Alguien tenía que decirlo
(10/07/2024) Pues sí. Alguien tenía que decirlo y me temo que ese alguien soy yo. Pero es que hay días en los que uno se levanta dispuesto a mojarse, a olvidarse de cualquier templanza y corrección política, a desoír aquel insolidario consejo que recomendaban los más viejos de “no meterse en porfías, ni en cofradías”.
Ahora que la casa de Marilyn Monroe en Los Ángeles acaba de ser nombrada monumento cultural artístico, que los zapatos de ante azul de Elvis Presley se han subastado por 120.000 libras, que las pistolas con las que Napoleón planteó suicidarse se han vendido en Francia por 1,7 millones de euros y que la camiseta de Maradona -aquella que vestía en el gol de la “Mano de Dios”- alcanzó la nada despreciable suma de 8,4 millones de euros, es hora de parar el carro, apretarse los machos, bajar al ruedo y ponerse a reflexionar sobre lo que está cayendo.
Y es que los tiempos -y la cultura- cambian que es una barbaridad, como dijo don Hilarión en la Verbena de la Paloma, y los museos, esa casa donde habitan las musas y que reúnen todo tipo de obras artísticas, están siendo sustituidos por colecciones de millonarios que exhiben en sus mansiones objetos que estuvieron en contacto con personajes de la cultura, de la política o de cualquier otra actividad, tocados, eso sí, por la caricia de la fama: los zapatos de Elvis, la falda de Carrie Bradshaw, las corbatas de Adolf Hitler, las medias de la reina Victoria, el sombrero de Napoleón, la ropa interior de Eva Braun, el balón de oro de Maradona, el balón de la final de Brasil, el balón de la Copa del Rey 2019, los balones de gol más destacados de la temporada 22/23…
No. No es que me esté repitiendo con lo del “balón”. Asómense ustedes a todas las pantallas que nos acosan y comprueben que quienes se repiten son ellos, los que programan que un objeto esférico movido por hábiles piernas esté presente en casas, bares y plazas, persiguiéndonos como mosca cojonera a mula con mataduras.
Esa caja que llamamos televisión es, en los tiempos que corren, una caja repleta de torneos donde todo el mundo compite con todo el mundo para llevarse copas, premios o títulos. Y los homínidos que no portan en su ADN ningún gen competitivo, y que lo de ganar les trae al pairo, están que se suben por las paredes ante tanto campeonato, ante tanto fútbol.
Y es que a estas alturas del partido somos muchos los que estamos hasta la coronilla de ligas, copas, supercopas, octavos, cuartos, semifinales y finales masculinas o femeninas.
Admito que esto me costará la pérdida de algún lector entre los cuatro que aún me quedan, pero no puedo callarme. Como les dije más arriba hoy me he levantado “incorrecto”, olvidando aquel sabio consejo que me aleccionaba a no meterme en berenjenales.
Sé que el fútbol es el deporte rey y que mueve a las masas como ninguna otra actividad lo ha hecho a lo largo de la historia; sé que ha interesado e interesa a escritores de la talla de mi admirado Juan Villoro que ha escrito un libro sobre el tema que lleva por título Dios es redondo, por no hablar de Vázquez Montalbán, Javier Marías y de tantos otros. Y no seré yo quien comparta el exabrupto de Borges que dijo aquello de “el fútbol es popular porque la estupidez es popular”. No. Prefiero la reflexión de Albert Camus, premio Nobel de literatura francés, que aseguraba que lo poco que sabía sobre la moral lo había aprendido en los campos de fútbol y en los escenarios de teatro que fueron sus verdaderas universidades.
Y sí, sé también que el fútbol es una escuela de valores que canaliza la violencia y un instrumento de cohesión social. Sé que, como dice el antropólogo Manuel Mandianes autor del libro El fútbol (no) es así, “una vez perdida la confianza en la política y en la religión, solo queda el partido de la jornada para construir la identidad y establecer la arcadia sintética de las multitudes… porque (el fútbol) cumple las funciones de una religión, de una moderna divinidad elaborada a partir de una ausencia”.
Sí. Lo sé Mandianes, lo sé, pero ya es demasiado fútbol. Tanto que uno se acuerda de la banda uruguaya La Tabaré que en la canción Demasiado fútbol se quejaba con aquello de “Fútbol, fútbol, fútbol, demasiado fútbol…/ Todo el mundo siempre habla de fútbol” y luego añadía “de tanto hablar de fútbol todo el día/ está quien no notó las porquerías/ que en el noticiero nunca nos dijeron, / pero que ocurrieron por ahí”.
Quizás solo se trate de captar la diferencia que hay entre el uso y el abuso y de que quienes programan el menú de las televisiones públicas consideren que existen otros paladares, Solo eso.