La sorpresa del ángel
(20/10/2024) “Uno ya no se sorprende de nada” hemos oído decir más de una vez. Y mientras lo escuchamos nos entristecemos un poco porque dejar de sorprenderse es lo que más nos acerca a la vejez, a ese final que es el morir. Si hay algo que distingue al niño del viejo es precisamente la capacidad de sorprenderse.
“Yo asocio la depresión y el envejecimiento con una decreciente capacidad de sorpresa” dijo en su día el autor británico Edward St, Aubyn, constatando lo anterior.
Dicho esto, habría que afinar el argumento lo más pronto posible teniendo en cuenta las lógicas excepciones. Hay niños que no se sorprenden ante nada (“eso ya lo he visto en el móvil”, dicen) y viejos que ponen ojos como platos ante cualquier minucia.
Y hablando de sorpresas, permitan que los conduzca hasta Soria donde hace unos meses se ha llevado a cabo una cuestionada restauración. Se ha hecho sobre unos querubines a los que han dejado de tal guisa que a muchos les ha recordado lo ocurrido con el Ecce Homo de Borja, ¿se acuerdan?
Entre sorprendidos y asustados han dejado a los angelotes, según dicen, aunque a uno que es muy dado a novelar le parece que esa cara de sorpresa podría tener hasta razones teológicas.
Ha ocurrido en la ermita de Nuestra Señora del Mirón, una advocación que algunos desconocen, pero que viene muy a mano para el tema de la sorpresa. Porque como tantas veces hemos oído decir la sorpresa no está en el suceso, sino en la mirada, en la mirada del que mira, del mirón.
“Los querubines han quedado como una caricatura” claman los responsables del Patrimonio que lanzan acusaciones a diestro y siniestro, escandalizados por el atropello.
Pero más allá de los criterios estéticos o científicos de la restauración, a uno, que como les dije es dado a fantasear, le parece adecuado ese gesto, entre sorprendido y asustado, con el que han dejado a los angelitos y piensa (o malpiensa, que vete tú a saber) que los querubines no salen de su asombro ante los derroteros que lleva la Iglesia -con lo de Belorado, por ejemplo- y a estas alturas de la película lo raro sería que no se sorprendieran.
Dicen que las noticias corren que se las pelan y que cuando son malas ya no corren, vuelan. Por eso lo ocurrido ha llegado hasta Hong Kong que está tan lejos como el Japón que cantaban los de No me pises que llevo chanclas:“Japón, “mia” que está lejos Japón”, etc.
Y es que la noticia ha volado como digo por Instagram y en un suspiro ha recorrido los diez mil kilómetros que separan los yermos campos de Soria de la rica capital de las finanzas.
Los amorcillos barrocos ya tienen motivos, si es que aún no los tenían, para estar sorprendidos: en pocas horas su carita gordinflona y sonrojada estaba en las redes sociales de Hong Kong. “Sorpresas que da la vida” se dirán, si es que se dicen algo los espíritus celestes cuando cae la noche en Soria.
El restaurador, que de momento no da la cara, (no sabemos si por miedo o sorpresa ante lo que se ha montado) coloreó los cabellos, pigmentó las cejas, resaltó los ojos y retocó de un rojo intenso los labios de los querubines. O sea, lo que hubiéramos hecho cualquiera de nosotros por amor al arte. Además, el que tengan cara de sorpresa no debería molestar a nadie porque la sorpresa es lo que nos hace humanos y nos permite crecer.
Uno de los inicios más famosos y bellos de la literatura -el de Mobby Dick de Herman Melville- es precisamente el de un hombre sorprendido: “Cada vez que me sorprendo poniendo una boca triste; cada vez que en mi alma hay un nuevo noviembre húmedo y lluvioso (…) entonces, entiendo que es más que hora de hacerme a la mar tan pronto como pueda”.Por eso es tan importante mantener la sorpresa: te lleva a hacerte a la mar y a vivir aventuras.
Pero son muchos los que ya no se sorprenden y piensan que alguien ha querido hacer un negocio como el de Borja donde cientos de turistas van a ver al Ecce Homo que dejaron como un cristo, pero que deja buenos dividendos en el pueblo. Aunque también pudiera ser el grito desesperado de la España vacía para que la tengan en cuenta y que como nadie escucha, pues allá va esa “pintada” que si no llega a las autoridades competentes ha llegado al menos hasta Hong Kong.
Antonio Machado que tanto paseaba con Leonor hasta la ermita para sorprenderse con las vistas desde el cerro -desde el cerro del Mirón- y para que su amada respirara el aire puro que tanto necesitaba, se sorprendería -precisamente él, Machado, que había “andado muchos caminos y abierto muchas veredas y navegado en cien mares y atracado en cien riberas”, se sorprendería, repito, del abandono de la tierra que tanto amó. “Soria, ciudad castellana, ¡tan bella! bajo la luna”.