La risa de la hiena

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(10/11/2023) Noviembre es un mes oscuro. Un mes que lejos de ser dichoso – “Noviembre dichoso mes que comienza con los Santos y termina en San Andrés”- está cargado de sombras. Incluso si nos abstraemos de los noticiarios -que ya es abstraerse- noviembre es un mes que invita a la tristeza, a la melancolía, a pensar en lo peor: los difuntos, el cambio de horario, la caída de la hoja, el viernes negro (Black Friday, con perdón), el año que se acaba… Y así.

Por eso si hay algo revolucionario. Si hay algo que hemos de reivindicar en este mes amargo, ese algo es la risa.

 Reírnos hasta de nuestra sombra ahora que aún podemos, ahora que aún no ha llegado diciembre, un mes en el que todos cumpliremos años – “feliz año”, nos decimos- y ya se sabe que la edad es una asesina. Un mes en el que nos obligarán a ser felices a punta de pistola, mientras cantamos aquello de “hacia Belén va una burra cargada de chocolate”.

 Es obligado reír. Aunque sea de tristeza, pero reír. Ya sé que estos no son tiempos para risas y que con la que está cayendo reírse es una provocación, una frivolidad; ya sé, repito, que estos no son los mejores tiempos, pero ¿lo fueron alguna vez?

 Por eso, por aquello de a mal tiempo buena cara, ríanse ustedes hasta de su sombra. Es la mejor terapia para poder llevar a cabo el acto heroico que supone oír el telediario. Hagan como los niños que, según manifiesta un estudio, ríen unas trescientas veces al día, por término medio, y gracias a ello sobreviven a la infancia y a los problemas emocionales que conlleva.

 Y si ven que son incapaces de reír practiquen lo que recomendaba aquel jefe de oficina harto de ver a sus empleados cariacontecidos: póngase un bolígrafo entre los dientes (en sentido horizontal) y adquiera el gesto bobalicón de quien se ríe de nada. Está demostrado que el gesto es el acto que termina adquiriendo la potencia buscada: la risa.

 De esto, de acto y de potencia, sabía mucho Aristóteles, que también sabía mucho de la risa cuando afirmó que “el hombre es el único ser viviente que ríe”.

 Hay quien ha utilizado la risa como protesta o descuerdo con los poderosos, razón por la que estos nunca se llevaron bien con los que ríen. Además “la risa mata el miedo”, que dijo Jorge de Burgos en El nombre de la rosa -excelente obra de Umberto Eco-, y el miedo siempre fue la mejor arma para gobernar, el mejor pegamento para mantener sujeto a obediencia a cualquier detractor. Así que muerto el perro (el miedo) se acabó la rabia.

 Medardo Rosso que fue un artista italiano famoso por sus esculturas en cera y yeso -vean la ilustración que abre este artículo- y cuya obra se expone hasta enero en la sala Recoletos de Madrid, trabajaba con modelos riéndose, “¿por qué?” le preguntaron: “me gusta la gente que ríe bien. La risa es algo grande. La risa es la cosa más seria del mundo”.

  Y la más contagiosa, añado. Por eso ríanse a mandíbula batiente ahora que noviembre llega depresivo como siempre, y logren que los demás se contagien de su humor hasta partirse de la risa. Hasta morirse de risa.

 Hagan como Kafka, ese escritor que nos han presentado tan serio y tan kafkiano, pero que no podía evitar que le diera la risa: “yo me reía a mandíbula batiente, veía a mis colegas estremecerse por temor al contagio…pero no podía remediarlo, y eso que no intentaba mirar para otro lado ni taparme la boca”, le cuenta en carta a Felice Bauer, confesándo, a quien pronto se convertiría en su novia, que “también sé reír, Felice, no lo dudes; hasta se me tiene por un gran reidor, aunque a este respecto antes era mucho más loco que ahora”.

 Se han hecho muchos estudios sobre la risa, sus causas y sus efectos. Y todos hablan sobre las bondades de su poder revitalizante: se liberan endorfinas, se fortalece el corazón, se favorece la oxigenación, sirve como analgésico, mejora el sistema inmunológico y un largo etcétera.Pero, sobre todo, afirman, evita las arrugas en el rostro y en el alma. Sobre todo, en el alma.

  Propongo, por tanto, para enfrentarse a este fin de época que marca noviembre, a esta hecatombe anual e inevitable, juntarse con gente de risa fácil y reír hasta las lágrimas.

 Porque la risa surgió para defendernos de la hostilidad ajena, cuando, para alejar a los depredadores, no dudábamos en enseñar los dientes y reír. Y reír cual posesos como hienas.

 Reír con la risa torcida de los que se duelen por dentro: la forma más eficaz de luchar contra el absurdo de la existencia y la gran broma del destino. Y hacerlo ahora, en noviembre.



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