Eterno retorno
(10/01/2025) Pues sí. Como es tradicional en fechas tan tradicionales como las navideñas, uno termina el año cargado de proyectos que piensa llevar a cabo en el venidero: que si aprender chino mandarín, que si hacer un curso sobre la IA, que si aprender a tocar el saxo, que si ir al gimnasio… Pero pronto, apenas ha asomado la cabeza el primer día de ese año que llamamos “nuevo”, comienzan las renuncias y con ellas las frustraciones.
La primera frustración se inicia con un deseo que siempre me acompaña mientras me atraganto con las doce uvas, y que casi nunca cumplo: “mañana, tranquilamente, sin agobios ni prisas, oiré el concierto de Año Nuevo”. Pero suele ocurrirme lo que sucede casi siempre que por “a” o por “b” no consigo sentarme en el sofá y aislarme de otras obligaciones que, tercas y tan tradicionales como el turrón, me llevan a otros quehaceres mientras la sinfónica de Viena afina aún los instrumentos. Y así no hay manera de llegar al Danubio Azul y menos hasta la Marcha Radetzky que cierra el evento un año sí y otro también.
Y como con el concierto me ocurre con todos esos propósitos que les dije y que puse en la lista de la compra para el nuevo año: ni aprendo chino mandarín, ni me apunto al curso de saxo, ni aparezco por el gimnasio.
No obstante, para poder soportar mi transgresión y aliviar el peso de mi culpa -en lo que al Concierto de Año Nuevo se refiere- suelo hacer lo que muchos hacen en estos casos: acudo a las plataformas para oír en diferido lo que no logré oír en directo, para solucionar en lo digital las frustraciones vitales que conlleva no vivir lo analógico.
El día dos por la tarde me pongo a oír el afamado concierto que, gracias a los tiempos, ya está en todas las redes y, sin prisas ni aprietos -cerveza en ristre-, lo escucho de cabo a rabo para comprobar, finalmente, que aquello que dijo alguien de “nada nuevo bajo el sol” bien podría aplicarse al concierto vienés.
Este año, con motivo de recordar el bicentenario del nacimiento de Johann Strauss hijo (o Johann Strauss II) los valses y polkas que amenizaban el recital eran casi todos suyos, amén de otros que eran de su padre (Johann Strauss) o de sus hermanos (Josef y Eduard). Gracias sean dadas a los dioses -pienso mientras escribo- de que el señor Johann solo tuviera tres hijos músicos, porque de lo contrario no habría días en el calendario para tanto vals y tanta polka.
Terminé el concierto con esa sensación que llaman los franceses de déjà vu, de haber oído esa música cientos de veces, y pensando que en vez de “Concierto de Año Nuevo” debería llamarse “Concierto de Año Viejo” porque si oíste uno, aunque fuera allá por la Transición, tienes la sensación de haberlos oído todos. Los mismos músicos, las mismas flores, los mismos oropeles en la Sala Dorada, el mismo público -millonarios aburridos con cara de no saber quién es Beethoven-, los mismos valses, las mismas polkas, los mismos compositores, los mismos aplausos…
Por eso, teniendo Strauss como para parar un tren, que nacieron y murieron en fechas que hay que recordar -faltaría más- ¿quién iba a acordarse de una compositora como Constanza Geiger? Normal que haya tenido que esperar 85 años -esos son los que lleva sonando el Concierto de Año Nuevo- para que los programadores austriacos se hayan acordado de ella en esta edición. Ochenta y cinco años para convertirse en la primera compositora que con su vals Ferdinandus se ha abierto paso entre tanto Strauss, entre tanto hombre, en el concierto de este 2025.
Termino de oír el concierto de valses a la espera de que algo ocurra que me saque de tanta repetición, de tanta rutina (algo así como un pasodoble torero), pero sin fortuna. Hasta el director de orquesta, Ricardo Muti, se repite en la fiesta. Siete veces lleva el buen señor abonado a la batuta, y lo que te rondaré morena, ¿es que no hay más directores de orquesta en nuestro mundo?
Menos mal que, aunque no sonó ningún pasodoble torero, tuvimos al menos al comentarista Martín Llade que, sabedor de nuestros bostezos, nos aleccionó con algún chisme sobre la vida privada del homenajeado, del Johann Strauss hijo: que si se disfrazó de peregrino en el estreno de Vino, mujeres y canciones op. 333; que si la Polka Anna op. 117 se la dedicó a su madre; que si la Polka rápida Tritsch-Tratsch op. 314 fue una denuncia sobre los bulos que corrían sobre su vida privada; que si esto, que si aquello…
Desde el primer día hasta el último, el Año Nuevo suena tan viejo y repetitivo como todos. Trescientos sesenta y cinco días para saborear el eterno retorno de lo mismo, que diría Nietzsche.