La televisión y el vómito
(29/6/2014) Dicen, quienes entiende de ello, que la televisión hace tiempo que dejó de ser basura para alcanzar la excelencia de vómito.
Y dicen, los mismos entendidos, que la basura y el vómito tiene carácter adictivo y que pobre del directivo que ose cambiar la programación en aras de una televisión a la antigua, con programas culturales y de buen gusto. Pobre.
Si alguien quisiera intervenir formando una comisión ética, los “embasurados del mundo uníos” se indignarían hasta el paroxismo cual drogatas a los que les falta el chute.
No hay nada que hacer, dicen los más optimistas. La tele ha de seguir el camino de encanallamiento que ha seguido en las últimas décadas si se quiere evitar una guerra civil entre la audiencia.
El embrutecimiento televisivo es un camino sin retorno y no hay modo de “desidiotizarse” dicen los más optimistas estudiosos de los medios.
Así las cosas, la estupidez alcanzará cotas inimaginables de entradas en el diccionario ideológico de Julio Casares que ya cuenta con más de trescientos términos para nombrar a los estúpidos (sólo hay unos diez términos para nombrar a los inteligentes y cotizan a la baja).
Por lo tanto, amable lector, si aún no has probado la droga vomitiva de la serie televisiva de turno no oses pasar por la experiencia de catarla. Quedarás enganchado de por vida en el albañal mediático y ya no podrás vivir sin degustar cada día la mierda.
Y si la has probado, resignación, hermano. Comprobarás que una boñiga te lleva a otra boñiga y una caca a otra caca, en un paladeo diario que cada vez te exigirá más enmierdamiento si quieres sentirte vivo en el muladar de la pequeña pantalla. ¡Qué asco! ¡Estoy vivo!
Lo mismo que un extremófilo alimentado en charcas de ácido sulfúrico no soporta las aguas cristalinas del arroyuelo, tú tampoco podrás vivir si, en determinado momento, osas ver “Saber y ganar” sucumbiendo al zapping impulsivo. Morirás en el mismo momento que llegue a tu retina la incombustible figura de Jordi Hurtado. Te aviso.
La “cacosmia” ya es universal y lo mismo da ver un programa de televisión en Buenos Aires que en Tokio. En Londres que en Madrid.
Por eso generaciones de telebasureros están pidiendo a los fabricantes de pantallas de plasma que adjuntes olores al uso de los programas en cuestión. Todos con su peculiar olor a podrido como cuando en el siglo XVI las calles de las ciudades y villas se distinguían por sus fatos.
Con la ventaja añadida de que gracias a la persistencia de los olores en el cerebro -la llamada memoria olfativa- todo el mundo recordará el programa que estaba viendo antes de entregarse a la “siesta del carnero” con sueños de alcantarillas y zurraspas.
Y si osa echarse al monte de la resistencia, que forman cuatro culturetas por patria, con la insana intención de sabotear la maquinaria enmierdadora, sepa bien lo que hace antes de tomar tamaña decisión.
A estas alturas de la película todo está perdido y es mejor no despertar a la bestia enfangada.
Échese al monte si ese es su deseo y dedíquese a plantar lechugas y tomates.
O forme una comuna, o se vaya a vivir con los Amish, cuidando, eso sí, que no haya ningún elemento subversivo entre sus filas, ningún saboteador. Se les distingue por el aleteo de su nariz buscando olores nauseabundos ante cualquier pantalla o espejo.
No olvide que el hombre es el ser basuralicio por excelencia. Y que ya lo dijo Borges por boca de uno de sus personajes: “Mi memoria es un vaciadero de basura”.
Y deje de jugar a ser el Hércules que limpia los establos de Augías. Admita que las tareas denigrantes forman parte de su trabajo. Goce con la humillación de penetrar en los pozos ciegos de la videocracia y entréguese al estiércol.
Y si ha de veranear consulte las ofertas que han lanzado desde la “Isla de la basura”. Está en el Océano Pacífico, entre San Francisco y Hawaii, y es tan grande como el estado de Texas. Ofrecen toneladas de desperdicios y residuos tóxicos a precio de ganga. Un paraíso hecho para quienes gozan del muladar, del vómito.
Ya lo dice el refrán, siempre tan sabio. “Agua, barro y basura hacen buena verdura”.
“¡Vegetales del mundo, uníos!”.