Sobre crianza y valores

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(20/07/2022) Cada generación cree ser la primera en pisar la Tierra y que, por ello, tiene derecho a empezar de nuevo, a ponerlo todo patas arriba y a no creerse nada de lo que cuentan los viejos.

Ocurre con todo. También con el modo de educar a los hijos. De un tiempo a esta parte son muchos los padres que piensan que son los primeros en enfrentarse a la crianza y que de nada sirven los consejos que les dan los cavernarios.

 La tendencia a cuestionar todo lo heredado y a rebatirlo es universal. Y más en unos tiempos en los que la (des)información nos llega a la velocidad de la luz.

 Luego resulta que no. Que aunque la información y los aparatos que manejamos han crecido exponencialmente, las emociones siguen siendo las de siempre y la rabieta del bebé es idéntica a la que soportaron sus ancestros en la prehistoria.

-La gente no quiere escuchar cómo debe criar a sus hijos, creen saberlo todo porque lo han leído en Internet- dicen los maestros desesperados ante la inutilidad de sus propuestas.

 Uno de los principios en los que se basaba la vieja pedagogía era el de educar a los niños en la bondad y que para reforzar dicho aprendizaje había que emplear frases como “qué bueno es este niño”, “qué bien se porta”, etc., por aquello de que las expectativas tienden a cumplirse. O sea, que si un niño oía que alguien alababa su buen comportamiento tendía a repetir esa conducta.

 Pero estábamos equivocados. O eso dicen.

 Los nuevos gurús de la crianza aseguran que no. Que todo lo contrario. Que decir “es un niño muy bueno” tiene consecuencias psicológicas que le marcarán en el futuro. Que es una frase perniciosa que atrapa a los pequeños en la obediencia ciega y la sumisión. Que obedecer órdenes, normas e imposiciones sin rechistar crea niños sumisos al sistema.

  Portarse bien está mal visto. Ya lo intuíamos desde hace tiempo cuando veíamos que en el cine los mejores papeles se los daban a los malos. Que Lee Marvin tenía más tirón que James Stewart.

 Hace tiempo que nos hemos quedado sin valores, sin referentes, anclados en la indecisión. Sin saber qué ruta tomar ante tanto desconcierto.

 El problema no está tanto en huir de las viejas propuestas que marcaba la tradición como en creerse que las nuevas son mejores por el mero hecho de ser nuevas.

 Si ya no es bueno “ser bueno”, si la verdad tiene las “patas más cortas” que la mentira, si quien maneja los bulos reina en las redes, si la sinceridad es un estorbo para medrar y la lealtad una suma de intereses, ¿a qué nos agarraremos para seguir navegando por la vida?

 Quienes defienden estas y otras propuestas, convencidos de su certeza, se olvidan de la multitud de variables que intervienen en cualquier comportamiento. Que lo que es bueno para un niño puede no serlo para otro. Que lo que funciona a los seis años puede no funcionar a los once, que el comportamiento debe adaptarse a cada situación y no siempre tiene que ser el mismo.

 Reivindico desde aquí la duda y la flexibilidad mental. El asomarse a distintas ventanas que ofrezcan distintos paisajes educativos. El pensar que podemos estar equivocados.

 -Muchos padres necesitan que les digan la verdad- siguen diciendo los maestros que aunque saben que su primera misión no es la de educar (esa misión pertenece a los padres) sino la de enseñar a aprender, la de abrir el apetito infantil al conocimiento, quieren contribuir a ello por aquello de que es toda la tribu la que educa o la que debe educar a sus miembros.

 Pero los maestros ¡ay! se enfrentan, cada mañana, a muchachos que se les suben a los pupitres de la indisciplina sin que puedan hacer nada por evitarlo. Sólo les queda llamar a unos padres que, lejos de apoyarles, asegurarán agresivos que su retoño tiene razón, que han leído no sé dónde que la escuela mata la espontaneidad y que no es malo que el niño se le suba a la chepa.

  ¿Siguen siendo valores la bondad, la obediencia, el respeto, la disciplina, la constancia, la responsabilidad, la lealtad, la sinceridad, la actitud pacífica…? Esa es la pregunta a la que deberá responder nuestra sociedad.

 Luego, una vez aclarados los valores, indagar en cuáles son las mejores formas de actuar para llegar a ellos, sabiendo que un niño es un mundo en constante cambio y que lo que es útil para uno no lo es para otro, que lo que le ayuda hoy tal vez no le ayude mañana y que lo que puede servirle en una situación determinada tal vez no le sirva en otra.

  Prudencia, ponderación, flexibilidad y búsqueda. Y siempre armados con la linterna de la duda.



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