Londres la memoriosa

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(20/10/2025) Tenía ganas de conocer Londres. La ciudad que para todo el mundo es la capital de las finanzas y el paraíso de los negocios, siempre fue para mí la ciudad desde la que mi tía Isabel (que emigró allí en los años treinta del pasado siglo) nos enviaba paquetes -“bultos” decíamos- para poder sobrevivir durante la larga postguerra. Y Londres, pensé siempre, tendría que ser como ella, una ciudad cálida y acogedora, repleta de ropa, juguetes y libras para repartir entre los pobres del mundo entre los que nos encontrábamos.

 Pero visto Londres con los ojos nada inocentes del adulto que soy, tengo que confesar que me ha parecido un gigantesco memorial. Una ciudad volcada en el recuerdo, una hemeroteca del pasado ocupada en mantener viva la historia del mundo. De su mundo.

 Comienzas en Westminster y compruebas que te encuentras en una antigua abadía convertida en un cementerio repleto de ilustres que apenas han logrado hacerse con un hueco donde caerse muertos. Reyes, escritores, científicos, soldados … llenan sus rincones y, desbordando su espacio, rezuman por las vidrieras góticas para terminar llenando de memoriales plazas y calles.

Muertos con pedigrí, porque el concepto de igualdad que nació allí en el siglo XVII: todos somos iguales ante la ley (todos debemos pagar las mismas penas por los mismos crímenes) nunca se llevó a cabo con sus muertos. Has de tener un plus de celebridad para ser merecedor de una estatua en la ciudad de las nieblas.

 Londres es un memorial, digo. Un gigantesco campo lleno de pedestales de “lores” y de “sires” que compiten por ver quien tiene la columnata más larga. De momento lleva las de ganar un tal Nelson que elevado hasta casi tocar las nubes domina la plaza de Trafalgar sin competidor que lo alcance de momento. Y digo “de momento” porque hay candidatos -como un tal Wiston Churchill- que amenazan con destronarlo. Al tiempo.

 Londres vive por y para el pasado. A pesar de esos monstruos metálicos que surgen entre su caserío victoriano a ambos lados del río y que conforman la ciudad financiera, la “city”, a pesar de esos brotes mastodónticos que intentan imitar a Manhattan, y que afean su paisaje pero alegran su bolsillo, Londres no logra romper con el cordón umbilical que lo liga a un pasado que cree glorioso.

 Cabinas de teléfono prehistóricas tiradas en las calles para disfrute de turistas (que tanto gustan de lo hortera), autobuses de dos pisos de cuando Maricastaña, taxis en guerra con el diseño y la aerodinámica y un metro desvencijado por los muchos años, ruidoso y viejuno, pero que mantiene el “sabor” de cuando fue el primer metro del mundo que es, en resumidas cuentas, de lo que se trata, son ejemplos sobrados de una ciudad que no tira nada a la basura de la historia. Que todo lo guarda.

 Londres es un memorial. Una ciudad que fue la primera en casi todo y se ha quedado ahí. Que desconoce, terca y orgullosa, lo que otras ciudades descubrieron hace tiempo: las calles peatonales y las terrazas, por ejemplo. Porque uno no entiende cómo ese hermoso casco histórico que baja desde la National Gallery por Trafalgar Square y sigue hasta el Parlamento, no esté peatonalizado y lleno de terrazas para admirar el Big Ben con una cerveza en la mano o para hacerse una foto con los guardas que vigilan el número 10 de Downing Street.

 La ausencia de pasos peatonales en una ciudad que conduce al revés (y que nunca cambiará, como tampoco cambiará al sistema métrico decimal: “¡que cambien ellos!”) ha llenado el suelo de pintadas que intentan evitar los inevitables atropellos: look left (mire hacia la izquierda), look right (mire hacia la derecha), Look both ways (mire en ambas direcciones). Pero, ¿y los ciegos?

 Londres es una ciudad en la que cada uno va a lo suyo. Llena de pedestales y de museos. De museos para todo, también para personajes ficticios como Sherlon Holmes, el doctor Who o Harry Potters, y donde su obsesión por el recuerdo -o por matar el olvido, que tanto da- le ha llevado a crear un gigantesco museo de cera donde los huesos esparcidos por abadías y plazuelas recuperan la carnalidad cerosa para resucitar junto a líderes, deportistas y famosos.

 Mientras camino por las calles de Londres “la memoriosa” pienso que mi tía Isabel la de Inglaterra -así la llamábamos como si para nosotros tuviera categoría de reina, que la tenía- bien merecería un memorial en esta ciudad del recuerdo. Un monumento a su enorme generosidad y sacrificio.

 Luego paseo por Whitehall Street y me detengo en el Monumento a las Mujeres que participaron en el esfuerzo bélico durante la Segunda Guerra Mundial. Y entonces comprendo que sí, que en el enorme cenotafio que es Londres, también figura mi tía. Gracias sean dadas a los lores.



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