Cenan y cenan y vuelven a cenar
(20/12/2023) Ahora que la Inteligencia Artificial está llamando a nuestra puerta para ofrecernos todo tipo de servicios y resolver nuestros problemas, habrá que preguntarla, minucias aparte, por nuestras dudas existenciales y por aquellas cuestiones que nos resultan irresolubles desde que alcanzamos la categoría de sapiens: una es la demostración de la cuadratura del círculo y la otra el cómo encontrar restaurante cuando llega la Navidad.
Seguro estoy que, a lo primero, física cuántica por medio, le quedan cuatro días para lograrlo, pero que lo segundo será tan irresoluble como lo fue la Conjetura de Poincaré hasta que el ruso Grigori Perelman la solucionó oficialmente.
Según informaciones recientes y creíbles, tanto la IA como el algoritmo que todo lo puede sudan tinta digital cuando les pides que te soluciones el problema que nos acucia cuando llega San Andrés: encontrar un restaurante donde comer en diciembre.
-¿Ha reservado mesa? -te suelta alguien desde el otro lado del teléfono cuando pides asiento con quince días de antelación. Y cuando le respondes que eso es precisamente lo que estás haciendo, te lanza desde la arrogancia: “hasta mitad de enero no tenemos mesa”.
Y nada les digo si lo haces a pie, como se hizo toda la vida, o sea entrando en el local para solicitar posada. No has puesto el pie en el umbral del establecimiento cuando alguien desde las cocinas mueve convulsivamente la cabeza, negando tu propósito antes de que abras la boca.
Solo nos queda, entonces, rumiar la derrota y clamar, tras la intentona fallida, esa frase que se hace viral cuando llega la Navidad y no encuentras una maldita mesa donde jalar el cocido: “¿dónde está la crisis?”.
Lo de encontrar restaurante se ha puesto tan difícil como lo de San José y la Virgen cuando buscaban posada en Belén. Al final ellos terminaron en un portal y nosotros volviendo a casa.
De asaltarte en plena calle para que entres en su local y no en el de la competencia, -costumbre ancestral que aún pervive en algún chiringuito de playa- hemos pasado al “vuelva usted mañana”, donde el “mañana” es un indefinido que puede contener cualquier fecha del calendario.
Así las cosas, ya hay hostales que te reservan la mesa que ocuparás en el 2024 previo pago y con el seguro correspondiente. Hay que evitar, dicen, daños colaterales -la no asistencia por vete a saber qué motivos- porque en un año pueden pasar muchas cosas y el amor en las empresas como en las familias es voluble qual piuma al vento.
Volverá el hijo pródigo por Navidad, como dice ese anuncio turronero – “vuelve a casa, vuelve por Navidad”-, pero el hostelero que te suplicaba pasar a su local para probar las exquisiteces de su menú, ese, no volverá.
Ante este panorama ya hay voces que suplican se adelanten las cenas de Navidad a noviembre y que, si hay que organizar los ágapes en enero, pasadas las fiestas, pues que se organicen.
Y es que la crisis que nos invade desde que uno tiene uso de razón no impide, al parecer, que haya individuos que presumen de tener hasta ¡¡doce cenas de Navidad en un mes!!: cena de empresa, cena con el grupo de wasap, con amigos del cole, con compinches del pádel, con el AMPA, con colegas de la mili, con compañeros de promoción, con los quintos, … ¡y así hasta doce! Cenan y cenan y vuelven a cenar los peces en el río, que debería decir el villancico.
“Vuelve a casa, vuelve, por Navidad”, pero está claro que la Navidad se vive cada vez menos en casa y que ya hay voces que claman por salir de farra en Nochebuena, fecha que, hasta ahora, era sagrada e intocable.
Ya hay restaurantes chinos que, al tener la ventaja de celebrar el año nuevo en febrero, se han subido al carro de tanta demanda y están haciendo el agosto cuando llega diciembre.
En esta civilización del espectáculo que nos ha tocado vivir todo vale menos quedarse en casa. “No hay manera de meter en casa a nadie” se comenta por calles y plazas abarrotadas de gente.
Hay dos cosas que desde siempre hacemos los humanos y que dieron lugar a las dos obras homéricas: salir de casa para comernos Troya-el mundo (La Iliada) y volver a casa (La Odisea).
Volver a casa por Navidad, retornar a la casa paterna y olvidarse del restaurante es y será una auténtica odisea. Lo decían los griegos hace más de dos mil años.
Porque la felicidad es como el arco iris, no se ve nunca sobre la propia casa, sino sobre la ajena. Sobre el restaurante que nos acoge para que continúe el espectáculo.