Cuando los vallisoletanos despedazaron al Duque de Lerma
(30/8/2011) Que el señor Duque de Lerma, valido del rey Felipe III, “se las traía” no hace falta demostrarlo, basta con asomarse a los libros de historia. Que se ha exagerado mucho sobre su proceder en la privanza, pues también -pregunten a los revisionistas de la historia-. Pero que los vallisoletanos quisieran despedazarlo por vete a saber qué motivos, suena a titular de prensa amarilla o, ya metidos en la historia, a “leyenda negra”.
Pero así fue. Así fue en la mente calenturienta del señor Edgard Grimston que al traducir la obra del francés Louis de Mayerne, “The Generall Historie of Spaine” (1612), no se le ocurrió mejor idea que privarnos del privado. Y es que en la trama imaginada e introducida por Grimston en su traducción, una comedia representada en el Valladolid del XVII, los protagonistas son el rey Felipe III, el Duque de Lerma, el Condestable de Castilla y el pueblo. Y ese “pueblo” de Valladolid, adelantándose casi dos siglos a la revolución francesa, toma “la Bastilla” del señor Duque de Lerma y, ya metidos en harina, lo despedaza. Y tamaña ocurrencia tuvo lugar en el año 1612. Año, por cierto, en el que Don Francisco de Sandoval y Rojas, el Duque de Lerma, estaba en la cumbre de su poder, rodeado de sus hechuras y firmando despachos como si fuera el mismo rey. Que lo era.
En la memoria de la ciudad de Valladolid -que las ciudades también tienen su memoria- han quedado grabados los seis años de pantagruélicos banquetes y faraónicos festejos de cuando llegó y permaneció la corte. Y en su memoria, el Duque de Lerma fue el responsable de tal acontecimiento. El que puso el caramelito en nuestra boca, vaya. Aunque luego nos quitó el caramelo y…
Uno, que también tiene su imaginación calenturienta, aunque no tanto como la del inglés, piensa que un sevillano es un señor que al levantarse cada mañana, otea la ciudad y, desde el balcón de su casa, exclama: “¡Ozú! ¡¡ Cómo esta Sevilla!!”; mientras que un vallisoletano es otro señor, que cada mañana, desde su balconada renacentista, se asoma al Campo Grande y grita preguntando a los cuatro vientos “¡Ay! ¡Por qué! ¡¡¿Por qué se fue la corte?!!”. Y así desde 1606.
Por eso extraña que al británico de marras se le ocurriera que fueran los vallisoletanos quienes despedazaran al Duque. A él, que fue quien trajo la Corte junto al Pisuerga cuando ya nadie daba un duro por nuestra capitalidad. A él, que cuando tomó el camino del exilio, en 1618, eligió Valladolid para retirarse y morir tranquilo.
Claro que el “levantamiento popular” lo sitúa el inglés en 1612, como se dijo, y ya por entonces el “pueblo de Valladolid” llevaba seis años asomándose al Campo Grande, mirando hacia Madrid, y llorando. “¡Ay! ¡Por qué! ¡¡¿Por qué se fue la Corte?!!” Y estarán conmigo que seis años son muchos años de privaciones y de lástimas. Aunque no lo suficientes como para cortar en trocitos a nadie.
Pese al inglés, al señor Duque de Lerma se le recuerda, y para bien, en la ciudad. Lo demuestra el edificio de más altura y arrogancia -como si fuera un calco de aquel a quien representa- que tiene la villa: el edificio “Duque de Lerma”. Lo confirma el hecho de que hasta hemos puesto su nombre a una calle: la calle “Duque de Lerma”. Para que digan.
Para que luego digan que somos rencorosos o que despedazamos al Duque.