuestra cara bonita sino porque lo dice su contrato?

-¡A mí nadie me habla por compasión!, ¡ya me buscaré yo quien me escuche!, clamará algún indignado desde la más elevada de las soberbias.

 Están tardando en llegar a estos pagos las cajas habladoras. Los del marketing se lo piensan mucho. España no es país de viejos callados. Aquí el que más y el que menos se lo manta como puede con los amigos, aunque siempre habrá algún solitario que necesite darle a la sinhueso para sentirse  vivo.

 En cualquier caso, si llegan dichas cajas habrá que ayudarse de otras tecnologías como se ha apuntado más arriba: un temporizador para evitar abusos, un “detector de mentiras” por aquello de “ahora que vamos despacio…” y un medidor de distancias por si a alguien le da por pegar la oreja y va más a oír que a decir. Que de todo hay en la viña del Señor.



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