La insignificancia y el apocalipsis
(10/10/2014) En el altar de la modernidad al adorado becerro de oro de la trascendencia y de lo grave le ha llegado su Moisés particular para derribarlo y hacerlo cenizas: la insignificancia.
Al existencialismo, estructuralismo, postestructuralismo y demás corrientes filosóficas terminadas en “ismo” les está saliendo un grano llamado “trivialismo” donde lo menudo, inútil, pequeño, trivial e insuficiente se alía, en insignificante amalgama, para que la filosofía encuentre nuevos argumentos y para que el aburrimiento vital tome rumbos inesperados y concluya en algo tan menudo como el bosón de Higgs, descubierto en el ombligo de la ciencia que es el CERN.
“Desde hace tiempo pienso mucho en el ombligo” dice uno de los extravagantes personajes de la “fiesta de la insignificancia” de Milon Kundera que quiere hacer del insignificante ombligo una nueva moda, una nueva fuente de seducción. Muslos, nalgas y pechos tendrán que retirarse en buena lid ante el empuje del ombligo, dice, que toma así la condición de lugar excelso en la melodía del sexo.
La de hermosas nalgas, la calipigia, tendrá que ceder el puesto privilegiado que ostenta en las fantasías del macho al nuevo fetiche sexual: el insignificante, roto, imperfecto, arrugado y minúsculo ombligo.
Que algo de esto sospechábamos cuando en nuestra infancia nos creíamos “el ombligo del mundo” o cuando Europa inventó ese ombligo que es el CERN donde los electrones juegan al aquí te pillo aquí te mato.
Mundo el de Milan Kundera que ha de reconciliarse con su imperfección, con su mediocridad y para ello ha de contar con la mirada lúcida y otoñal que proporciona lo insignificante porque la insignificancia dice el autor de “La insoportable levedad del ser” es “la esencia de la existencia (…) está presente allí donde nadie quiere verla”. Como el bosón.
Este octogenario Falstaff de las letras, este imprevisible y libérrimo rey del humor y del absurdo que es Kundera ha compuesto una obra polifónica y breve que testimonia su testamento ideológico y literario, “la fiesta de la insignificancia”. Tras quince años sin decir “esta boca es mía”, Milan, nos lega todo un tratado desenfadado sobre la banalidad. Sobre la insignificancia que señorean nuestra postmodernidad.
Fernando Sabater que tanto está haciendo con su “Aventura del pensamiento” para que entendamos a Kant, a Nietzsche o a Unamuno quienes no estudiamos Filosofía en el cole, tendrá que explicarnos a este Kundera de la ética del descreimiento que hace añicos la vanagloria, la trascendencia y la arrogancia.
Después de Kundera ya nadie podrá justificar la barbarie o la sensibilidad invocando la excelencia
o el intelecto. Tendrá que acudir a la lucidez del humor, de lo ridículo y de lo minúsculo, a esa poética de lo insignificante que ensalza Wilhem Genazino en su relato “si fuéramos animales”.
Tal vez en ello radique el triunfo de “La gran belleza”, película italiana dominada por el hastío, la indolencia y el aburrimiento y protagonizada por personajes surrealistas, huecos y sin sustancia.
¿Inutilidad de la vida o trascendencia vital? La respuesta nos la dio la centenaria Margarite Duras en “El parque”. Allí se encuentran casualmente dos insignificantes personajes en un banco. A ella, joven empleada de hogar, su oficio le parece insignificante a él, vendedor ambulante, no. Son dos visiones del mundo: la rebelde y la resignada.
No hay que menospreciar la fuerza de los débiles, de los insignificantes. Como muestra un botón: el recientemente recordado Thor Heyerdahl célebre por navegar por el pacífico en una insignificante balsa hecha de troncos y materiales naturales de Sudamérica. Él y otros seis hombres -la expedición Kon-tiki- demostraron que se puede hacer toda una teoría de la colonización a partir de una insignificante embarcación.
En un anterior artículo les hablé de la mediocridad y su cotización al alza en este mundo nuestro.
Pues bien, llega ahora la insignificancia, que no es mediocridad ni banalidad, sino que puede contener en su pequeñez la gravedad de lo auténtico.
El inquietante ombligo que es el acelerador de partículas del CERN basa toda su grandeza en algo tan insignificante como una partícula. Partícula que manejada como se debe puede convertirse en todo un sol. No lo olvidemos.
De lograrlo sería la fiesta y el triunfo final de la insignificancia. El apocalipsis.