El abrazo de Andrómeda

(30/9/2012) Hay días que uno se levanta con cuerpo de catástrofe (lo mismo que otros -los menos- se levanta con cuerpo torero). Mira a su alrededor y solo ve desaguisados y entuertos. Penas y lástimas. Calamidades. Oye las noticias de la radio mientras desayuna y… más de lo mismo, para variar. Y es entonces cuando la imaginación, esa “loca de la casa” que dijo Santa Teresa, se le dispara a uno y ya desbocada y sin freno se pone en lo peor de lo peor. Lo más de lo más. Mecanismo de defensa necesario para que el ánimo no desespere -calamidades futuras atenúan pesadillas presentes-. Y así, sin querer la cosa, como a hurtadillas, uno llega a la catástrofe cósmica. Ya ven.

Si los sabios no se equivocan, dentro de cuatro mil millones de años -año arriba, año abajo- nuestra flamante Galaxia “La Vía Láctea” -en la que, con fe de carbonero, creemos vivir sin haberla visto- chocará con la Galaxia de Andrómeda. Abrazo galáctico con nuestra vecina hacia la que nos encaminamos a la nada despreciable velocidad de 300 km por segundo. Que hay amores que urgen y que matan.

Cuatro mil millones de años para la llegada del Apocalipsis que San Juan anunció y escribió en Patmos hace ya mucho tiempo, el suficiente para que luego nadie diga que no lo anunciaron en el telediario.

Asique ya saben, dentro de esa friolera de años -siglo arriba, siglo abajo- todo se irá al carajo.

Aquellos previsores que ya piensan en Marte para salvar los muebles ante la hecatombe mundial producida por la caída de un meteorito, tendrán que pensar en salir también de Marte y de la cebolla galáctica que nos envuelve si quieren que a sus descendientes les quede alguna esperanza de salir con vida cuando llegue la madre de todos los desastres.

Y si emigran a otra Galaxia que se aseguren bien, antes de hacer las maletas, de que la elegida esté quieta y no en caída libre hacia otra vecina. Que así de voluble y de inquieto es el Cosmos y nunca fue buen remedio salir de Guatemala para caer en “Guatepeor”.

Y sin embargo se mueve”- Galileo Galilei, dixit.

Y es que el hombre es un animal con mala suerte. Tan mala que, de entrar en ese pajar plagado de estrellas que es el cosmos, seguro que se clava la aguja.

Aunque bien pensado, dentro de cuatro mil millones de años -milenio arriba, milenio abajo- ese gran problema universal, ese estallido sideral, ese órdago, nos quitará las preocupaciones que nos producen las malditas migrañas de cada día: el cáncer, el rescate económico, la pérdida de la extra navideña, la amenaza del paro, el llegar a fin de mes, la congelación de las pensiones, la prima de riesgo… Problemas que, por fin, pasarán a un segundo plano cuando la gran hecatombe se produzca. Y al cielo gracias.

Cuando ese choque fatídico entre las galaxias se lleve a efecto apenas nos preocuparemos ya de tales cuestiones y menos aún del choque de civilizaciones que tantos ríos de tinta está haciendo correr en esta era que ha inaugurado Internet. El enfrentamiento entre Oriente y Occidente será una minucia comparado con la bofetada que se darán nuestras vecinas del cielo. Que siempre las peleas entre quienes comparten escalera han sido y son las más escandalosas de la barriada.

Todo lo que ahora almacenamos y atesoramos -pienso mientras me afeito- se convertirá en polvo de estrellas. También la avaricia insaciable de tantos financieros que dirigen los modernos estados hacia el abismo gracias a unos títeres llamados políticos.

Lactómeda, que ese es el nombre que ya se ha dado a la galaxia que se forme tras la cópula, será gigante y elíptica y como sus progenitoras se apresurará a velocidades endiabladas a otro encuentro aterrador con algún amante cósmico para morir en el intento.

Gigante y elíptica como la ambición de quienes están gestionando nuestra debacle económica desde los despachos de las finanzas. Como la vanidad de quienes creen que sus obras pasarán a la posteridad. Ilusos.

El hombre debería pensar más en el futuro. Y hacer planes que incluyan objetivos a lograr en cuatro mil millones de años.

A ver si así se enteran.

 



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