Brotes verdes
(30/7/2013) Como dicen esos hombres veraces y honrados, merecedores de nuestro crédito y de nuestra confianza, los políticos, nuestra economía ha tocado fondo e inicia una esplendorosa subida hacia las estrellas. Que ya era hora.
En la ciudad de mis veranos, los brotes verdes del empleo son una realidad y dudarlo es dar pie a los derrotistas de siempre que tanto daño causan a nuestra economía. Me explico.
Si, por un momento, uno deja de mirar a las piedras de tanto monumento sembrado por los siglos y el poder, y baja la vista a ras de suelo, comprueba atónito cómo cada bar, cada restaurante y cada terraza emplean, además de a los camareros estresados de siempre, a un músico ambulante que, provisto de acordeón flauta o guitarra, goza, ¡por fin!, del primer empleo. “Pasodoble, te quiero”.
Y observa además cómo los ediles, que no podían quedarse a la zaga en la secular lucha por el pleno empleo, han llenado a su vez, plazas, esquinas y paseos, de trabajadores dedicados a los más variados oficios de la farándula. Cómicos de la calle. Asalariados del disfraz.
Uno hace de “hombre invisible” y se mueve, demostrando que es de carne, cuando algún transeúnte le arroja algún céntimo para mejorar el sueldo que le aporta el concejo, siempre tan escaso de recursos. Sueldo que, dicho sea de paso, no debe ser muy alto, dado el visible regocijo con el que “el invisible” recibe las propinas arrojadas por alemanes o británicos.
Otro hace de payaso y vende sus globos de aquí para allá, aprovechando que pasan familias y que entre ellas suele haber algún niño. Globos alargados como serpientes que, retorcidos con la rapidez y destreza que da el hambre, se convierten en todo tipo de animales. “Toma niño”.
Otro, “mago del jabón líquido”, crea enormes e irisadas burbujas -en un guiño a la burbuja inmobiliaria que le hizo cambiar de trabajo ¡ay!- que vuelan hacia el aire para asombro de la gente menuda que corre tras ellas en un vano intento de alcanzarlas antes de que exploten. Cruel destino de toda burbuja que se precie. ¡Plaff!
Una señora, ya mayor, se transforma en “prima donna” y vocifera un aria de Verdi acompañada de un radiocasete ronco como la tos de un tísico. Soprano improvisada puesta, seguramente, por el ayuntamiento para que, por fin, experimente el primer y único empleo de su vida antes que llegue a la edad de la jubilación, que está al caer.
También abundan los “trabajadores de la levitación”. Aparecen en cualquier espacio de la rúa. Fantasmas que no tocan suelo. Brotes verdes del asfalto. Sujetando un bastón. Levitando. Que se puede vivir en el aire y del aire. Demostrado, señor alcalde.
Otro se transforma en vaquero, otro en torero, otro en hada, otro en Apolo…y otros, los más, trabajan como pintores o caricaturistas para todos aquellos que se sientan junto a su atril. Trabajadores del pincel y la carbonilla en el Paseo Marítimo.
“Mire usted madre, mi carbonero, no tiene cuenta con el dinero”.
Pero de todos hay uno que llama la atención más que ninguno. Trabajador creativo y original –que dice el presidente de la patronal que hay que ser emprendedores con talento- que aglutina turistas como la miel a las moscas. Se trata del “hombre-bebé” que, desde su improvisada cuna, lanza las “pedorretas” lógicas del bebé, los lloriqueos de cualquier infante -a treinta y ocho grados en la Plaza mayor, que es para llorar-, para regocijo de turistas que arrojan calderilla en su patuco metálico, antes de refugiarse en la sombra.
El “hombre-bebé” es todo un símbolo de los tiempos que corren. ¿Verdad señor alcalde? Un tratado filosófico en sí mismo. La primera lección que nos aporta el consistorio: “hay que trabajar desde la cuna, ciudadano”.
Lección necesaria para quienes han osado pensar que es más rápido enriquecerse imitando a aquellos que, sin dar palo al agua, ganan enormes fortunas y guardan sus dineros en paraísos fiscales. Dioses de las finanzas que sudan la gota gorda al sol del Mediterráneo en yates de lujo.
Como ven en la ciudad de mis veranos todo el mundo trabaja. ¡Por fin!
Los brotes verdes han llegado.