Como los pulpos
(30/01/2025) La frase tan usada de “¡tienes menos cerebro que un mosquito!” lanzada contra el adversario que molesta, tiene los días contados. Lo mismo ocurre con lo de utilizar eso de “eres un descerebrado” a quien además de estúpido es un alocado. El “segundo cerebro” (second brain), la nueva aportación de la IA, ha llegado para quedarse y pronto serán muchos los que presumirán de ir por la vida con dos cerebros que les aportarán múltiples ventajas. O eso parece.
Ahora que las máquinas van a amplificar nuestras capacidades humanas, cuando la sobredosis de información nos aturulla y nos deja con la sensación de estar olvidando algo importante porque es imposible retenerlo todo, el “segundo cerebro”, ese sistema digital de gestión del conocimiento que podrá instalarse en el “cráneo” de nuestro móvil, será la solución a todos esos males, ¿cómo? pues organizando el cajón de nuestras ideas y desbloqueando nuestra creatividad.
Se acabó lo de tomar notas y almacenarlas en la libreta, se acabó lo de andar como pollo sin cabeza olvidándolo todo. El segundo cerebro nos permitirá acceder a todos los contenidos que guardamos en correos electrónicos, aplicaciones de mensajería, mensajes de texto, etc. Eso dicen.
“Están empeñados en que lo recordemos todo, con lo saludable que es olvidar tantas cosas” protesta un amigo que reniega del invento y no entiende tanta obsesión por el recuerdo “por parte de los plutócratas que nos gobiernan”, sentencia. Luego añade que cada vez nos queda menos para alcanzar a los pulpos, a esos animales que según los últimos descubrimientos tienen ¡nueve cerebros!, uno principal en su cabeza y ocho secundarios situados en los tentáculos. “Algo que deben ignorar las “pulpeiras” gallegas para cocinar el “pulpo á feira” sin sentirse culpables”, porque, añade, “no es lo mismo saber que estás cocinando a un cerebrito que a nueve”.
Luego entramos en una discusión sobre hacia dónde nos está llevando tanta tecnología manejada por millonarios sin escrúpulos, tantas prótesis electrónicas en las que delegamos cada vez más funciones como la memoria y la orientación. Ya nadie se aprende las tablas de multiplicar, ni los teléfonos de los amigos y hasta hemos perdido la relación que teníamos con el espacio porque nos dedicamos a seguir una flecha en el navegador de nuestro coche. Y así nos va.
Según el Coeficiente de Flynn (James Robert Flynn fue un psicólogo especializado en unir la neurociencia con la estadística) nuestra inteligencia como especie aumentó 30 puntos como promedio hasta los años ochenta del pasado siglo. Luego vino una meseta y, a partir de los 90, comenzó a descender a razón de dos puntos por década. Y hasta hoy y lo que te rondaré.
Y es que cada vez saben más las máquinas de las que nos servimos que nosotros. Lean los malos resultados de los informes PISA que se hacen a los escolares para evaluar sus destrezas de aprendizaje, y comprueben si es cierto, o no, lo que dijo Flynn.
El hombre moderno pierde capacidades mientras las máquinas aumentan las suyas. Máquinas que aprenden demasiado rápido y que saben cómo venderte la moto (que es de lo que se trata). Que saben de todo, menos de ética o de moral, porque sus programadores han decidido que así sea.
Geoffrey Hinton, padre de la inteligencia artificial y premio Nobel de Física el pasado año, ha manifestado que uno de los grandes problemas de la IA es su incapacidad de sentir dolor, de padecer sufrimiento y, por lo tanto, de tener límites que la autocontrolen. Geoffrey Hinton ha renunciado al puesto que ocupaba como desarrollador de lo que considera un monstruo incontrolable porque aprende demasiado rápido. Tan rápido, asegura, que ya no es comprensible para los humanos porque se trata de otro tipo de inteligencia.
“¿Estamos ante máquinas controladas por personas incontrolables cuyo objetivo es controlar cada vez más a los demás?” se preguntan los apocalípticos. La culpa no es de la máquina, el problema no es el robot sino del amo, pero ¿quién es el amo del robot?
Los humanos nos estamos convirtiendo en máquinas portadoras de prótesis “inteligentes” que nos hacen cada vez más tontos, en robots con el sistema nervioso distribuido en cientos de aplicaciones.
Al igual que los pulpos, con dos tercios de sus 500 millones de neuronas repartidos entre sus tentáculos, tenemos ya muchas de nuestras neuronas en un aparato oscuro que va unido quirúrgicamente a nuestra mano.
Somos pulpos esperando el pimentón y la sal para ser cocinados “a feira”.
Perdonen el “optimismo” que derrocha este artículo. Lo inicié en plena cuesta de enero, el tercer lunes del mes, ese que ya se conoce como “el día más deprimente del año”.