Memorias de la Feria

firma

(20/06/2022) El escritor novato ve pasar indiferentes, ante su puesto, a muchos curiosos que  apenas echan una mirada a su libro. Es su primera feria y ha preparado con ilusión la firma -ese ritual que buscan los coleccionistas con tendencia al fetichismo-: primero preguntar si quiere que se lo dedique (no todo el mundo lo desea y menos cuando no eres famoso, piensa), luego pedir su nombre y por fin la dedicatoria sazonada con alguna frase interesante tipo “el libro es un amigo que nunca falla”.

 Ha traído el mejor bolígrafo que tiene en su escritorio. Pero pasa el tiempo y los curiosos no se detienen.

 El escritor de al lado es un importante cocinero. Las colas por adquirir su libro se salen del parque donde el ayuntamiento, en un duro acuerdo con los libreros, asigna cada año la feria. Su libro “La importancia del ajo en la filosofía occidental” es el más vendido. Lo han promocionado en la televisión pública y todos los periódicos de la ciudad se han hecho eco de su presentación.

 El autor novato sigue esperando su primera firma. Hace un sol de justicia.

 Ha venido con muchas expectativas, quizás demasiadas. Ha oído que la ciudad es lectora y cuida bien a los narradores. Sobre todo si son primerizos. Pero su bolígrafo sigue sin estrenarse.

 El calor es agobiante en este lado del parque.

 Mira al fondo. Allí, en la sombra, la municipalidad ha colocado al autor invitado: un famoso periodista que dirige un importante programa en una televisión privada. La cola del periodista es mayor que la del cocinero.

 El autor novato comienza a cubrirse con el gesto de la decepción. “No puede ser, piensa, la ciudad es lectora, según dicen las estadísticas, cuenta con mucho clubes de lectura y está en el itinerario de la ruta cervantina”.

 De repente el milagro. Entre los mirones que pasan de largo, alguien se detiene. Coge su libro. Lee la contraportada y lo hojea. El novato afila su boli. Por fin.

 Pero el hombre, tras volver a hojearlo, lo abandona de nuevo.

 Al lado, la cola sigue creciendo. El libro de cocina se vende como rosquillas. ¿Sabrá hacer rosquillas el famoso cocinero o solamente domina el ajo?, se pregunta el escritor novato.

 Sigue pasando el tiempo. El autor piensa en la editorial que le ha publicado. Es pequeña y con la pandemia ha estado a punto de cerrar. La feria es un alivio para su economía. Por eso le gustaría firmar, vender. No tanto por él, como por su editor que se ha jugado los cuartos por publicar su libro.

 Una mujer se detiene. Pregunta:

-¿De qué trata?

-Es novela negra, señora.

-No me interesa la novela negra. Ya es bien negra la vida. Muchas gracias.

El autor novato vuelve al pozo de la decepción. Se culpabiliza, ¿por qué le habrá dicho lo de “negra”? La próxima vez le dirá que es una novela y punto.

  La cola del cocinero avanza con lentitud. Estará agotado. ¿Cómo se firma cuando ya lo has hecho con decenas de lectores? -se pregunta el novato.

 Una mujer joven que avanza en la cola del cocinero, mira hacia su puesto. Parece interesada en la oferta de su caseta. Mira la fotografía que identifica al escritor que firma. Al autor novato. Habla con los de la cola. Se sale de la fila y le pide cuatro libros.

 El escritor novato no entiende nada. Su cara de sorpresa le delata.

-¿Se los dedico?

- Sí, por favor.

-¿Nombre?

-Son para mis amigos, les encanta la novela negra. Yo soy más de libros de cocina.

 El autor novato piensa en los milagros. ¡Existen! ¡Vaya si existen!

 Luego la tarde pasa  y termina el tiempo de la firma. Lo acepta aliviado.

  Un amigo pasa por el parque. Saludos y preguntas de rigor: ¿qué haces’, ¿has firmado mucho? etc. etc. Así un buen rato. Se despiden. Apenas ha dado unos pasos el amigo se vuelve:

-¡A ver cuándo me regalas un libro!



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