Procesión de arrepentidos

arrepentidos

(10/01/2024) Lo mismo que hay tres jueves en el año que relucen más que el sol, según dice un viejo proverbio, hay también dos noches en el año que siembran la mañana siguiente de arrepentidos: Nochebuena y Nochevieja.

 Todos los años cuando llega el veinticinco de diciembre o el uno de enero, una procesión de arrepentidos avanza cabizbaja y pesarosa por la avenida. Ensimismados y taciturnos, como zombis que haya parido la navidad, meditan sobre lo ocurrido la víspera durante la noche y, arrepentidos de lo que cenaron o de lo que hablaron, juran por sus muertos no volver a hacerlo.

Son arrepentimientos pasajeros, abatimientos fugaces, que duran lo que el rosario de la aurora, pero que les hace sentirse animosos para enfrentarse a un día sin bares que los acoja, aunque maldiciendo entre dientes las crueles leyes del mercado que permiten el cierre de las cafeterías cuando más necesarias son.

 Salgan ustedes a eso del mediodía, los susodichos días, y comprueben si es cierto o no lo que les digo: aceras llenas de seres empanados (y nunca mejor dicho), penitentes del asfalto, que caminan como autómatas rumiando filosofías de andar por casa.

 Si por arte de magia o tal vez ayudados por alguna IA que está en camino pudiéramos meternos en esas cabezas pensantes y taciturnas, constataríamos que todas ellas mascullan el mismo soliloquio: “no volveré a cenar lo que cené, no volveré a hablar de lo que hablé”. Pero como no hay mal que cien años dure ni propósito que abarque largas distancias, los arrepentidos bajan al terreno de lo inmediato y, abandonando cambios tan remotos -la siguiente Navidad está demasiado lejos-, comienzan a plantearse objetivos más alcanzables: aprender chino, asistir a yoga, acudir al gimnasio, conocer Palencia…

 Uno que, como es obvio, forma también parte de esa procesión de arrepentidos, se ha prometido no hablar de género, religión o política. El sectarismo que crece y crece de manera monstruosa en esta España nuestra hace que tocar dichos temas sea lo mismo que separar la espoleta de una granada. El patio está cada vez más dividido y hay mucho incendiario que disfruta arrojando leña al fuego.

De todos es sabido que quienes triunfan en Nochebuena y Nochevieja son los atrevidos, los arrogantes sin pelos en la lengua, esos especialistas en todo y en nada con dos copas de más. Gente que, ufana y lanzadilla, se afana en manifestar sus opiniones pensando que toda la concurrencia piensa como ellos. Son personas que arrastran un sesgo cognitivo -descrito por los psicólogos David Dunning y Justin Kruger- que se caracteriza por su proporcionalidad: cuanto menor conocimiento tienen sobre cualquier tema con mayor seguridad lo defienden ante los demás.

 Y así, ayudados por el tintorro, sueltan lo que se ha bautizado como “cuñadismo”, esas “bravatas”, frases sin filtro, exabruptos y salidas de mal gusto que pretenden ser ingeniosas y que se arrojan las mencionadas noches de paz y amor. Haciendo un recorrido por internet me he encontrado con los siguientes:

- “A ver qué traje saca la Pedroche este año”.

- “¿Otro año sin novia? A ver si vas a ser de la otra acera…”.

- “Si quieren igualdad, también debería existir un día del hombre”.

- “Ni machismo ni feminismo, yo creo en la igualdad”.

- “En mis tiempos sí que sabíamos divertirnos, no como ahora”.

- “Mari Carmen, ponme otra que esta tiene un agujero”.

- “Tú hazme caso a mí que sé de lo que hablo, que tengo contactos”.

- “Échale un poco de jamón a la vegana”.

- “Hazme caso que todos los políticos son unos sinvergüenzas, te lo digo yo”.

- “Bueno, ¿y los hijos para cuándo?”.

- “Este jamón no está mal, pero ya te diré donde puedes comprar jamón de verdad”.

- “Este vino es afrutado, armonioso, divertido, con sabor a barrica de roble cosecha del 2006”.

- “El programa económico de (póngase partido político) te lo desmonto yo en un momento.

Por ello si son incapaces de seguir el juego o de decir alguna “burrada” que deje sin palabras al “cuñado” de turno -estrategia que a veces funciona- lo mejor será que practiquen el arte de cambiar de tema, o el siempre práctico contar hasta diez, aunque, dadas las fechas, mejor hasta mil.



Los comentarios están cerrados.