Jugar a los peligros
(20/04/2025) La vida ya es, de por sí, un deporte extremo, como nos lo recuerdan esas muertes repentinas que nos dejan sin habla cuando nos acercamos al tanatorio, pero nos gusta acercarnos a los límites de la experiencia, a los riesgos gratuitos, y acceder de vez en cuando a esa descarga de adrenalina que proporciona el riesgo extremo y que nos hace sentirnos vivos. Así somos.
Hace pocas fechas se hizo viral -las estupideces suelen hacerse virales- la foto de una chica que en plenas inundaciones de Australia y con el agua hasta la cintura, en el medio de una peligrosa corriente, se hacía un selfi. Y es que de lo que se trata no es solo de vivir el peligro, sino el grabarlo o fotografiarlo para colgarlo después en ese escaparate que son las redes sociales para que todos vean lo bien que nos lo pasamos, aunque estemos a punto de pifiarla.
Tener experiencias más o menos extremas es lo que se lleva y si hay que hacer un crucero entre glaciares para tener una cena íntima, o subir a un helicóptero para contemplar desde el cielo lo que ya nadie ve desde el suelo -ciegos a la realidad de tanto mirar al móvil- pues se hace y a vivir que son dos días y a los cien años todos calvos, que decía el refranero.
Luego pasa lo que pasa: que los “titanics” chocan contra los icebergs, los helicópteros se derrumban desde el aire y las riadas se llevan por delante a todo lo que se menea.
Ocurre muy pocas veces, pero ocurre. Las estadísticas son así de crueles y no dejan de darnos motivos para que, de tanto en tanto, nos llevemos las manos a la cabeza asombrados por nuestra vulnerabilidad y porque nuestras “alas”, que pretenden llevarnos hasta el cielo, se quemen a cierta altura como le ocurrió a Ícaro. Los griegos ya nos lo advirtieron.
Nos lamentamos de que quienes sufren las desgracias se hallaran en el lugar y momento equivocados y nos olvidamos de que algunos buscaron precisamente eso: estar en el lugar y momento equivocados.
Nos atraen los abismos y los deportes extremos -paracaidismo, ciclismo de montaña, esquí alpino (a ser posible perseguidos por una avalancha), barranquismo, buceo a pulmón, alpinismo, vuelo en parapente, saltos al vacío desde un puente…- para soltar una adrenalina que, al parecer, nos sobra. Ya desde la infancia practicamos ese riesgo que luego se hará crónico. De ahí que las atracciones de feria de cualquier lugar presuman de tener la noria más alta, los coches de choque más rápidos y las montañas rusas más endiabladas y retorcidas donde estás a punto de vomitar (y lo haces) o de que te dé un infarto (y te da), pero donde muchos suben para hacerse la foto y colgarla.
A los “caminitos del rey” -sendas para pasear por lo alto de las montañas-, que en principio cumplen con las normas de seguridad exigibles por las autoridades (menos para quienes están empeñados en hacerse la foto sentados al borde del abismo) les están saliendo competidores por todas partes. Son “caminos de la muerte” como los llaman en Bolivia que te ofrecen una ruta por lo más empinado de los Andes (o de los Alpes, o del Himalaya) y sin apenas espacio para colocar los pies y donde no se atreverían a cruzar ni las cabras de montaña.
Saborear la atracción de los abismos en todos los ámbitos de la existencia es lo que muchos buscan en la vida, también en el amor, que no se va a quedar al margen de lo que podemos probar y probamos. Y ahí están el poliamor, el intercambio de parejas, las relaciones abiertas y otros juegos del corazón que están muy bien si no fuera porque a veces el corazón se infarta.
Aquel aforismo aristotélico de in medio virtus (en el medio está la virtud) que tanto sirvió a nuestros antepasados, aquella templanza en el vivir, aquel comedimiento, aquella moderación, han pasado a mejor vida y a quienes lo practican lo menos que les puede pasar es que los llamen soseras, desaboridos o ñoños.
Es posible que detrás de esa búsqueda del riesgo, de ese impulso a la temeridad, no se halle otra cosa que el miedo a la existencia que a todos nos acompaña. “El miedo puede llevar a los hombres a cualquier extremo” decía el escritor irlandés George Bernard Shaw y veo, cada vez más claro, que no le faltaba razón.
Lo extremo está de moda. Asómense a algunas propuestas turísticas y elijan: a) nadar en cuevas en los cenotes de México, b) buceo en hielo en la Antártida, c) abordaje de volcanes en Nicaragua, d) camping en acantilados en Perú, d) salto desde el puente Bloukrans en Sudáfrica, e) buceo en jaulas con tiburones, f) vuelo con traje aéreo en Suiza, etc., etc.
No me digan que la carta no es variada. ¿Se apuntan?