Año de Oro
(30/3/2014) Mañana, 31 de marzo, hará cien años que a Octavio Paz “le nacieron” en Ciudad de México.
Lo supe hace dos sábados cuando, tras espigar entre las hojas de El Norte de Castilla, me detuve en La Sombra del Ciprés, ése cuadernillo de interior que, escondido entre las finanzas y el deporte, casi ahogado en la espesura del dinero, mata nuestra hambruna de letras cada fin de semana.
Y en la mesa literaria Octavio Paz y su centenario. Suculento plato bien servido por Angélica Tanarro, Carlos Aganzo, César Antonio Molina y Clara Janés.
Octavio, genio azteca de Mixcoac, nobel de la letras hispanas, gran admirador de nuestro arcipreste de Hita porque “es el español en el cual el mundo es una convivencia y a veces una cohabitación” y de los poemas arábigo-andaluces de Emilio García Gómez. También de Zorrilla.
Octavio, quejoso de que tras el excelente siglo XVII no tuviéramos un buen siglo XVIII que fue el que enseñó a los europeos la tolerancia y la crítica. “En la tradición española tenemos un Calderón, un Cervantes pero nos falta un Loke, un Kant, un Diderot, un Voltaire. Esa es la herencia que tenemos que recobrar y reinventar”.
Octavio, testigo de nuestra guerra civil de la que extrajo la mayor de las lecciones:
“Supe por primera vez y para siempre que también el enemigo tiene voz humana”.
Hace cien años que nació Octavio. En un 1914 que también vio nacer a los argentinos Cortázar y Bioy Casares, a los chilenos Nicanor Parra y Nicomedes Guzmán, al venezolano Juan Liscano, al panameño Ricardo J. Belmúdez y a los españoles Julián Marías y Gaspar Sabater. Que vaya año, señores.
1914: Año de Oro de las letras en castellano. Digo y presumo. Pero también año de hierro y plomo.
Pero hablábamos de Octavio Paz, admirador del vallisoletano Jorge Guillén que no nació en 1914, pero pudo. “Muchas gracias, Jorge Guillén, por su carta y por su poesía, muchas gracias por su amistad”, le escribió.
Octavio, creciendo en sabiduría con el padre ausente, con una figura paterna dramática y lejana, como Cortázar, como Arguedas, como Vargas Llosa, como tantos.
“Atado al potro del alcohol mi padre iba y venía entre las llamas” escribió en su obra “Pasado en claro”.
Octavio Paz y su madre, Josefina Lozano, de origen andaluz que cantaba canciones populares de campesinos españoles. “España para mí está un poco ligada a la música popular”.
Octavio, adquiriendo estatura humana y artística junto a la madre, la tía, la amada. Junto a la mujer.
“Mi madre niña de mil años/ madre del mundo huérfana de mí/ abnegada, feroz, obtusa, providente/ jilguera, perra, hormiga, jabalina/ carta de amor con faltas de lenguaje. Mi madre: pan que yo cortaba/ con su propio cuchillo cada día”. Escribe también en “Pasado en claro”.
Octavio Paz y sus tías. Amalia enseñándole francés y el gusto por Víctor Hugo, pero también Angustias y Salud:
“Tuve dos tías, una gaditana y otra jerezana, que se llamaban Angustias y Salud; sus efluvios contradictorios mantenían el equilibrio psíquico de la familia”.
Mujer madre, mujer tía, mujer amante… Siempre la mujer.
“Voy por tu cuerpo como por el mundo/ tu vientre es una plaza soleada/ tus pechos dos iglesias donde oficia/ la sangre sus misterios paralelos/… Una muralla que la luz divide/ en dos mitades de color durazno/ un paraje de sal, rocas y pájaros/ bajo la ley del mediodía absorto”. Leemos en “Piedra de sol”.
Octavio, defensor de la mujer, contrario a los encasillamientos y las creencias que pare la irracionalidad, lo mismo que su admirado Ortega y Gasset que dijo aquello de “las creencias son impermeables a la razón”.
“Al convertir a la mujer en un enigma lo que han hecho (los mexicanos) es eludir la condición humana de la mujer. Yo no quiero que la mujer sea un enigma sino que sea como yo un ser más o menos transparente. Ningún ser humano puede ser totalmente transparente”.
Y Elena Poniatowska, Premio Cervantes 2013, autora de “Octavio Paz: las palabras del árbol”, demuestra que se puede ser mexicana sin tener que ser transparente. Lo mismo que Sor Juana Inés de la Cruz, la poetisa universalizada por Paz. Al igual que Elena Garro, su primera esposa, autora de “Los recuerdos del porvenir”, de quien el poeta dijo: “Es la mejor escritora de México”. Y tantas otras…
Octavio, comprometido con el hombre de su tiempo que es el de todos los tiempos. Necesitado del hombre porque cada uno de nosotros dependemos de los demás, de “los otros todos que nosotros somos”.
Octavio Paz, en fin, con una “Pasión crítica” vengadora de unanimidades porque la unanimidad, dijo, es el peor destino de un escritor.
2014: Año Octavio Paz. Maestro, ¿jugamos?… ¿Águila o sol?… Nos vemos.