En un lugar de la costa
(30/03/2024) A veces uno se topa con situaciones que le hacen, por momentos, mantener alguna esperanza en la condición humana. Y decir esto, tras los atentados y guerras que asolan nuestro planeta un día sí y otro también, es, lo sé, una osadía.
Pero sí. Caminábamos por unas de esas ciudades sin límites de la Costa del Sol hace pocas fechas, cuando nos topamos con la brutal caída de una señora de 84 años -edad que supimos más tarde- que, tras tropezar con la acera y golpearse contra el suelo sangraba copiosamente.
Lejos de esa indiferencia ciudadana que tanto se le achaca al hombre moderno, un grupo de personas acudimos en su ayuda procurando aportar lo que buenamente podíamos. Entre tantos, un cocinero de un restaurante cercano -tocado con el gorro de su oficio- destacaba en las labores de socorro limpiando y restañando sus heridas con palabras de ánimo y afecto.
No quisiera exagerar, pero no he conocido a nadie, incluyendo al personal sanitario que he visto en labores parecidas, que se haya aplicado con tanta profesionalidad y entrega con un herido como el susodicho lo hacía con la aturdida señora.
Recuerden que nos encontrábamos en plena costa malagueña, en uno de esos parques temáticos para uso y disfrute de turistas que, por lo general vamos a lo nuestro, y que solo nos interesamos por la playa y el chiringuito.
Mientras el mesonero atendía a la desorientada señora, alguien la levantó con cuidado y la apoyó contra la pared, mientras otro llamaba con su móvil pidiendo una ambulancia al Centro de Salud más cercano que solicitaba con una lentitud exasperante datos sobre la accidentada: tipo de accidente, gravedad de la herida, edad, lugar de la caída, etc.
-¡No llegará ninguna ambulancia! -sentenció un hombre que se había acercado al grupo-. Yo vivo aquí y sé que no llegará ninguna ambulancia -volvió a repetir a quienes observábamos los hechos sin dar demasiado crédito a sus palabras.
Y luego como si quisiera rematar la faena que probaba su pesimismo ante tanto incrédulo, añadió:
-Yo vivo aquí. Vi un incidente parecido hace un año y, tras horas y horas de espera, no llegó ninguna ambulancia.
Mientras el pesimista seguía con su descarga, alguien, salido de no sé dónde, acudió con una silla para que la herida abandonara el suelo. Poco después una chica, empleada en una zapatería- acudió con un taburete para que extendiera las piernas y se acomodara mejor -recuerden que estábamos en plena calle- y otra mujer sacó de su bolso una botella de agua y se la ofreció.
Mientras tanto, el cocinero seguía frenando la hemorragia y animando con profesionalidad de médico-psicólogo a la mujer que, superada por la generosidad del hombre, rompió a llorar.
-Usted deberá acudir a su trabajo -llegó a balbucir entre lágrimas la accidentada.
-No se preocupe, señora, lo mío puede esperar. Lo importante es que usted se ponga bien.
Cansados de esperar y viendo que nuestra presencia era innecesaria -la mujer estaba perfectamente atendida y la ambulancia no llegaba- abandonamos el lugar e iniciamos la búsqueda del casco viejo escondido en algún lugar bajo aquel mar de hormigón. A nuestras espaldas alguien seguía insistiendo:
-¡Váyanse tranquilos! No vendrá la ambulancia. Se lo digo yo. Si esto fuera Alemania ya habría venido tres veces. Lo sé. Yo estuve trabajando allí veinte años. Aquí no vendrá ninguna ambulancia.
Nos marchamos comprobando que aquel hombre tenía razón, que no llegaba ninguna ambulancia y que lo único que llegaba era una ola de calor humano que hacía lo que podía para que la buena señora superara en las mejores condiciones aquel trago.
Dicen que la prisa y la competitividad de nuestra época, favorecidas por un feroz individualismo, dificultan los lazos de solidaridad, pero lo vivido en ese lugar de la costa malagueña me hace sostener alguna esperanza.
Como dice el cantautor español Carlos Goñi la ciudad no depende tanto del PIB (Producto Interior Bruto) como del PIV (Producto Interior Virtuoso).
Y sí, a veces ocurren estas cosas que, como dije más arriba, a uno le hacen apostar por la condición humana. Aunque también le reafirman en esa idea que corre por ahí y que asegura que los pesimistas (como el hombre que nos martilleaba repitiendo que la ambulancia no llegaría) son personas bien informadas.