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(10/01/2022) Si hay una actividad que ha caído en desuso en los tiempos que corren esa es la de enviar tarjetas de felicitación por las navidades.

Lo habrán comprobado ustedes en las pasadas fiestas donde quien más quien menos recibió las felicitaciones en formato digital bien por wasap, bien por correo electrónico.

Quitando a algún antediluviano que aún conserva la costumbre de molestarse en adquirir tarjeta, sobre y sello, escribir unas líneas felicitando las fiestas, poner dirección y remite al sobre e introducir el conjunto en el buzón de correos, la mayoría echamos mano del engendro tecnológico que llevamos en el bolsillo, ese aparato que igual sirve para un roto que para un descosido, y enviamos un wasap  navideño a quien nos apetece.

 Recordarán ustedes, me refiero a aquellos que utilizaron o vieron en algún momento las tarjetas de Navidad -esas que siguen utilizando cuatro nostálgicos metidos en años, ¡ay!-, que había en el asunto “tarjetil” sus diferencias. Sus más y sus menos. No era lo mismo la felicitación de quien se interesaba por tu vida, contaba retazos de la suya y concluía con un “Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo”, que aquélla que enviaba algún conocido, organismo o empresa con un escueto “Felices Fiestas y Próspero Año Nuevo”, sin más alusiones y sin nombrarte siquiera, siendo la única alusión personal los datos del sobre (la dirección y el remite).

 Con los wasap ocurre lo mismo. Aparte de comprobarse una evidente disminución en las felicitaciones recibidas (nada que ver su número actual con el de hace unos años cuando todo era novedoso y los vídeos fascinaban), la manera de felicitar las fiestas por pantalla contiene notables diferencias. Me explico.

 No es lo mismo una felicitación que alguien te escribe y personaliza con tu nombre deseándote lo mejor en las fiestas, que el mero reenvío de un vídeo, de esos que se han hecho virales en la red, donde lees “Feliz 2022” mientras escuchas un villancico o ves un montaje virtual de fuegos artificiales en Pekín.

Insisto en lo de personalizar porque el nombre es lo que nos identifica, lo que nos distingue, lo que nos marca según dicen los cabalistas, lo que hace que existamos según pensaban los antiguos egipcios. No es lo mismo escribir “Felices Fiestas y Próspero Año Nuevo” que escribir “María, que tengas unas Felices Fiestas y un Próspero Año Nuevo”. No es lo mismo.

 “Si perdiéramos nuestro nombre todo desaparecería” apunta el escritor italiano Donato Carrisi.

 En los tiempos ágrafos que vivimos cada vez son menos los que se dignan poner unas letras en el wasap y más los que simplemente reenvían lo recibido a sus contactos. Al fin y al cabo hemos pasado de ser familiares, parientes o amigos a simples “contactos”. Es lo que hay.

 La fobia a escribir a mano se está extendiendo entre las generaciones más jóvenes y pronto los bolígrafos serán objeto de museo. Las campañas de solidaridad navideñas hacia los más necesitados, hacia los niños pobres, “un juguete, una ilusión”, se realizan mediante la compra de un bolígrafo. No me extraña. Tan necesitados están los niños pobres de juguetes como los bolígrafos de usuarios.

 Pero, ¿y los teclados? Pues que vista la desgana por escribir del homo videns, que pronto solo sabrá abrir vídeos y desplazar la pantalla de arriba abajo, tampoco se les augura un prometedor futuro. La falta de expresión verbal y escrita es quizá una de las lacras a la que lleva la multiplicación de pantallas. Lo malo no es “no escribir”, lo peor es no tener nada que decir.

 Al paso que va la burra en este mundo de ágrafos peligrará, con el tiempo, otras de las tradiciones navideñas más enraizadas: la carta a los Reyes Magos.

Carta que exige demasiado trabajo y para la que se auguran malos tiempos. Ya hay padres que, tras bajar la correspondiente aplicación en su móvil, piden a sus retoños que la escriban por wasap para evitar la escritura a mano y el consiguiente desplazamiento al buzón. ¡Qué pereza!

 Aplicación que permite además decorar la carta con pegatinas virtuales y, lo que es más interesante, simular que se ha escrito a mano para que los Reyes Magos crean que los pequeñuelos se han esforzado.

En eso quedará todo. En un pastiche virtual donde se simula no solo la escritura sino también los afectos y los buenos deseos a los demás. Esos afectos y esos deseos que vienen de un “corta y pega” y que reenviamos con un clic a nuestros contactos.



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