Amigo bot
(20/12/2025) Nunca llegaremos a saber lo que se esconde detrás de una ventanilla de consulta. Podría ocultar a un airado caballero que nos responda con un “vuelva usted mañana”, o a una señorita que nos asesore sobre cuál es el impreso que nos falta y dónde podemos conseguirlo, pero lo que siempre ignoraremos es si esa señorita o ese caballero nos lo dirán con palabras amables y corteses o, por el contrario, lo harán con la ira que acumulan todas sus frustraciones laborales.
Este desconocimiento que tanto nos intriga tiene, no obstante, los días contados. Gracias a los bots que se colocarán en las consultorías de todo tipo y a los que previamente se habrá alimentado con programas adecuados, tendremos las palabras amables, y la sonrisa adivinada bajo tan dulces palabras, que nos harán volver cuanto antes a la consulta, aunque ya no lo necesitemos.
Los bots, esos robots que nos acompañarán cada vez más utilizan ya algoritmos con un don de palabra tan “humano” que apenas nos permiten entender que estamos hablando con una máquina.
Nunca nos habíamos comunicado tanto sin hablar con los demás como lo hacemos ahora, por eso, ante la irremediable muerte de la conversación con los otros, bien está que lo hagamos con máquinas que nos traten con el respeto debido.
Pasaron los tiempos de las interminables conversaciones por teléfono para saber algo de alguien, de preguntar a un transeúnte desde la ventanilla de nuestro coche dónde se encuentra la carretera de Cádiz, hoy se le pregunta a la IA y un bot, perfectamente educado y con un máster en amabilidad obtenido en la universidad de Texas, nos responde en el acto.
Hay sociólogos como David Le Breton que hablan de una “ruptura antropológica” respecto a lo que “siempre ha sido la matriz primaria de la sociabilidad”, pero mi amigo que está encantado con la amabilidad y sabiduría que le demuestra el bot, al que consulta sus dudas sobre dónde sirven el mejor café y otras dudas existenciales, dice que eso es una exageración, que siempre hubo aguafiestas, y que él prefiere la voz amorosa del bot al destemplado recibimiento del empleado de hacienda. Le pregunto sobre qué hacemos con la deshumanización que nos traen las máquinas y con la adición que mantenemos por nuestra vinculación a los móviles, le repito lo que comenta Le Breton en su ensayo El fin de la conversación. El discurso en una sociedad espectral sobre que vivimos en una “sociedad fantasmal donde, incluso en la calle, bajamos la mirada hacia la pantalla en un gesto de adoración perpetuo”. Pero ni por esas. Él está encantado con su amigo Bot que nunca le levanta la voz, ni le manda volver con los sellos, ni tiene un horario estricto para atender a las llamadas. Y en estas andamos.
Los bots ya dominan las reglas sociales que hacen posibles nuestras conversaciones y ya hay quien te pregunta si tienes o no un amigo bot. Y no estamos hablando de un bot que sea bueno en ganar al maestro del ajedrez, sino de una nueva especie -también entre los bots se dan distintas especies- que tenga tantas habilidades sociales como nosotros, pero que además entiendan cómo hay que interactuar con cada cual tras mirarle fijamente a los ojos.
Los expertos hablan ya de logros que resultan escalofriantes como su capacidad para comprender la forma en la que interactuamos los humanos, esa especie que pronto será superada en el listado de los más inteligentes si no lo ha sido ya. Ya entienden cómo nos comportamos y van más allá.
Son tan buenos en entender cómo funciona nuestra conversación que muchos expertos se está planean utilizarlos para entrenar conversaciones con quienes se encanallan cuando tocas el tema político. Algo que está ocurriendo con preocupante frecuencia.
Pero no todo son florecillas en el bosque de Internet, ahí están las “granjas de bots” que son servidores que crean perfiles falsos de usuarios para aumentar el número de seguidores en una cuenta, o, lo que es peor, para difundir noticias falsas o para trabajar el ciberacoso.
He dejado para el final a los trolls. Esos usuarios que buscan provocar, ofender o empobrecer la conversación que se lleva a cabo en blogs, foros de internet o redes sociales. Sus actos provocativos y su acoso verbal es tan demoledor que ya se habla de la guerra de los trolls: un sicariato digital al mando de las superpotencias para atacar, a conveniencia, a todo el que dice “esta boca es mía”.
Y llegados a este punto es cuando hay que recordar aquello de que la tecnología puede usarse para lo bueno, provocar conversaciones que nos hagan entender a quien piensa distinto de nosotros, o para lo peor: operaciones de desinformación en línea, acoso verbal o ciberguerra para embarrarlo todo y fomentar el odio, el sectarismo y otros “ismos”. Habrá que elegir.
