El escriba encamado
(30/10/2015) Leer en la cama. Dialogar con los dioses de nuestros deseos, horizontalmente, en la postura definitiva que alcanzarán los cuerpos. Leer en la cama con la intensidad de quien busca aventuras y anhelos que le precipiten al sueño, al abismo de las satisfacciones inconscientes.
Escribir en la cama.
Siempre creí que la escritura era una actividad del nómada que nos habita, que había que caminar y caminar para escribir sobre cualquier cosa, pero resulta que no. Que hay quien escribe mejor en la cama, con el movimiento en pausa, hasta convertirse en literatura.
“Soy un escritor completamente horizontal” nos confesó Truman Capote que sabía muy bien que sólo silente y horizontal, enclaustrado y tranquilo, puede escribirse A sangre fría y mitigar, así, el aislamiento sufrido en la infancia.
Porque la cama te protege en la medida que te aísla. Y te refleja en el espejo de los techos para que contemples tu insignificancia; y te hace filósofo que piensa en la vida, en el tiempo, en la memoria, en el deseo…
Filósofo y escritor como Marcel Proust que escribió en la cama El tiempo recobrado, parte concluyente de su obra maestra En busca del tiempo perdido.
Escribir en la cama. En la postura del muerto que seremos para agotar todos los secretos que encierra la vida: el sexo, la existencia, el amor, los celos…Como Proust.
Y al llegar la mañana uno quisiera seguir así, horizontal, contemplando las estrellas, escribiendo las esencias de lo humano, sin ganas de enfrentarse a la vida.
“Todas las mañanas cuando salto de la cama piso una mina. La mina soy yo, el resto del día lo paso recogiendo los pedazos” nos confesó -y nos previno- Ray Bradbury el escritor que tanto sabía de terror y que imaginó desde su cama, antes de romperse en pedazos, sus Crónicas marcianas.
Porque sólo desde la cama, desde la verticalidad rota, puede entenderse la angustia metafísica que acompañaba a Bradbury y que nos persigue a tantos. Hagan la prueba. Se tumben en la cama, boca arriba, y junte las manos sobre el vientre. Acaba usted de convertirse en un muerto y como tal, como Bradbury, ya puede “recorrer espacios infinitos y padecer sufrimientos agobiadores para concluir vencido, contemplando el fin de la eternidad”.
Luego desde esa postura definitiva y angustiosa -de muerto viviente- podrá escribir Fahrenheit 451 y contemplar el asteroide que le regalará la ciencia, como a Bradbury -(9766) Bradbury-.
Juan Carlos Onetti, escritor uruguayo, se refugió en la cama los últimos años de su vida para seguir escribiendo, leyendo y bebiendo. La cama, enterramiento salvador que tantas veces reflejó en sus cuentos -hasta cincuenta veces según su hijo-, fue su escondite definitivo. El refugió para sobrevivir a los silencios y a las multitudes. Lugar idóneo para escribir El infierno tan temido.
Porque enclaustrarse y encamarse son formas de burlar a la muerte para encontrarse con la propia esencia, con la felicidad que reside en la nimiedad de las cosas, en la fiesta de lo insignificante que diría Kundera.
“Yo he tenido a veces, enfermo en una cama, en una pequeña estancia, momentos que comparo sin temor a los más felices del resto de mi vida” decía el escéptico y satírico escritor alemán Christoph Lichtenberg
También Valle Inclán, que murió en 1936, era un gran aficionado a escribir y concebir sus libros en la cama. Lo hacía a lápiz sobre cuartillas que fijaba con chinchetas en un tablero para que su mujer las ordenara y trascribiera. En la cama recibía a sus visitas y en la cama, escribiendo, murió.
Son muchos los escribas que han hecho de la cama escritorio. Podríamos citar a Voltaire que tras despertarse, lejos de afanarse como cualquier mortal en labores de aseo, permanecía encamado, dictando sus pensamientos a su secretario-escriba. También a Vicente Aleixandre que, tras ganar el Nobel, confesó que escribía siempre en la cama. O a Mark Twain. O a George Orwell…
Desde la cama, desde la postura horizontal y necrológica el escritor reflexiona sobre su sombra, ríe la vanidad de sus colegas y se enfrenta al mundo, quijote en el rocinante de su pluma.
La cama, hecha a la medida del amor, también lo está a la medida del escriba. Sólo hay que cerrar los ojos para captar la propia esencia y parirla en cuartillas.
No sé qué más decirles sobre el escriba acostado. Me estoy quedando sin ideas y no hay forma de que las musas se dignen visitarme. Me voy a la cama a probar suerte. Con su permiso.