Dana

dana

(30/12/2024) Llega diciembre y como ocurre todos los años se abre la parrilla de salida. En la gran pista deportiva que es cualquier año, en el enorme estadio olímpico que son los doce meses, todos compiten contra todos…y en diciembre llega la gran final, la hora de la verdad para quienes superaron las eliminatorias. Ahí los tienen, anunciados a bombo y platillo por cualquier medio: los mejores libros del año, las mejores películas, los mejores atletas, los mejores pilotos, la mejor canción del año …

 Todos aspirando a ganar, a llegar los primeros en esa Silvestrada que marca diciembre. Hay que competir, aunque solo sea para felicitar las fiestas al personal reenviando más fotos que nadie, en ese “corta y pega”, frío e impersonal, en el que se han convertido las felicitaciones navideñas.

 Y esa lucha por destacar, por imponerse, por ganar, les ha llegado también a las palabras. En la pista de salida del año que termina se colocaron las finalistas, las más voceadas en los medios: fango, gordofobia, dana, inquiokupa, mena, micropiso, narcolancha, pellet, reduflación, turistificación y woke. Todas esperando ganar, todas concentradas en la carrera, esperando el disparo de salida … y ¡¡¡la vencedora es!!!: “Dana, palabra del año 2024 para la FundéuRAE”.

 Al parecer todas iban muy igualadas hasta la última vuelta, allá por noviembre, pero las graves inundaciones en el sur y este de la Península -sobre todo en Valencia- dieron ventaja a la dana -así es como debe escribirse dicen los académicos- que dejó atrás a la gordofobia, a woke y a la narcolancha que tenían mejores marcas.

“Las palabras tienen que tener olor, color, tacto…son expresiones carnales” dice el escritor Manuel Rivas. Y “dana” lo tiene. ¡Vaya que sí! Pertenece a esa serie de palabras que en su cortedad repiten la “a”: “plaga”, “llaga”, “lacra”, “asma”, “parca” … y que expresan lo peor, los dolores que nos acompañan y que nos matan.

 En esas dos “aes” se concentra todo el asco del mundo. Oigan a un niño diciendo “caca” y fíjense en su rostro. ¿Es o no es cierto lo que les digo?

“Si (como afirma el griego en el Cratilo)/ el nombre es arquetipo de la cosa/ en las letras de “rosa” está la rosa/ y todo el Nilo en la palabra “Nilo”, sentenció Borges en ese poema desconcertante y profundo que es Golem.

 Por eso ha ganado “dana”. Por eso se ha impuesto a “fango” y a “mena” -les faltaba una “a”-; también a “woke”, que está dando mucho que hablar, pero que no tiene ninguna “a”, esa vocal abierta por la que escupimos nuestro dolor y nuestro asco.

 Vuelvo a mirar esas palabras, esos términos que resumen el año y que destacan por lo oscuro, y entonces, ingenuamente, pienso en un mundo feliz, un mundo en el que vencieran palabras como “entusiasmo”, quizá la más hermosa palabra que nos legaron los griegos -ἐνθουσιασμός enthousiasmós- y que significa “tener los dioses dentro”; o como “decencia”, tan desprestigiada ella; o como “dignidad”, tal vez el concepto más revolucionario hoy y siempre… Palabras que oxigenen el cerebro de la humanidad. Pienso.

 Pero del árbol del año cuelgan palabras asesinas como dana, “extrañas frutas” como aquellas de la canción de Billie Holiday, strange fruit, -considerada por la revista Time la mejor canción del siglo XX- que hacía referencia a los negros que se exhibían ahorcados en los árboles sureños, y que se convirtió en un himno de los derechos civiles.

 A punto de terminar el año, las palabras que competirán en el 2025 ya están en la parrilla de salida. Visten chándal negro y desgastado por el uso, como si presintieran algún desastre.

 Algunas repiten esperando mejor suerte que el año que concluye: woke, mena, turistificación…Saben que para vencer hay que hacer ruido, mucho ruido. Un ruido estentóreo como el que hacía Esténtor, el héroe griego que tenía una voz como salida de cincuenta pulmones.

 Hacer ruido en la palestra de la vida para imponerse, para vencer al adversario, antes de que nos quedemos sin palabras y tengamos que acudir a las onomatopeyas como aquella inventada por James Joyce  que se ha convertido en una de las palabras más largas e impronunciables que se hayan escrito nunca:

“Bababadalgharaghtakamminarronnkonnbronntonnerrnntuonnthunntrovarrhounawnskawntoohoohoordenenthurnuk”.

 “En el principio ya existía la Palabra”, dice la Biblia.



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