Parábola de ratilandia
(20/2/2009) Todo comenzó el día en que un ratón con aire despejado y mirada inteligente propuso al director general de Ratilandia poner de una vez por todas el cascabel al gato.
-Acabaremos así con esa mala fama que el mundo de las fábulas nos da a los ratones- argumentó.
Oru -que ese era el nombre del osado ratón- siempre se había caracterizado por plantear cuestiones y dilemas atrevidos que al resto de la población ratonil les parecían excesivos. A más de un roedor no le gustaban las iniciativas que tomaba ya que, de alguna manera, ponían en evidencia la torpeza del resto de la camada que sólo pensaban en los tipos de queso que llevarse a la boca y en la cama donde dormitar durante la estación fría.
- Ejem…-dudó el director general- habrá que pensar en alguien. Piensen, piensen en aquel que sea capaz de hacerlo….Ejem…
Y salió de la estancia, mirando al intruso planeador de cuestiones imposibles con aire de perdonavidas.
Ante la indiferencia del resto de compañeros y tras meditar largo rato Oru propuso a Raitán como el único ratón capaz de lograr tamaña hazaña, después de descartar otras propuestas igualmente válidas.
-Raitán es ágil y diestro en todas las artes ratoniles -argumentó ante sus compañeros- es valiente hasta la temeridad y ha hecho varios cursillos sobre como echar lazos a musarañas y otros animales inferiores. El cascabel lo domina como pocos.
Cuando todos parecieron estar de acuerdo en que Raitán acometiera tan dura y arriesgada tarea corrieron a proponérselo al Director General de Ratilandia.
Era este un ratón vacuo y presumido que había heredado el cargo de su padre que a su vez le había heredado del suyo sin que hubiera aportado ningún mérito personal a la larga dinastía de la que procedía. Le gustaba rodearse de ratones de escaso fuste, que se comportaran como estómagos agradecidos y le apoyaran en las ocasiones de peligro. Veía, sin embargo, a los ratones más hábiles y decididos como una amenaza para su permanencia en el poder y el que un ratón tomara decisiones propias lo consideraba un grave delito.
- Raitán es bueno -pensó para sus adentros una vez que oyó la recomendación del Consejo- es sin duda el mejor para los fines propuestos pero si logra su objetivo todos le admirarán y querrán que sea mi subdirector general. A su lado mi brillo será menor pues todos admirarán su valor y coraje. Será duro vivir junto a su sombra.
Y después de reflexionar largo rato concluyó que Raitán no era el ratón adecuado ya que el servicio de espionaje de Ratilandia había detectado en sus actitudes poca entrega a la causa que él representaba como jefe absoluto de Ratilandia. Había que buscar otro candidato.
Sin perder un minuto Oru se puso manos a la obra para encontrar otro atrevido ratón que pusiera el cascabel al gato y lo encontró en Rabón un compañero de estudios al que admiraba desde los tiempos del Instituto por su sabiduría y sencillez y al que todos veían como un valedor de las causa perdidas.
Aunque no tan valiente como Raitán, Rabón acumulaba la necesaria prudencia para oficio tan arriesgado como lo era el terminar de una vez con la maldita fábula que tachaba de cobardes a todos los ratones que en el mundo han sido.
Con aquel ratón prudente, pensaban todos, la fábula terminaría con la siguiente sentencia:
Aquellos que son prudentes
sin que les falte valor,
pondrán cascabel al gato
como demostró Rabón
Pero el director General no estuvo tan de acuerdo con el clamor popular. Asesorado por un ratón enclenque y mezquino, con fama de envidioso y de pasar más tiempo del necesario en los despachos, concluyó que Rabón no podía ser el candidato por no haber realizado el servicio de armas en la pequeña república de Ratilandia.
Y lo mismo que la de Rabón fueron desestimadas otras candidaturas que hizo Oru con la esperanza de que el Director General aprobase, por fin, alguno de los candidatos que, por méritos propios, podría afrontar la empresa de poner el cascabel al gato…
Cuando se hallaba más metido en estos pensamientos sobre el candidato ideal se presentó en su estancia el asesor del director general.
Era este, como se ha dicho, un ratón débil y enfermizo, hábil en el arte de encizañar y sembrar discordias entre los ratones. Envidioso y mezquino tramaba desde su hura la caída en desgracia de todos aquellos que le superaban en inteligencia y valor.
- El director General, -afirmó con el aire fatuo que le caracterizaba- tras muchas horas de cavilaciones y largas noches de insomnio concluye que quien ha de enfrentarse a la tarea de humillar al gato y trocar las fábulas que injurian el buen nombre de Ratilandia sea: Petín.
Oír este nombre y echarse todo el mundo a reír fue todo uno. Ratones hubo que en un ataque de risa incontrolado tuvieron problemas con su costillar, otros más sensatos se escondieron en huras contiguas para que el Asesor del Director no apreciara su estupor y extrañeza y los delatara al servicio de policía; y los más se miraron abatidos ante la tragedia que se avecinaba de ser Petín el candidato para la aventura propuesta.
Petín era un ratón que había nacido con problemas. Con un físico poco agraciado movía a compasión al resto de los compañeros que se apresuraban a ayudarle en aquellas tareas para las que apenas tenía recursos. Tareas que eran prácticamente todas. Con problemas de motricidad para poder surtirse de comida más de un compañero había repartido sus viandas para que aquel ser desprotegido y enclenque no falleciera de hambre.
¿Qué motivos habían llevado al Director General a tamaño nombramiento? Se preguntaban todos.
Pero las órdenes del mandamás eran inapelables por lo que pasado un tiempo Petín se surtió del cascabel y esperó medroso e impaciente la llegada del gato para colocarle en el pestorejo el collar de marras.
Por supuesto que Petín no logró su objetivo de ensartar el pescuezo del gato, hazaña que hubiera puesto su nombre en los libros de historia de Ratilandia. Bastante hizo con salir con vida del peligroso trance gracias a la ayuda de sus compañeros.
Pero eso sí. Inmediatamente fue nombrado subdirector de Ratilandia para que ya nadie soñara con hacer la menor sombra a la mediocridad de su Director General.
Y así se hallan todos en aquella república: asesorados por un ratón mediocre, que se rodea de otros más mediocres para que su poder no tiemble y con la imposible esperanza de que la fábula trueque, algún día, su humillante final.
Si piensan ustedes que lo narrado sólo ocurre en Ratilandia, pinchen