Elogio de la grisura

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(30/06/2024) Ahora que sabemos que ni los unos ni los otros tenían razón, ahora que por fin entendemos que la respuesta más sensata ante la duda existencial es que no hay respuesta, y que ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio como cantaba Emilio José, es hora de reivindicar de una vez el gris y de elogiar la grisura.

 Nada de buenos o malos, menos de blancos o negros, tampoco zurdos o diestros, ni justos o pecadores. Lo binario ha muerto hasta en el género y ya nadie cree en la vieja historia de los “heteros” y de los “homos” que hasta hace cuatro días se repartían el sexo. Ahí están los “bi”, los “tran”, los “poli” y hasta los “a”. Ahora todo es fluido y ambiguo y en la variedad está el gusto, que decían las abuelas.

 Sorprende por ello que aún perviva entre nosotros tanta dicotomía y tanto maniqueísmo y que Internet -ese océano gris y complejo- siga apostando por lo binario, por esos dígitos que gobiernan el mundo -el 0 y el 1-, mientras se olvida del resto de los números.

 Hay que reivindicar la grisura, ese color de la ceniza y del acero que nutre a las nubes. Y hay que despojar al gris de lo sombrío, de lo mediocre y de lo oscuro; hay que reivindicar a ese gris que hemos arrojado de la paleta de la historia.

 Para Peter Sloterdijk, filósofo y pensador alemán, el gris es el color de la contemporaneidad y es el que tiñe la filosofía, la religión, los contextos sociales y políticos y hasta el arte. Su libro que en alemán se titula Quién no ha pensado todavía en gris. Una teoría de los colores acaba de publicarse en castellano como Gris. El color de la contemporaneidad.

 La Paleta de Apeles que solamente usa cuatro colores -blanco, amarillo, rojo y negro- y que tanto reivindica el pintor noruego Odd Nerdrum ha de mancharse con otros colores y, si el noruego quiere reflejar en sus cuadros nuestra sociedad, enciscada en banderías y facciones, ha de contar con el gris. Lo dijo hace tiempo el pintor Paul Cézanne “mientras no se haya pintado un gris no se es pintor”.

 La vida no es bipolar, es compleja y diversa, ¿por qué reducirla al blanco o al negro? La vida y la humanidad se entienden mejor pintadas bajo un horizonte gris, líquido e incierto; bajo perspectivas distintas y distantes que siempre se cubrieron con la bandera de la duda.

 Lo saben muy bien los directores de la Bienal de Teatro de Venecia -Gianni Forte y Stefano Ricci- que tras asociar las tres ediciones anteriores del festival a un color -verde, rojo y azul- han optado por el blanco y el negro para colorear la última: “Hemos elegido el blanco y el negro, que ahora tienen mucha vigencia en este mundo polarizado” dicen los directores antes de concluir “en el teatro estas posiciones netas no existen, o no debieran. Intentamos, pues, investigar las diversas gradaciones de grises que pueden existir”.

 Gradaciones de grises porque el gris es el color de lo complejo y de lo mutable, de lo indiferente y de lo neutro, de eso que tan bien define nuestra personalidad tan múltiple. I Contain Multitudes (Yo Contengo Multitudes) canta el músico, poeta y Nobel de literatura Bob Dylan. que nos representa a todos cuando asegura que duerme, en la misma cama, con la vida y con la muerte.

 Antes que Dylan -y espero que no suene a plagio-, el poeta Walt Whitman -a quien García Lorca dedicó la Oda a Walt Whitman- escribió el poema Song of Myself (Canto a Mi Mismo) en el que afirmó: “Sí, me contradigo. Y ¿qué? Yo soy inmenso y contengo multitudes”.

  Somos seres complejos dotados de materia gris. Somos hombres grises. Hay que reivindicar al Hombre gris que cantaba Mari Trini, ese hombre que “inquieto, errante y libre de estandarte, espera su final, por fin”. Hay que reivindicar a los hombres grises, hombres de perfil bajo que no destacan, que guardan su vanidad y buscan el anonimato y la discreción. Que no están ni a favor ni en contra y apuestan por la mediación del pensamiento complejo.

 “No hay nadie, a pesar de su tono gris, más fascinante en la historia de la filosofía que Kant” sentenció Fernando Sabater, pero son muchos los que piensan que el padre de La crítica de la razón pura fue grande precisamente por eso, por el tono gris de su vida tan cargada de rutinas.

 Como lo fue Josep Pla, el ampurdanés de compleja personalidad que se preguntaba “¿qué es preferible: un pasar mediocre, alegre y conformado o una obsesión como esta (la de escribir)?”. Un hombre tan gris que escribió en El cuaderno gris su mejor literatura,como si quisiera demostrarnos que la grisura es camino y meta y que lo gris, con la que está cayendo, merece un elogio.



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