Avueltas con lo mismo

lectura

(10/06/2025) Cada poco salta la noticia. La misma desde hace años. Esta vez les toca a los franceses, pero podría ser a cualquiera de nosotros: “los franceses leen mucho menos, se predice la muerte de la literatura y a nadie le importa”.

 La frase de Michel Guerrin, redactor jefe de Le Monde, se puede calificar de todo menos de optimista. Los letraheridos, viene a decir, son una especie en extinción, porque ya nadie lee.

  Ya lo ven, mientras las ferias del libro se multiplican de forma desorbitada -no hay pueblo por pequeño que sea que no cuente con la suya- la lectura sigue de capa caída según los analistas que tanto abundan. Habrá que preguntarse por consiguiente quién paga tanto pabellón ferial y quién lee tanto libro como se publica. Porque quitando a esos primeros espadas que venden libros como churros, el resto observa al paseante que se acerca y “miró al soslayo, fuese, y no hubo nada”.

 Como ya nos advirtió el poeta Antonio Taravillo, si las cosas siguen así algún día veremos a los autores hacer cola ante las casetas para que les firme su obra algún lector … ¡si lo encuentran!

  Demasiados escritores para tan pocos lectores. En un artículo que publiqué hace diez años recomendé frenar a esos escribas diarreicos (que escriben como mean, que diría Miguel Delibes) rezando, por ejemplo, a “San” Ernesto Sábato que quemaba sus obras, tras años de trabajo, temeroso de no haber dado en el clavo, o a “San” Juan Rulfo que escribió dos libros y lo escribió todo, ahorrando a sus amigos presentaciones inútiles que no llevan a ningún lugar…literario; que contó en ellos todo lo que tenía que contar y lo hizo bien, porque ¿para qué escribir cincuenta libros y no añadir nada, si en uno puedes decirlo todo?. Y lo más importante ¿para qué escribir libro alguno si no hay lectores que se asomen a sus páginas?

 La lectura, asegura Guerrin, viene disminuyendo desde hace treinta años y esa apatía hacia el libro se está acelerando ante la indiferencia general. Y eso, dice, es lo más preocupante: que a nadie le preocupe el que se lea o no se lea.

 Ante tanto derrotismo como nos llega de vez en cuando sobre la lectura, habría que recordar que los lectores hoy y en cualquier época siempre fueron una minoría. Y que esa minoría sigue estando ahí, terca y tenaz, sin que los poderes del “infierno” puedan contra ella, como asegura Mateo 16:18, refiriéndose a la Iglesia. Recordar que la lectura siempre fue una actividad exotérica y oculta. Misteriosa y secreta. Casi clandestina. Que la lectura es una vocación y que no todo el mundo tiene la vocación de enclaustrarse con una novela, mientras en las afueras corre la fiesta.

  Antes, los grandes lectores eran jóvenes, ahora son viejos porque los jóvenes entre 15 y 19 años pasas 35 horas por semana frente a la pantalla y no les queda tiempo para una novela, asegura Guerrin. Y sí, el entorno digital es refractario a la concentración y hostil a la lectura en papel, pero olvida el redactor jefe que, entre tanto joven “apantallado” como crece en la Galia (y en cualquier latitud), siempre habrá algún resistente (¡Vive la résistance!) que, mientras sus compañeros están colonizados por la velocidad y la inmediatez de las pantallas, se entrega a la lectura de libros, refugiándose en el sosiego, la reflexión y el pensamiento.

 Jóvenes resistentes (o mayores, que tanto da) que, leyendo, cultivarán la inteligencia porque como dice Irene Vallejo, la autora de El infinito en un junco, “la inteligencia es una metáfora de la lectura y entender un texto más allá de las palabras, incluso lo silenciado, lo no mencionado, lo omitido, los intereses que puede haber detrás de ese libro, las ideas …, es algo absolutamente urgente en nuestro tiempo”.

 Señala el periodista de Le Monde que los programas escolares imponen una lista limitada de obras, mayoritariamente de autores clásicos y masculinos y restringen la diversidad y la contemporaneidad en la educación literaria. Asegura, en fin, que hay métodos pedagógicos que priorizan el análisis técnico sobre el placer de la lectura. Y no le falta razón, porque la escuela debería ser un templo de motivación a la lectura. Un lugar liderado por profesores entusiasmados por el hecho de leer. Sí, docentes entusiasmados (inspirados o poseídos por una divinidad según la etimología de “entusiasmo”) con la lectura que, por desgracia, no abundan, pero que cuando se encuentran nos alegran el día y hacen que surjan vocaciones de lectores.

 Maestros entusiastas que, en vez de enseñar a leer a sus alumnos, vivan la lectura. Como aquellos que paseaban por el patio colegial leyendo un libro, absortos, mientras nosotros jugábamos. Porque la lectura, ese virus que siempre infectará a una minoría, se contagia por imitación.



Deja un comentario

Disculpa, debes iniciar sesión para escribir un comentario.