Crisis
(30/4/2012) Les juro que era un hombre corriente. Uno de tantos. Con un sueldo corriente , un trabajo corriente y un hogar corriente. Sí.
Pero desde el 2008, año en el que estalló la crisis, sentía que su vida corriente se había llenado de una ansiedad que iba en creciente mientras que su salud, en otro tiempo de hierro, lo hacía en menguante. El pobre.
Y a decir verdad no tenía motivos para quejarse. Y menos para hacer lo que hizo. Mantenía el trabajo corriente de toda la vida e incluso una de sus hijas había entrado en el mercado laboral en una empresa de demostrada solvencia. Pero las palpitaciones, los ahogos , la tristeza, las ansias, se habían apoderado de él y se alimentaban y crecían cada vez que abrían los noticiarios en su televisor corriente o se acercaba a los titulares de los diarios de más tirada.
Sus amigos también coincidían en el pesimismo que a él le embargaba:
-Esto no tiene remedio, el paro sigue aumentando, no hay trabajo, las empresas siguen despidiendo gente.
Para romper silencios incómodos recurría al tema de la catástrofe económica -tema que, en los últimos años, unía más que el del tiempo atmosférico a quienes no saben qué decirse en el ascensor- preguntando por algún conocido con el convencimiento de que su situación laboral habría empeorado. Sin duda.
-¿Qué tal Paco? Se le habrá acabado la prestación por desempleo, menos mal que le queda el sueldo de su mujer.
Y el amigo le informaba que no, que, pese a la crisis, Paco había conseguido la jubilación anticipada por problemas de salud y que con unos ahorrillos se había metido en un chalé de las afueras.
- Menos mal- respiraba aliviado.
Pero eran noticias aisladas, los periódicos lo decían bien claro: España al borde del abismo, la Bolsa se derrumba, la recesión económica hunde el precio de la vivienda, el paro roza los límites soportables, los jóvenes tienen que marcharse a Alemania…
Y la ansiedad volvía a enseñorearse del pobre hombre corriente con taquicardias cada vez más brutales, tanto que pareciera que le estallaba el pecho mientras un sudor frío le bañaba la frente.
Tenía amigos empresarios que sorteaban como podían su negocio familiar resistiendo heroicos la constante amenaza de cierre. Su amigo Rafa, por ejemplo, con una librería familiar al borde de la quiebra y con ventas tan escasas que apenas podía soportar los gastos de alquiler.
- ¿Cómo te ha ido en el Día del Libro? – preguntaba asustado a la espera de una respuesta triste a la que tendría que aplicar el correspondiente bálsamo.
- Bien, le respondía Rafa. Hemos doblado las ventas del año pasado. No nos lo creemos.
Y nuestro hombre corriente, decía que claro, que no había que creerlo que las cosas iban mal. Que la prima de riesgo estaba por las nubes. Que el país no podía soportar tantos millones de parados y la quiebra social era evidente. Que la clase media iba a desaparecer y el derrumbe económico de toda Europa llamaba a la puerta. Y volvían los ahogos, y las ansias y el desespero…
Rafa, Paco y su hija eran una excepción en un ambiente catastrófico y sin esperanza. Ellos, sus amigos y conocidos no estaban -gracias a Dios- afectados por la crisis, pero todo llegaría, pensaba mientras se tropezaba en el ascensor con la chica del segundo que se había preparado para unas oposiciones a la Judicatura y a la que no veía desde la Navidad pasada.
- ¿Qué tal Susana? ¿Cómo te fue?
-¡¡Aprobé!!-casi gritó la joven que, inmediatamente, le habló de su próxima entrada como jueza -eso dijo, jueza-, en la provincia de Segovia.
Le dio la enhorabuena mientras la miraba con cara de pena. Pobre, tan joven, no sabe lo que la espera.
Y subió el ascensor convencido de que eran excepcionales las buenas noticias de su entorno. Los periodistas lo decían bien a las claras, todos estábamos al borde del abismo. No había esperanza. Los políticos lo mismo, ninguno deba dos duros por nuestra recuperación: el déficit aumentaba al 1, 85% del PIB; el Ibex 35 -que no sabía bien lo que era- bajaba a límites insoportables a punto de perforar los mínimos que marcó en el 2009. Y Los mercados tiranizaban a la modesta economía de los países del Sur de Europa. Los muy PIGS.
No había esperanza. La cabeza le estallaba, se ahogaba. Abrió la puerta y se quitó la chaqueta. Luego se sentó frente al televisor, se tomó una cerveza y… ¡lo hizo!
El estruendo se oyó en toda la barriada.
Eran las nueve de la noche. Justo cuando abrían los noticiarios de las principales cadenas de televisión.
Nadie se lo creía. Era un hombre corriente, con un trabajo corriente, un sueldo corriente y un hogar corriente. Uno de tantos.